Cómo Recibir Don del Espíritu Santo

Cada nuevo creyente anhela recibir el Espíritu Santo. Cree que la intención divina es que recibas, es parte del plan de Dios para sus hijos.

Jn. 14.16-17, 26; 16.7, 13; Hechos. 1.8.

Ahora nos acercamos a la escala que conduce al recibimiento del Espíritu Santo. Antes de comenzar tomaremos aliento, haciendo una oración, secreta por lo menos, para no tropezar; porque de la firmeza de nuestro paso depende la derrota o la victoria. Los pasos que hay que dar son sencillos.

1. Cree que la intención divina es que recibas el Espíritu Santo.

Graba en tu mente que el don del Espíritu Santo no es un don excepcional para gente igualmente excepcional ocupada en excepcionales tareas, sino una dádiva a que tiene derecho desde su conversión todo cristiano. “Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7.39). Fíjate: “habían de recibir”.

Ya en el programa divino está que los cristianos han de recibir el Espíritu Santo. No hay excepciones. Tú, el cristiano común y corriente, estás considerado entre los “que creyesen en él”. “Y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos” (Hechos 2.38-39). Tú perteneces a “los que están lejos”. Tú estás dentro de la corriente de la intención divina.

2. Asegúrate de que es tu intención recibir el Espíritu Santo.

Cuando uso la palabra intención me refiero a la voluntad, no a los deseos, ni a las emociones pasajeras o a los conceptos mentales, sino a la voluntad.

¿Quieres recibir efectivamente el Espíritu Santo, no como una influencia pasajera que te saque de tus dificultades espirituales, que te dé la satisfacción momentánea de que has predicado bien o que te levante o inspire en determinado momento crítico, sino como un Poder permanente que se adueñe de la ciudadela de tu personalidad y reine ahí durante toda tu vida y hasta la eternidad?

3. Haz que el asunto llegue a su crisis.

El alma crece a través de una serie de crisis. Mediante una crisis se llega a la conversión; otra crisis nos conduce a recibir el Espíritu Santo. Asegúrate de tal manera que no haya desviaciones; o vas hacia adelante o hacia atrás. Haz llegado al momento crítico.

4. No olvides que el precio que tienes que pagar: tú mismo.

Si esperas el don del Espíritu Santo, indudablemente que esto no puede ser si no te entregas tú también. Puedes pedir y corresponder sus dádivas; pero no puedes pedir que el Espíritu mismo venga a ti, si tú no te entregas a él.

Vamos a repetir lo que dijimos antes: No existe el amor entre dos personas hasta que se entregan la una a la otra. Si una de las dos no se somete a la otra, se cierran las puertas al amor.

5. Paga el precio de una rendición completa.

Pero oye bien: rendición, no dedicación. Cuando dedicas algo, lo que dedicas sale de tus manos; cuando te rindes, te entregas tú mismo. La dádiva deja de pertenecerte porque pasa a ser posesión de Alguien. Ya no eres tú quien dirige tu vida, sino el Espíritu Santo.

Así como la tela se somete al pintor, el violín al violinista y el alambre a la electricidad, de la misma manera tú estás a la disposición de Dios. Te entregas para bien o para mal, para la riqueza o para la pobreza, para la enfermedad o para la salud, para la vida o para la muerte. Todo tú eres de él. El te tiene a ti.

¿Te has perdido o has sido encontrado? Te has perdido de la misma manera que el violinista se pierde cuando se entrega al violín, sometiéndose por completo a la música para volverse parte de ella. Se pierde para encontrarse como una parte de la armonía universal.

6. La aceptación del don del Espíritu.

Recuerda: aceptación del don del Espíritu, del Espíritu Santo mismo, no de una de sus bendiciones.

No te satisfagas con las bendiciones; procura la Fuente de todas las bendiciones. Las bendiciones vienen y se van: “El habitará con vosotros para siempre”. Tu elección es permanente al resolver una transacción permanente con el Compañero y Maestro permanente.

El Espíritu es un don. “Recibiréis el don del Espíritu Santo”. “Gracias sean dadas a Dios que nos dio la victoria. “Cuánto más dará vuestro Padre celestial a quienes le pidieren”.

Tú no puedes ser digno de su presencia ni ganar el derecho para ello. Una sola cosa puedes hacer: aceptar humildemente el don. Habiéndote entregado, tienes derecho a recibir el Espíritu.

Ahora repite esto: “El viene, El viene, lo dejo venir. Con el corazón abierto, le doy la bienvenida y le agradezco que haya venido”. Ya está: Nos pertenecemos el uno al otro para siempre”. Cierra así el eterno trato.

Su venida puede ser tan apacible como la caída del rocío: un sentido nuevo de que no estás solo; pero también puede llegar en forma tormentosa. Prepárate para darle la bienvenida, pero no intentes indicarle la manera cómo ha de llegar. Hay una razón para la forma particular en que llegue.

7. Si sientes el impulso de comunicar su venida a otros; siéntete en libertad para hacerlo.

No te estás vanagloriando; lo que haces es sencillamente comunicarles la llegada del don inefable.
Nada te pertenece por completo hasta que haces a otros partícipes de lo tienes.

8. Haz que tu sumisión y tu aceptación sean una cosa definitiva y constante.

La sumisión matrimonial tiene lugar una sola vez y, sin embargo, es diaria. Pablo pudo decir: “Con Cristo estoy crucificado”, y sin embargo, “muero cada día”.

“Cualquiera que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed”. “Bebiere” en el original griego quiere decir, “de una vez para siempre”, y sin embargo, “sigue bebiendo”. Esta sumisión es un acto consumado; sin embargo, nunca termina. Es final y se sigue extendiendo.

Oh Espíritu Santo de Dios, he llegado a la hora de la crisis. No puedo entrar en componendas ni perder tiempo en futilezas. No quiero nada menos que tu presencia en mí ser. No puedo conformarme sino con tu don precioso. Vengo a Ti. Amén. (Continúa parte 2)

Tomado del libro: Vida en Abundancia.