Cuánto dolor me da ver tantas mujeres que mendigan el amor y las atenciones de los hombres. Su autoestima está tan lastimada que se rinden a la más mínima insinuación, creyéndoles cualquier cosa.
Total, aunque saben que no hay compromiso ni lazos de ninguna clase, no les importa mucho porque son los únicos momentos donde se sienten valoradas, aunque sea una fantasía.
Los hombres inescrupulosos, arropados de egoísmo, saben que hay muchas sintiéndose así; salen a buscarlas por darse un gusto y no les importan las consecuencias. Hay una intención satánica detrás de todo esto.
¿A qué responde esta ola de asesinatos de mujeres que oímos en las noticias a diario? ¿Por qué se multiplica, cada vez más, la agresividad contra la mujer? Las leyes de protección por la violencia doméstica no han logrado evitar esta avalancha incontrolable de destrucción.
Todos los hombres entrevistados después de haber cometido las atrocidades contra sus compañeras declaran que las amaban.
No hay duda de que la mujer está en medio de una guerra espiritual, emocional y física, sin precedentes.
Definitivamente, la sociedad, cada vez más alejada de la figura de Dios le está otorgando a Satanás toda la libertad y la oportunidad de diseminar el virus. Esta epidemia solo la detiene el Espíritu Santo cuando está en control del corazón de los hombres.
Cuando Jesucristo habita en el corazón de un hombre esculpe una nueva ley, unos nuevos principios. Él cambia el corazón de piedra dañado por el pecado y lo torna en un corazón de carne; lo hace sensible a Su Palabra y a todas las cosas hermosas creadas por Dios; sobre todo, hacia la mujer.