El verdadero liderazgo se prueba en las crisis. Un líder auténtico es aquel que puede manejar la tensión. Que puede resolver los problemas, llevar las cargas, encontrar las soluciones y obtener las victorias cuando todos los demás parezcan estar nerviosos, perplejos o confusos.
Recuerdo cuando jugaba fútbol, que me reuní con los demás del equipo durante un momento crítico de un juego, y les dije: «¡Después que anotemos vamos por el segundo!, así que tomen sus puestos después de la anotación para atraparlos durante el cambio defensivo». La estrategia era hacer que el equipo olvidara el temor del momento.
La lealtad es esencial para el liderazgo. Un líder sabio cultiva la lealtad siendo leal al Señor, a la verdad y a las personas a quienes dirige. No existe nada más destructivo para el liderazgo que un líder que transige con su propia lealtad.
Me cuesta mucho oír la crítica de las personas que están bajo mi liderazgo, porque estoy consagrado con mi corazón a ser leal a ellos. Mi instinto es defenderlos. Busco siempre darles el beneficio de la duda. Mi amor por ellos incluye el deseo de pensar siempre lo mejor de ellos.
Les digo a los que se gradúan del Master’s College que pueden ser exitosos en cualquier profesión que escojan si hacen varias cosas de manera constante: llegar a tiempo, guardar silencio y esforzarse, hacer lo que el jefe les diga, tener una actitud positiva y, lo más importante, ser netamente leal a las personas con las que uno trabaja.
El liderazgo cuelga de la confianza y esta se cultiva con la lealtad. Donde hay confianza se mantiene el respeto y se entrega un servicio devoto y sacrificial. Otra manera de decirlo es recordando que nuestros corazones deben estar en nuestra gente, y nuestra gente debe estar en nuestros corazones.
Los líderes deben permitir que su gente también se equivoque. Las personas necesitan ánimo más que regaño cuando están luchando. Ellos siempre reaccionarán bien cuando el líder tiene una empatia sincera con su angustia y su decepción.
Las personas necesitan ser edificadas cuando fracasan, no ser aplastados aun más.
El líder sabio no necesita ser áspero con su gente. El liderazgo finalmente trata con personas, no con objetivos estériles ni estrategias que pueden ser escritas en papel. Ciertamente esto no elimina una reprimenda legítima y una corrección cuando se necesita (2 Timoteo 3.16). Pero puede y debe ser hecha en un contexto de empatia y edificación.