Adán y Eva se pasaban los días observando a los animales que correteaban por ese hermoso lugar y en las noches se divertían contando las estrellas.
Al acostarse, se dormían escuchando el canto de las alondras y soñaban con los ángeles.
La vida era buena en el mundo perfecto de Dios.
Había mucha comida en el jardín de Dios. Después de pasear, nadar y trepar, Adán y Eva sintieron hambre. Dios les mostró un delicioso almuerzo que les esperaba: dulces y crocantes zanahorias, mangos que les hacían agua la boca, nueces crujientes y jugosas moras.
No obstante, cuando Adán quiso tomar el fruto del árbol que estaba en el centro del jardín, Dios le dijo:
—Adán, puedes comer de cualquier árbol, pero de ese no. No pueden comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Así que Adán y Eva obedecieron … por un tiempo. Un día, una serpiente engañosa convenció a Eva para que probara el fruto prohibido.
—¡Pruébalo! —le dijo—. ¡Es el mejor de todo el jardín! Un poco no te hará daño.
Así que Eva arrancó un fruto y lo mordió, y después le dio a Adán.
Cuando Dios encontró a Adán y Eva escondidos detrás de unos arbustos, sabía que ellos lo habían desobedecido.
—Yo siempre los amaré —dijo Dios—. Pero como me han desobedecido, ya no podrán vivir en este hermoso jardín.
Adán y Eva se pusieron muy tristes porque ya no podían estar con Dios en su jardín. ¡Qué pena sintieron al irse! Sin embargo, estaban agradecidos de no haber perdido lo más importante de todo: el amor de su Padre celestial.
El Mensaje de Dios
Me duele mucho saber
que estamos separados
por el pecado.
Sin embargo,
siempre te amaré.
Echo de menos nuestras
conversaciones en las tardes.
Sueño con los paseos que
dábamos en el jardín.
Ahora estamos separados,
pero no será para siempre.
Prometo que un día
estaremos juntos de nuevo.