Jesus Como Salvador y Rey

La pretensión de sabiduría propia, de esfuerzo propio, y de justicia propia son todo ello enemigos de los que tenemos que ser librados.

JESUS COMO SALVADOR Y REY
Lucas 1:30-33
«Gran desastre fue del mundo, Cuando Adán de su trono echado fue; Cuando pareció que el Tentador vencía Por medio de insondable pecado. Pero ¡ah! solo fue una apariencia; ¡He aquí, Cristo obró la redención!»

I. Su Nombre salvador. «Llamarás su nombre JESUS.» Jesús significa Salvador.

Dios, al medir la hondura de la necesidad del hombre, solamente pudo suplir aquella necesidad mediante el don de su Hijo único. Como Salvador, Él salva

1 DEL PECADO (Mt. 1:21). De su poder contaminador y condenador, del amor del mismo, y de la ira venidera debido a él (1 Ts. 1; 10). Él salva del pecado poniéndose entre el pecador y su culpa (Is. 53).

2 DEL YO (Gá. 2:20). El yo debe ser crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado pueda ser destruido (Ro. 6:6). La pretensión de sabiduría propia, de esfuerzo propio, y de justicia propia son todo ello enemigos de los que tenemos que ser librados, y de los que somos salvos cuando Jesús reina dentro de nosotros.

3 DE ESTE PRESENTE MUNDO MALO (Gá. 1:4). Al ser crucificados con Cristo somos crucificados al mundo, y el mundo a nosotros (Gá. 6:14). La Cruz de Cristo se interpone entre nosotros y nuestros pecados, entre nosotros y la carne, y entre nosotros y el mundo. ¿No oró nuestro Señor para que fuéramos guardados del mal? (Jn. 17:15). Él es poderoso para salvar.

II. Su poderoso carácter. «Él será grande» (v. 32).

1 GRANDE EN CUANTO A SU ORIGEN. «Llamado Hijo del Altísimo». Como Niño, nació, como Hijo, fue dado (Is. 9:6). Siendo el Hijo del ALTÍSIMO, es más sublime que los ángeles, o que cualquier ser creado. Pero Aquel que pertenecía al más Alto descendió a lo más profundo por nosotros, haciéndose obediente hasta la muerte.

2 GRANDE EN SU AMOR. Él nos amó hasta tal puno que se dio a Sí mismo por nosotros. Siendo el Hijo del Altísimo, su amor era del orden más elevado posible. ¡Mirad qué amor! En esto consiste el amor (1 Jn. 4:10). Su amor era consistente con la grandeza de su carácter, y era más fuerte que la muerte.

3 GRANDE EN SU PODER. El poder de Cristo era el poder de la fe. Él creyó, y por ello habló, y fue hecho. Nada hay imposible para Él (v. 37). Todo poder, dice Él, me ha sido dado. Él puede salvar hasta lo último. Todos los que le tocaron quedaron perfectamente sanos.

III. Su gloriosa expectativa. «El cual, por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando el oprobio.»

1 ÉL TENDRÁ UN TRONO. «El Señor Dios le dará el trono de su padre David» (v. 32). Él lo hará. No ha recibido todavía este trono, porque la casa de Jacob (v. 33) sigue menospreciándolo y rechazándolo como Rey y Mesías de ellos. Jesucristo es el heredero designado por Dios para el trono de David (Jer. 23:5; cp. Sal. 132:11 con Ap. 22:16; véase también Is. 9:6, 7).

2 ÉL REINARA SOBRE LA CASA DE JACOB (v. 33). ¿Estaba recordando esto María mientras estaba viendo como lo crucificaban? ¿Había quedado en nada su promesa? Como Rey, Él ha sido rechazado, y su reino sobre ellos como pueblo ha quedado pospuesto, pero la Palabra de Dios no puede ser quebrantada.

Los dones y el llamamiento de Dios son sin arrepentimiento. Lo predicho por Daniel debe ser cumplido (cap. 7:13, 14). Él nació Rey de los Judíos. Dios le ha dado el trono de David, y Él reinará sobre la casa de Jacob. Espiritualizar esto pasando por alto su sentido literal es torcer las Escrituras. Dad a Dios lo que es de Dios.

3 SU REINO NO TENDRÁ FIN (v. 33). El Reino de Dios que está dentro de nosotros ciertamente no tendrá fin. Nunca dejaremos de estar bajo el gobierno de Aquel que es nuestro exaltado Redentor. Pero el reino de este mundo no ha venido aún a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. 11:15).

No ha llegado aún el momento en que el bendito y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores, reinará sobre todos, bendito para siempre. Y no pueden llegar estos tiempos «hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ti. 6:14-16).

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