La Naturaleza Personal del Espiritu Santo

El hecho de que el Espíritu Santo es una persona se aprecia en innumerables formas en la Escritura. Una de las evidencias primordiales es que la Biblia usa reiterada y sostenidamente pronombres personales para referirse a él. Se lo denomina “él”, y no “esto” ni “eso”.

Además, él hace cosas que asociamos con la personalidad. Él enseña, inspira, guía, dirige, se entristece, nos convence de pecado, entre otras cosas. Los objetos impersonales no se comportan de esa forma. Solo una persona puede hacer esas cosas.

Pero en la Escritura no se considera al Espíritu Santo meramente como persona, sino además como alguien plenamente divino. Esto lo vemos en un curioso relato del libro de Hechos:

Pero un hombre que se llamaba Ananías, junto con Safira, su mujer, vendió un terreno y, con el consentimiento de ella, sustrajo algo del dinero que recibió; así que llevó sólo una parte y la entregó a los apóstoles.

Entonces Pedro le dijo: “Ananías, ¿por qué le permitiste a Satanás que entrara en ti para mentirle al Espíritu Santo y sustraer parte de tu dinero? ¿Acaso el terreno no era tuyo? Y, si lo vendías, ¿acaso no era tuyo el dinero? ¿Por qué decidiste hacer esto? No les has mentido a los hombres, sino a Dios” (5:1-4).

El pecado de Ananías y Safira fue que ellos pretendieron que su donación a la iglesia era más grande de lo que era. Ellos mintieron acerca de la naturaleza de la donación que le estaban haciendo a Dios.

Yo creo que Pedro estaba más preocupado por el estado de las almas de ellos que por la cantidad de dinero que estaban contribuyendo. Nótese, sin embargo, las palabras de la reprensión de Pedro a Ananías y Safira.

Él comenzó preguntando: “Ananías, ¿por qué le permitiste a Satanás que entrara en ti para mentirle al Espíritu Santo?”. Pero concluyó diciendo: “No les has mentido a los hombres, sino a Dios”. Por lo tanto, la mentira que Ananías le dijo al Espíritu Santo en realidad se la dijo a Dios. La clara implicación es que el Espíritu Santo es Dios.

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