Jesús, el Gran Sanador

“Jesús, el gran sanador”, es la esperanza para un mundo quebrantado.

En Mateo 15:29-31, vemos a Jesús como el gran sanador y multitudes acudiendo a Él con sus necesidades físicas, emocionales y espirituales. Cojos, ciegos, mudos y muchos otros fueron sanados, y la gente glorificó a Dios al ver tales maravillas.

El ministerio público de Cristo comenzó con el bautismo del Espíritu Santo. ¿Y no comienza así todo verdadero ministerio? El primer pronunciamiento que se registra de Él es: «El Espíritu del Señor está sobre Mí, por lo cual me ungió para… sanar; … a proclamar… recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos » (Lc. 4:18). Éste es su diploma.

La posición del Sanador.

«Subiendo al monte, se sentó allí» (v. 29). Las acciones, lo mismo que las palabras de Cristo, eran proféticas. Mientras estaba sentado en el monte, grandes multitudes acudieron a Él, y Él los sanó a todos. ¡Qué imagen de la posición y del poder de Cristo!

Él ha subido al monte del cielo, y se ha sentado a la diestra de Dios para dar dones a los hombres. El que quiera puede acudir. Nadie es echado fuera.

Él sana a todos. Ahora se sienta, como lo hizo en aquel monte junto al Mar de Galilea, esperando para poder mostrar su gracia. No se hacen preguntas, no se demanda ninguna paga, no se dan recetas, sino que se imparte ayuda y sanidad instantáneas.

Jesús está sentado ante Dios como la única esperanza y salud para un mundo moribundo. «Miradme a Mí, y sed salvos, todos los confines de la tierra, porque Yo soy Dios» (Is. 45:22).

El carácter de los sanados.

1 LOS COJOS. Aquellos con piernas desiguales, y cuyo andar es inestable, que tienen muchos altibajos. Hay muchos cristianos cojos intentando en vano andar como aquellos cuyas piernas son iguales. De nada sirve tratar de esconder la cojera. Si hay fallos y debilidades, traedlas a Jesús. Él hace andar a los cojos.

2 LOS CIEGOS. Los que caminan en tinieblas. La vida exterior de ellos puede que no evidencia de vacilación en el andar, pero sus mentes están entenebrecidas. No tienen certidumbre; no saben a donde se dirigen. Dependen de manos humanas para conducirlos; no tienen el ungüento del Espíritu Santo. Él puede hacer que los ciegos vean por sí mismos.

3 LOS MUDOS. Éste es un tipo de aquellos que pueden tanto ver como caminar, pero cuyos labios están sellados. Conocen la verdad, y sus acciones pueden ser intachables, pero sus lenguas están mudas para Dios. Bellezas morales, pero mudos espirituales. Este gran Sanador puede también hacer hablar a los mudos.

4 LOS MANCOS. Literalmente, «mutilados». Ésta es una clase muy abundante, y penosa. Una vez tuvieron manos y pies y lenguas para Dios, pero el pecado ha mutilado y echado a perder sus miembros, de modo que ahora son inútiles en el servicio de Cristo.

Una vez tuvieron poder, pero el Espíritu Santo está contristado, y el testimonio de ellos ha quedado mutilado (véase Jue. 16:20). «(Yo) sanaré vuestras apostasías» (Jer. 3:22).

5 LA GRAN COMPAÑÍA INDEFINIBLE. «Y otros muchos.» Entre los de esta clase se encontrarían «toda suerte», los enfermos, los tristes, los enfebrecidos, y los quebrantados de corazón.

Cristo puede sanar toda enfermedad. Todo lo que dificulta nuestro gozo en Dios y nuestro testimonio para Él puede ser confesado como enfermedad. ¿Se trata de cuitas, ansiedad, tendencia a la ira, temor, desesperanza? Él sana todas tus dolencias.

El lugar de la sanidad. «Los pusieron a los pies de Jesús» (v. 30).

El lugar de bendición está a los pies de Aquel que puede andar sobre las tormentosas olas de los dolores de la humanidad (Mt. 14:25).

Aquellos pies sangrantes en la cruz del Calvario proclaman la victoria por medio de su sangre sobre cada pecado a todos los que creen. El camino a este lugar de perfecta sanidad es descender, descender a los pies de Jesús.

Los resultados que siguieron.

Los sanados dieron testimonio. Vieron a los mudos hablar, a los cojos andar, a los ciegos ver, y a los mutilados sanados.

Cada uno de ellos empleó el don recibido para gloria del Gran Sanador. ¡Qué cambio! El poder de Cristo no podía quedar oculto en las vidas de los sanados.

La multitud glorificó a Dios (v. 31). ¿Por qué la multitud ha dejado de maravillarse y de glorificar a Dios en la actualidad? ¿No tenemos acaso al mismo Salvador todo suficiente hoy esperando para darnos completa sanidad, para que nuestras vidas puedan ser dignas de su todopoderosa gracia y poder sanador?

«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, de tal modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5:16

Jesús, sigue siendo el gran sanador

Este relato nos invita a acercarnos a Él con fe, sabiendo que, en Su presencia, no hay herida que no pueda ser sanada ni vida que no pueda ser restaurada. Descubramos hoy el poder transformador de Jesús, el sanador por excelencia.

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