Pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. (Santiago 1:3, NVI)
El águila madre protege sus pichones con pasión. Construye su nido en las alturas para guardarlo de los intrusos, y lo cubre con una capa de materiales suaves y cómodos.
Así crea un lugar agradable y acogedor para que sus polluelos descansen. Sin embargo, el nido de un águila contiene más de lo que se ve. Debajo de su capa de comodidad reconfortante, esa ave construyó la base del nido con rocas, palos y otros objetos afilados… un hecho bastante irónico que sus crías pronto descubrirán.
Porque cuando considera que llegó el momento, el águila madre sacude el nido, casi dándolo vuelta, y pone en contacto el fondo espinoso con las sentaderas suaves de los polluelos. Ya no es un lugar cómodo para los bebés; ahora es extremadamente incómodo, un lugar de donde quieren escapar. Porque, sí, el águila madre protege sus pichones con pasión, pero también está decidida a verlos alcanzar todo su potencial.
Así que, su tarea no está completa hasta que les provoca un nivel de incomodidad que los prepara para experimentar la realidad para la cual los creó Dios. Para pararse sobre sus patas. Para extender las alas. Y volar.