Deuteronomio 31.12; Mateo 11.29; Hechos 5.20; Jeremías 42.6
Toda vez que Dios tiene un plan para cada uno, debemos adquirir la habilidad necesaria para conocer y cumplir ese plan. Hemos sugerido que cuando nos pongamos a orar debemos asumir tres actitudes: “Escuchar, aprender, obedecer”. Algunos de nosotros escuchamos, pero no aprendemos, y otros aprendemos, pero no obedecemos. El cristiano debe escuchar, aprender y obedecer.
Si no se acerca a Dios asumiendo estas tres actitudes, muy pronto dejará de tener qué escuchar, qué aprender y qué obedecer. La voz guardará silencio. En el mismo grado que nosotros escuchemos, aprendamos y obedezcamos se dejará oír esa voz.
Si no tenemos ese sentido de ser guiados que acompaña a la Voz, seguramente que no se nos ha dado por dos razones: o no estamos preparados, o no tenemos voluntad para recibirlo. El sentido de dirección no viene a nosotros nada más porque sí. Es el resultado de nuestra disposición para ser dirigidos.
El radio no capta al acaso las ondas que deseamos escuchar; necesitamos sincronizarlo con ellas. La receptividad es necesaria para la percepción, no percibimos sino solamente lo que recibimos. La Psicología está de acuerdo con esto cuando explica la vida como una “instrumentación”.
Cuando el rey le dijo a Juana de Arco que él no había oído jamás la voz de Dios, ella le replicó: “Si quieres oír, debes primero escuchar”.
Muchos de nosotros no queremos escuchar a Dios, porque tememos que si nos revela su voluntad ésta será más o menos desagradable.