En tiempos de persecución religiosa, la fe es puesta a prueba de maneras extremas.
Esta historia, ambientada en la Guerra Cristera en México, nos muestra cómo el miedo puede separar a los creyentes genuinos de aquellos que solo practican su fe por conveniencia.
Dispuestos a recibir un tiro
Cuentan que durante la Guerra de los Cristeros, cuando la Revolución Mexicana persiguió ferozmente a la Iglesia, las misas se realizaban en secreto. Los vecinos avisaban en silencio cada vez que un sacerdote, vestido de paisano, llegaba al pueblo.
En un pequeño pueblo rural de México, los fieles esperaban ansiosos al sacerdote que visitaría ese fin de semana. Los catequistas clandestinos habían preparado bautizos y otros sacramentos, y para la ocasión, consiguieron un viejo granero, lo suficientemente grande para albergar a cientos de personas.
Aquel domingo por la mañana, el granero estaba completamente lleno, con alrededor de 600 fieles reunidos. De pronto, la multitud se quedó en silencio al ver entrar a dos hombres vestidos con uniforme militar y armados. Uno de ellos anunció con firmeza:
—“El que se atreva a recibir un tiro por Cristo, quédese donde está. Las puertas estarán abiertas solo cinco minutos”.
Inmediatamente, el coro se levantó y salió. Los diáconos también abandonaron el lugar, seguidos por gran parte de los feligreses. De las 600 personas, solo 20 permanecieron en sus lugares.
El militar que había hablado miró al sacerdote y, con un gesto de aprobación, le dijo:
—“OK, padre, yo también soy cristiano, y ya me deshice de los hipócritas. Continúe con su celebración”.
Moraleja
La verdadera fe no se mide por las palabras o las apariencias, sino por la disposición a mantenerse firme en los momentos difíciles. Solo en la adversidad se revela quiénes están comprometidos de corazón y quiénes solo siguen por conveniencia.