Tras recibir el evangelio una profunda convicción los llevó al arrepentimiento, y recibieron a Jesús como Señor y Salvador..
EL PODER DEL EVANGELIO Hechos 2:37
EL sermón de Pedro fue en el poder del Espíritu santo, por lo que hubo «señales que seguían». Hubo:
I. Una profunda convicción. «Al oír esto, se compungieron de corazón » (v. 37). «Sintieron aquellos clavos con los que habían crucificado a Cristo penetrando en sus propios corazones como otras tantas aceradas dagas.» Cuando el Espíritu de Gracia es derramado, los pecadores verán de cierto a Aquel a quien traspasaron (Zacarías 12:10).
Él vino a convencer de pecado (Jn. 16:8). ¿Cómo oirán ellos sin un predicador, y cómo predicarán con poder de convicción, a no ser que sean enviados?
II. Una franca confesión. «Varones hermanos, ¿qué haremos?» Esta candente pregunta (Hch. 9:6; 16:30), brotando de corazones traspasados por el Espíritu, declara este hecho: que la salvación debe venir de Dios. «¿Qué haré?» Un pecador convicto nunca sabe por sí mismo qué hacer.
No está en el hombre. Pero cuando se hace una confesión franca y plena, la luz conductora amanecerá velozmente (1 Jn. 1:9).
III. Unas claras instrucciones. «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros… y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa» (vv. 38-40). Las palabras de Pedro no fueron «Reformaos, y sed más civilizados», sino «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros».
Arrepentirse era cambiar sus mentes de un modo total acerca de Jesucristo, a quien habían rechazado; y bautizarse implicaba una renuncia a la vida antigua, y una abierta confesión de Cristo como su Señor.
Al hacer esto recibirían el don del Espíritu Santo, para ser dotados de poder para vencer al mundo y ser testigos de Aquel que murió y resucitó. ¿Recibiste tú al Espíritu Santo cuando creíste? «Porque para vosotros es la promesa» (v. 39).
IV. Una recepción bien dispuesta. «Así que los que acogieron bien su palabra fueron bautizados» (v. 41). La oferta de «perdón de los pecados» por medio del arrepentimiento fue como agua fría para un alma sedienta; la acogieron bien dispuestos.
Ningún criminal sentenciado recibió jamás un perdón total más bien dispuesto que ellos aceptaron la oferta de misericordia. Éste es el Evangelio que Dios está ordenando a todos que crean arrepintiéndose. Tres mil entraron entonces, pero «aún hay lugar».
V. Un progreso firme. «Y se ocupaban asiduamente en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (v. 42). Eran conversos de Dios, y por ello quedan claramente evidentes las verdaderas señales de una transformación interior.
Éstas eran: amor por la Palabra, amor los unos por los otros, amor por su Señor ausente, y amor por la oración privada y pública. Al ser injertados en el Cristo viviente, vinieron a ser poseídos por su Espíritu, creciendo en la gracia y en el conocimiento de su Señor y Salvador.
VI. Una cordial cooperación. «Estaban juntos y tenían en común todas las cosas» (vv. 44-45). Esto quizá no por necesidad, sino debido a su cálido afecto mutuo y a su interés mutuo práctico. Este espíritu es muy hermoso, y revela la maravillosa influencia que tiene el amor de Dios cuando es derramado en nuestros corazones.
Jesucristo había dado su todo por ellos; ahora ellos estaban dispuestos a dar su todo por Él y unos por otros (Ef. 5:2). ¿Qué obstaculiza la continuación de este espíritu de hermandad? La falta de fe en Dios, el espíritu mundano y el egoísmo.
VII. Un gran júbilo. «Con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios» (vv. 46-47). El arrepentimiento es la puerta estrecha que conduce al hogar dichoso del corazón de un Padre celestial. Los corazones que se sintieron traspasados con compunción alaban ahora a Dios por su salvación. El llanto puede durar una noche, pero a la mañana viene el gozo (cf. Hch. 10:43).
Este Evangelio en el poder del Espíritu sigue siendo el poder de Dios: –Para traspasar con compunción en corazón de pecado.
–Para llevar a los hombres a confesar su necesidad.
–Para traer el gozo del perdón a un corazón creyente.
–Para mantener en comunión a los que obedecen.
–Para transformar la abnegación en gran deleite.
–Para llenar el corazón de alabanza a Dios.
–Para hacer de la vida un testimonio para Dios.
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