No juegas el partido, solo compras el boleto para verlo cómodamente desde las gradas. «La Copa de Oro es solo un placer reservado para los ganadores», piensas.
No te inclinas para agradecer los vítores de la multitud, tú estás entre los que aplauden. No te sacan fotografías, tú compras el periódico de las noticias para ver cómo luce el equipo campeón.
No te piden declaraciones, jamás te harán un reportaje ni firmarás autógrafos. Eres parte de la masa que observa. A lo sumo, gritas los goles o te dedicas a opinar.
—No me gusta el entrenador.
—Los asientos no son tan cómodos y hace frío.
—El juez del partido tomó una decisión que me desagrada.
— No debió expulsar a ese jugador.
—Debió haber expulsado a aquel.
— El campeonato es demasiado largo, no me agrada esta manera de jugar.
--Recientemente leí un libro acerca del fútbol y creo que ahora sé más que el director técnico.
—Casi podría jugar. Desde niño mis padres me han traído a ver los partidos.
Pero en el fondo, sabes que no hay posibilidad de que estés en el equipo. Aun si eligieran a un integrante del público al azar, solo habría una remota posibilidad entre cien mil o más.
Entonces te convences de que solo naciste para mirar y opinar. Para oír grandes sermones ajenos y deleitarte con lostestimonios de modelos terminados. No estás en la reserva.
Ni siquiera eres una segunda opción. Solo vas a dedicar tu vida a mirar los partidos y aplaudir al campeón.
Es entonces cuando sucede.
Un campeonato mundial. Compras tu boleto y te ubicas en una posición donde puedas observar todo el estadio. El equipo sale al césped central. Va a ser un gran juego, televisado a todo el planeta. Los flashes fotográficos transforman el lugar en una tormenta eléctrica virtual. Y entonces, el director técnico se da media vuelta y busca entre la multitud.
Hay cien mil almas que colman el monumental estadio. El entrenador habla al oído de su jugador central, la figura del equipo, la estrella, el número diez. Y el jugador comienza a subir las gradas, apretujado por la multitud que lo aclama. Aún no comprendes lo que sucede. El gentío abuchea al entrenador por retrasar el inicio del partido, mientras que la figura central del juego sigue escalando las gradas laterales.
Se está acercando a ti, te busca con la mirada. «No existe la más remota posibilidad de que esto esté ocurriendo», piensas, «debe ser una broma pesada, una cámara oculta para el programa de los sábados».
Ahora, el genio del fútbol, el multimillonario jugador, el astro de la noche está frente a ti, completamente agotado.
—El entrenador quiere que yo te reemplace —dice.
—Que me qué?
—Que te reemplace, que ocupe tu lugar.
—Debes estar equivocado, yo solo soy un espectador, solo vine a mirar —explicas.
—Por favor, no retrases el juego. Me sentaré a observar; tienes que bajar a jugar.
—Pero... es que yo no... bueno, tú eres... yo solo vine a...
Ahora sí la multitud está enojada. Cien mil espectadores observan la charla desde todos los ángulos del estadio. El abucheo es ensordecedor. El director técnico sigue en el centro del césped, esperando tu decisión.
—Por favor, baja al césped. Estás en el equipo. Es un cambio estratégico del técnico. No retrases el campeonato —dice el mejor jugador del mundo, mientras se sienta en tu grada y te da su camiseta.
El día que pares de visionar, dejarás de crecer
¿Te parece una historia irracional? Entrevístate con Barrabás y pregúntale qué sintió cuando el Campeón ocupó su lugar. No sabemos qué pasó luego con el afamado ladrón ni tampoco si alguna vez jugó en el gran equipo. Pero estoy seguro de lo que sintió cuando fue reemplazado. Nunca olvidas ese día.
Puedes olvidarte del lugar donde Dios te puso, pero jamás olvidas de dónde te sacó.
ERES UN LADRÓN. No PUEDES INGRESAR A ESTE CENTRO COMERCIAL. LO QUE HICISTE FUE DESASTROSO.
No, no están hablando de Barrabás, corre el año 1990 y están señalándome a mí.
Fui el gerente de ventas más joven de la empresa, pero algo se interpuso en el camino. Yo estaba absolutamente seguro de que jamás podría servir a Dios. Me faltaba carácter, una estima saludable y carecía de determinación. Así que me dediqué a ser vendedor.
Me esforzaba por ser el mejor, pero era un caos como administrador. Tan pronto estuve a cargo de mi propio negocio, supe que aún no estaba capacitado para liderar gente ni para administrar dinero. Una noche, los gerentes generales hacen un inventario y descubren que falta mucho dinero en mercadería. Gritos. Amenazas. Acusaciones entre los empleados y telegramas de despido para todos, incluido yo.
Hasta me restringieron la entrada al centro comercial donde trabajaba, era un «individuo peligroso», un ladrón.
Es ahí cuando te convences de que solo puedes ser un espectador de las cosas de Dios. Si ni siquiera calificaste para ser un simple vendedor, olvídate de soñar con lo santo.
Compras tu boleto y te sientas a mirar el partido. Lees libros y te alimentas de las experiencias de otros. El que alguien ponga la mirada en ti, es una utopía, una fábula.
Pero el Entrenador decide reemplazarte. Y te invita a integrar el equipo. Eras del montón, ahora eres único. Te llamaban multitud, ahora tienes apellido. Eras gris, ahora vistes la camiseta oficial del campeonato. Ya no llevas binoculares, ahora lo vives de cerca. Ya no sacas fotografías ni pides autógrafos, ahora te dedicas a ganar copas y medallas de oro.
¿Recuerdas las palabras del entrenador cuando te invitó a integrarte a las grandes ligas?, si aún no te ha llamado, cuando ocurra, graba sus palabras. Todavía recuerdo lo que me dijo, jamás lo olvidas. Fue en San Nicolás, una bella ciudad casi remota de la enorme provincia de Buenos Aires.
«Dante, ya no te puedes volver atrás. Te he escogido para que prediques a miles de mis pequeños. "Pastor de los Jóvenes" te dirán, "evangelista del nuevo siglo". Todos tus sueños te seguirán y se cumplirán, uno a uno. El día que pares de visionar, dejarás de crecer. Creas o no, yo te di el ministerio. Irás a las naciones sin descanso, saldrás y volverás a entrar».
Cuando alguien te recuerde que eres un ladrón, menciona las palabras del entrenador. Cuando alguien te muestre una fotografía amarillenta de tus complejos, repite la frase del director técnico. No importa si nunca jugaste o si estás demasiado acostumbrado a ser espectador. Primero tienes que convencerte de que puedes cambiar tu estrella; luego, solo necesitas que te convoquen para jugar en las ligas mayores.
El resto es