Persia

Persia: Los persas y los → medos constituían el grupo iránico, los más orientales de los indoeuropeos que en el segundo milenio a.C. se establecieron en las mesetas iranias.

La historia antigua de Persia es poco conocida. En los anales del rey asirio → Salmanasar III (mediados del siglo IX a.C.) se registra a los parsua al oeste y sudoeste del lago Urmia. En su migración hacia el sudoeste, las tribus persas llegaron a la zona que denominaron parsumas cerca del 700 a.C.

Después de una breve dominación por los elamitas y medos, el pequeño reino de Parsumas, fundado por Aquemenes, comenzó a expandirse, sobre todo con Teispes (675–640), quien incorpora a su dominio las provincias de Ansan y de Parsa, más al sudeste. Sus hijos se dividen el país: Ariaramnes (ca. 640–590) recibe Parsa, y Ciro I (ca. 640–600) se queda con Parsumas.

En el 556 a.C. → Ciro II se rebela contra el soberano medo Astiages y lo depone. Nace así el Imperio Persa, más unificado y poderoso que el medo, y uno de los más importantes de la antigüedad. Dominó el Cercano Oriente desde el 539 hasta el 333 a.C. y se extendió desde la India hasta Egipto. Finalmente sucumbió ante el imperio de Alejandro Magno, después de la batalla de Isos.

El cambio marcado en la historia por la instauración de la dinastía persa de los aqueménidas fue altamente favorable para los judíos, gracias a la política de tolerancia de los persas. Con este período persa está enlazada la restauración de Israel: el regreso de la cautividad, la reorganización de Jerusalén y la reconstrucción del templo y las murallas.

Los persas fueron siempre sumamente condescendientes con los judíos (→ Darío IArtajerjes I). Las fuentes históricas de este período del Imperio Persa son las antiguas inscripciones persas, las ruinas de los palacios de Persépolis y Susa, y los historiadores griegos (Herodoto, Plutarco, Estrabón).

En la historia bíblica el nombre de Persia aparece por primera vez en Ezequiel 27:1038:5), y se encuentra sobre todo, lógicamente, en la literatura poscautiverio (Ester, Daniel, Esdras y Nehemías).

La cultura persa incorporó elementos tomados de los pueblos conquistados, especialmente de Mesopotamia (Asiria y Babilonia) y Egipto. El aspecto más original e influyente de esta cultura lo fue su particular vivencia religiosa.

La religión persa fue el mazdeísmo (de Mazda, el Sabio) cuya fundación se atribuye a Zaratustra (Zoroastro), allá por el siglo VII o VI a.C., aunque el tiempo de la actividad de este es muy discutido. El mazdeísmo se caracteriza por su monoteísmo dualista: se reconoce una sola divinidad, Ahura-mazda («el sabio Señor»), Dios supremo, creador y conservador del mundo, principio del bien, la verdad y la justicia, al cual se opone Angra-mainyu («el espíritu destructor») que preside las fuerzas del mal.

El Zend-avesta (libro sagrado del mazdeísmo) presenta a estos dioses eternamente en lucha; de ahí proviene la pugna entre el bien y el mal, que durará hasta el fin del mundo, cuando el bien triunfará. Del hecho de que el hombre puede y debe participar en esta lucha con su vida virtuosa surge la noción de la responsabilidad moral.

El hombre es responsable ante la divinidad y por tanto debe cumplir sus mandamientos; con esto fortalece el poder del bien, disminuye el poder del mal y se hace merecedor a una recompensa en esta vida o en la venidera. Los tres mandamientos de Zaratustra son: buenos pensamientos, buenas palabras y buenas obras.

El mazdeísmo evolucionó como una «religión de salvación». En esta fe «militante» la persona virtuosa aspira a alcanzar una recompensa, especialmente más allá de la muerte; cada uno rendirá cuentas de sus actos mediante un juicio. El otro mundo será establecido después de ese juicio, una vez que los hombres hayan sido lanzados a las tinieblas (castigo eterno), o bien conducidos a la inmortalidad y bienaventuranza en eterna comunión con Ahura-mazda. Por ello el mazdeísmo puede definirse como un racionalismo ético con rasgos marcadamente escatológicos.

Notable fue la influencia de la religión persa. La hegemonía persa desde mediados del primer milenio a.C., la estancia de los judíos en Babilonia y el internacionalismo de la lengua → aramea, explican múltiples rasgos del judaísmo poscautiverio. Cabe también destacar la repercusión que el mazdeísmo tuvo sobre el dualismo de los maniqueos, que, a su vez, tan negativamente repercutió sobre la iglesia (especialmente la patrística) en la definición y evolución del pensamiento cristiano.

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