Si bien la familia edificada sobre el matrimonio es la que propicia el mejor cumplimiento de sus funciones, no podemos obviar la diversidad de estructuras familiares presentes en la actualidad. Veamos algunas de ellas:
1. Familia nuclear unida en matrimonio: El fundamento es sólido porque está ligado por lazos de afectividad bajo el pacto del compromiso de permanecer juntos para toda la vida y del cuidado mutuo. También tiene como una de sus metas la procreación. Hay que puntualizar que los hijos de las familias bien pueden ser biológicos o adoptados.
2. Familia nuclear en unión de hecho: También está formada por el padre, la madre y los hijos de ambos, pero la pareja no está unida en matrimonio. La cohabitación puede ser un período transitorio o de prueba antes del matrimonio o una opción de la pareja.
Algunos investigadores han señalado que cuando estas parejas se refieren a su estado suelen demostrar cierta ambigüedad, o sea, ante personas conocidas no se definen como «matrimonio», sino como «convivientes»; en cambio, ante desconocidos se definen como «marido y mujer» o con el término de «pareja». El lazo que los une puede ser frágil, por eso la recomendación es que puedan contraer matrimonio lo más pronto posible. Y a pesar de la convivencia, es saludable llevar un proceso de consejería que les permita establecer un fundamento sólido.
3. Familia extensa o consanguínea: Está conformada, además de los miembros nucleares de la familia, por abuelos, tíos, primos u otros familiares. Algunos de los retos que puede enfrentar esta estructura familiar es la definición de roles de sus miembros, problemas asociados a la economía familiar y la distribución de tareas en el hogar; o bien, conflictos en cuanto a la autoridad.
Dentro de esta clasificación también estarían contempladas aquellas familias en las que los niños no viven con ninguno de sus padres y la responsabilidad de su manutención, cuidado y formación ha recaído en otro familiar.
Este es el caso de abuelos que crían a sus nietos, tíos que crían a sus sobrinos o hermanos mayores encargados de sus hermanos menores. 4. Familias monoparentales: Son aquellas en las que un progenitor convive con los hijos y se hace responsable de ellos.
Esto se puede dar por diversos casos: ser madre soltera, abandono del hogar del padre o de la madre, divorcio, muerte de uno de los dos progenitores, inmigración, etc. En estos casos podría ser que el padre o la madre, aun cuando viva fuera del hogar, asuma parcial o plenamente todas o alguna de las responsabilidades económicas, emocionales y formativas de la prole.
Los retos que enfrentan estas familias son distintos, de acuerdo a la particularidad de cada una de ellas; sin embargo, se distinguen problemas económicos, depresión en el progenitor que está directamente a cargo por sentirse excesivamente cargado de responsabilidad, dificultades a la hora de poner disciplina en la familia, problemas de conducta en los hijos, emancipación de los menores, etc.
No obstante, es oportuno acotar que aunque estos problemas suelen darse con mayor frecuencia en las familias monoparentales, no son exclusivos de ellas. Sin negar que estén sometidas a más estrés y menos apoyo (al ser un solo adulto quien se encarga de la mayoría o de todas las responsabilidades), es necesario destacar que las familias con ambos padres enfrentados en peleas interminables pueden ser más problemáticas. 5.
Familias reconstituidas o combinadas: Hablamos de aquellas familias que inician con las segundas nupcias de los padres (o unión de hecho) y, por lo tanto, un hogar conformado también por los hijos de cada uno de los progenitores o, al menos, de uno de ellos, y los procreados en la nueva unión. Este tipo de familias posee y enfrenta condiciones especiales en relación con el modelo convencional de familia nuclear.
Algunas de estas condiciones especiales se manifiestan de una forma negativa y esto no por naturaleza, sino por un mal manejo de los acontecimientos y de las interpretaciones de lo que sucedió, sucede y sucederá en estos procesos familiares. Así por ejemplo, los niños de familias recién integradas que inician la convivencia con su padrastro o madrastra, se pueden sentir dos veces fracasados: primeramente por no haber sido capaces de ser los terapeutas de sus padres y también por no haber podido evitar la segunda unión.
Es posible que el padrastro o la madrastra se vean expuestos a las «facturas sin cobrar» de aquellos. Para añadir mayor confusión a la escena, a menudo los niños heredan hermanastros, de manera instantánea, relaciones para las cuales no están aún preparados. Gran parte del impacto que recibe un niño ante tales circunstancias se puede evitar si sus sentimientos son respetados, y si se le habla con anticipación acerca de los planes futuros.
Por lo tanto, la situación será menos conflictiva si se da un proceso gradual previo a la integración definitiva de la familia. Otro aspecto no menos importante es el hecho de que el padrastro o la madrastra podrían no recibir bien al hijo de su nueva pareja, para lo que también sería útil un proceso de acercamiento previo a la unión amorosa.
Es relevante tomar en cuenta que cuando se produce el nuevo emparejamiento de los padres, es cierto que los lazos entre el niño y la nueva pareja se afianzarán, ya que vivirán juntos, pero eso no debe implicar la sustitución del verdadero padre. Por ello, es básico, si hay voluntad de ambos progenitores, que sigan cumpliendo sus roles de padre o madre, incluso cuando no sea desde la unidad residencial.
Es usual que el papel del padrastro o de la madrastra sea más bien incierto, ya que los derechos y deberes sobre el niño son limitados; empero, los tiempos juntos y la convivencia hacen que se generen vínculos, por lo que lo importante, en estos casos, es que cada uno sepa cuál es su papel en dicha situación.