EL ESPÍRITU MOVIDO POR DIOS
Esdras 1:1-11
«No a los ricos vino Él, y a los gobernantes (Hombres de carne llenos, por Él aborrecidos); Ni a insensatos insolentados en su insensatez –y más aún cuando los perdidos moribundos a la puerta están–. ¡No!, mas a aquella que, en dulce acción de gracias, Tomaba con serenidad lo que Dios pudiera traer; Bendiciéndole y esperando, y, dentro de su vida, Sintió el despertar de una cosa santa»
MYERS
El reloj de la providencia divina puede parecer en ocasiones ir lento, pero siempre da la campanada en el minuto justo. Durante los setenta años de la cautividad de los judíos, la copa de la iniquidad de Babilonia estaba llenándose, con lo que el tiempo de la liberación de ellos sincronizó con el tiempo de la caída de Babilonia. La aljaba del Omnipotente está llena de flechas. En el primer año de su reinado, Nabucodonosor llevó a muchos al cautiverio.
Reinó durante cuarenta y cinco años; su hijo (Evil-merodac) veintitrés, y su nieto (Belsasar) tres años, lo que suman los setenta años predichos de la cautividad de ellos. En el tercer año de Belsasar, Darío, el medo, conquistó la ciudad de Babilonia, y Ciro, el rey de Persia, vino a ser el rey (Dn. 5). La accesión de Ciro al trono fue otro maravilloso cumplimiento de la profecía (Is. 44:28).
El mismo nombre del libertador de los judíos había sido mencionado ciento cincuenta años por adelantado. No se trata de una mera coincidencia ni de un azar, sino que es una prueba indiscutible de la inspiración. En esta crisis vieron su cumplimiento tres profecías distintas:
1) El castigo del rey de Babilonia (Jer. 25:12).
2) El fin de la cautividad de setenta años (Jer. 29:10; Dn. 9:2).
3) La venida del libertador nombrado. Podemos emplear estas palabras: «Movió Jehová el espíritu de Ciro», como llave para abrir algunos de los tesoros de este capítulo.
I. El espíritu tiene que ser movido. «Movió Jehová el espíritu de Ciro» (v. 1).
Nunca llevaremos a cabo la voluntad de Dios hasta que nuestro espíritu sea movido a ello. El hombre no es una máquina. El servicio frío y mecánico es un insulto al Dios viviente. El egoísmo es muerte a sus ojos. Es posible tener la forma de piedad mientras que el espíritu está durmiendo el sueño de la muerte. El os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos por vuestros delitos y pecados.
II. Solo Dios puede mover eficazmente el espíritu. «Movió Jehová el espíritu de Ciro».
La fuente de toda vida y poder espiritual está en Él. Todo espíritu vivificado por Dios es un espíritu resucitado de los muertos, para que Él pueda obrar en aquel espíritu tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Fil. 2:13). Hay un propósito divino en cada alma divinamente despertada. Es el Espíritu el que vivifica.
III. Los medios por los que el espíritu fue movido.
Hubo (1) la Palabra de Dios. Daniel comprendió por los libros «el número de los años… que habían de cumplirse sobre las ruinas de Jerusalén: setenta años» (Dn. 9:2). Daniel puede haber mostrado a Ciro la referencia del profeta acerca de él, como el pastor divinamente designado a través del cual el templo debía ser edificado, y los cautivos liberados sin precio (Is. 44:28; 45:1-13). (2)
La providencia de Dios. El hecho de que Ciro había sido hecho ahora gobernante de Babilonia le ponía en la posición de cumplir la declaración profética.
Descubrió que el medio de llevar a cabo estos propósitos de Dios le había sido encomendado a él. ¡Ay de todo aquel que no obedece el llamamiento celestial! Así, Dios mueve los espíritus de los hombres dándoles a conocer y a sentir que su palabra tiene una referencia especial a ellos mismos en lo que se refiere al cumplimiento de su voluntad.
Nadie obedecerá de corazón el Evangelio de Dios a no ser que, a semejanza de Ciro, haya sido poderosamente convencido de que es para él mismo, como si no hubiera otro a quien se le pudiera aplicar así, y cuya única alternativa sea obedecer o pecar contra la más clara Luz.
Una mujer fue una vez llevada a reclamar la lisa promesa de Dios al recibir una carta dirigida a otra mujer con el mismo nombre. Llegó a la conclusión de que si su nombre hubiera estado escrito en la Biblia nunca habría creído que era ella la señalada. Cuando el Espíritu Santo aplica la palabra de Dios, lo hace siempre de una manera inequívocamente luminosa y personal.
IV. Las evidencias de un espíritu movido.
1 Hay fe en la palabra de Dios. Ciro dijo: «Jehová el Dios de los cielos… me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén» (v. 2). El rey de Persia no fue más clara y urgentemente encargado de construir el templo que nosotros de creer en el Señor Jesucristo, y de servirle sin temor, en santidad, todos los días de nuestra vida (Lc. 1:74-75).
Este llamamiento es para nosotros tan personal e imperativo como el llamamiento que le vino a Ciro. ¿Lo hemos creído de corazón?
2 Hay una confesión del propósito de Dios. «Hizo pregonar… por todo su reino» (v. 1). Cuando descubrimos cuál es la voluntad de Dios con respecto a nosotros, no deberíamos avergonzarnos de dar a conocer públicamente cuál es nuestra actitud para con esta voluntad revelada. ¿No nos ha advertido acaso Él que «quienquiera que se avergüence de Mí y de mis palabras… el Hijo del Hombre también se avergonzará de él»?
3 Hay cosas generosas designadas para la gloria de Dios. La grandeza de corazón de Ciro se ve en su ofrecimiento a permitir la partida de todos los cautivos que desearan la restauración de Jerusalén (v. 3), en su provisión para los que emprendían la marcha (v. 4), y en su entrega de «los utensilios de la casa de Jehová… a Sesbasar, príncipe de Judá» (vv. 7, 8). El de corazón generoso piensa generosidades (Is. 32:8). El espíritu que ha sido movido por Dios será ciertamente constreñido a hacer obras dignas de Dios.
El espíritu de Carey se sintió profundamente movido cuando dijo: «Esperad grandes cosas de Dios, e intentad grandes cosas por Dios». Moody dijo: «Dios jamás emplea a un obrero desalentado ».
El espíritu movido está siempre alerta en pos de oportunidades de ayudar en la obra y al pueblo de Dios, y dispone medios por el que sus cautivos puedan ser restaurados. Estos espíritus buscan primero el Reino de Dios y su justicia, y Dios obra en ellos tanto el querer como el hacer de su buena voluntad.