Un nuevo concepto irrumpe con vigor y tambalea las categorías establecidas a propósito de interpretar la conducta humana, y por ende de las ciencias que durante siglos se han dedicado a desentrañarla, llámense Sicología, Educación,Sociología, Antropología, u otras.
En más de un ocasión nos habremos preguntado que es lo que determina que algunas personas independientemente de su cultura, estrato social o historia personal, reaccionen frente a problemas o desafíos de manera inteligente, creativa y conciliadora.
Nunca antes se había considerado incorporar en el análisis un concepto tanto o más importante que el cociente intelectual, como lo es la Inteligencia Emocional.
¿Porqué algunas personas tienen más desarrollada que otras, una habilidad especial que les permite relacionarse bien con otros, aunque no sean las que más se destacan por su inteligencia? ¿Porqué unos son más capaces que otros de enfrentar contratiempos, o superar obstáculos y ver las dificultades de la vida de manera diferente?.
El nuevo concepto que da respuesta a ésta y otras interrrogantes es la Inteligencia Emocional, la misma que viene a ser una destreza que nos permite conocer y manejar nuestros propios sentimientos, interpretar o enfrentar los sentimientos de los demás, sentirse satisfechos y ser eficaces en la vida a la vez que crear hábitos mentales que favorezcan nuestra propia productividad.
Otras habilidades que caracterizan a la Inteligencia Emocional son: suficiente motivación y persistencia en los proyectos, resistencia a las frustraciones, controlar los impulsos, demorar la gratificación, regular el humor, mostrar empatía y abrigar esperanzas.
El proceso de alfabetización emocional, empieza desde muy temprano. Cuando los niños reciben suficiente aprobación y estímulo, son animados a asumir pequeños desafíos, miran la vida con optimismo y son afirmados en sus propias destrezas, sin duda van a adquirir una amplia gama de habilidades sociales y emocionales a medida que pasan los años.