El mensaje de Juan el Bautista: un llamado al arrepentimiento, la preparación del camino para el Mesías y la transformación del corazón.
EL MENSAJE DE JUAN EL BAUTISTA
«El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1.29).
En el caso que tenemos ante nosotros el predicador era un hombre muy notable, y su tema más notable aún. Juan el Bautista predica a Jesús. Aquí tenemos un modelo para cada ministro del Señor Jesucristo.
I. EL VERDADERO MENSAJERO.
- Es alguien que ve a Jesús él mismo (vers. 33).
Que se alegra de predicar a Aquel que ha visto y conocido, y en quien todavía espera. Predica Aquel a que viene y está viniendo. - Llama a los hombres a ver a Jesús. «He aquí el Cordero de Dios»
Lo hace simple y confiadamente.
Lo hace continuamente. Es su único mensaje. Observen que Juan predicó el mismo sermón el «día siguiente» (vers. 35). - Conduce sus seguidores a Jesús. Los discípulos de Juan oyeron hablar a éste y siguieron a Jesús (vers. 37). Tenía suficiente fuerza para inducir a los hombres a ser Sus seguidores.
Tenía bastante humildad para inducir a sus propios seguidores a que le dejasen a él para seguir a Jesús. Esta es la gloria de Juan el Bautista. Tenía bastante gracia para que esto le hiciera alegrarse. Nuestras palabras deberían hacer ir a los hombres más allá de nosotros mismos, a Cristo. «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor» (2.a Corintios 4:5). - El se pierde a sí mismo en Jesús. Juan comprende la necesidad de esto. «A él conviene crecer, mas a mí menguar» (Jn. 3:30).
II. EL VERDADERO MENSAJE.
Las palabras de Juan fueron breves y enfáticas.
- Declaró que Jesús había sido enviado y ordenado «de Dios».
- Le declaró el verdadero y divinamente designado sacrificio por el pecado: «el Cordero de Dios».
- Le declaró como el único capaz para quitar la humana culpa: «que quita el pecado del mundo».
III. LA VERDADERA RECEPCIÓN DEL MENSAJE.
- Creerlo y reconocer a Jesús como el sacrificio que quita nuestros pecados.
- Seguir a Jesús. (Véase vers. 37).
- Seguir a Jesús, aun cuando vaya solo.
- Morar con Jesús. (Véase vers. 39.)
- Ir adelante y hablar a otros de Jesús. (Véanse vers. 40 y 41.)
En el año 1857, un día o dos antes de que tuviera lugar mi primera predicación en el Palacio de Cristal, mientras se estaba reparando nuestro Tabernáculo, decidí ir a su plataforma y hacer un ensayo. A fin de comprobar las propiedades acústicas del edificio, dije con voz fuerte: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.»
En una de las galerías estaba trabajando un obrero que no sabía nada de nuestro próximo traslado al edificio; aquellas palabras le vinieron como un mensaje del cielo a su alma. Fue herido en su conciencia con la convicción de pecado, dejó sus herramientas, se fue a su casa, y allí, tras un rato de lucha espiritual, halló la paz y la vida eterna, por mirar al Cordero de Dios. Años después contó esta historia a alguien que le visitó en su lecho de muerte. — C. H. S.
¡Observad cuan simple es el medio y cuan grande el resultado! Juan simplemente declaró: «He aquí el Cordero de Dios.»
No hay aquí ningún llamamiento vehemente, ninguna reprensión severa, ni ninguna febril e impresionante apelación; es una simple y fiel declaración de la verdad de Dios. ¿Qué más tienen que hacer los servidores de Dios sino declarar la verdad del Evangelio, la voluntad de Dios, revelada en la persona y la obra de Cristo?
Es mucho más importante poner toda nuestra energía y fuerza en declarar esto que tratar de forzar y aplicar esta verdad con amenazas en invitaciones o con peroraciones retóricas. La verdad misma bien comprendida deshace el corazón, hiere el alma y la consuela, entrando en ella y trayendo luz y poder.
¡Cuan quietos y objetivos se nos aparecen los sermones de Cristo y de los apóstoles! ¡Cuan poderosos, empero, para las conciencias que reciben esta verdad de Dios, luz del cielo y poder de arriba: «He aquí el Cordero de Dios»! — adolfo saphir.
Se cuenta de Juan Wesley que, predicando a un auditorio de cortesanos y nobles, tomó como texto de su sermón las palabras de Juan el Bautista «generación de víboras», denunciando los pecados a diestra y siniestra. «Este sermón debía haberlo predicado en la plaza pública de Newgate», dijo a Wesley un cortesano disgustado al salir por la puerta sin saludarle. «No —respondió el intrépido apóstol—, mi texto allí habría sido: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.»
Ningún heraldo podría vivir de miel y langostas en el desierto, si no tuviera que predicar de Alguien que era más noble que él, y para el cual él era tan solamente como el crepúsculo matutino que anuncia el resplandor del sol. Juan vivía más de la verdad profética que predicaba que de la miel y langosta que comía. — dr. parker.