Las Peticiones de Cristo por los Suyos revelan el profundo amor y cuidado que Jesús tiene por aquellos que le siguen.
Las Peticiones de Cristo por los Suyos también destacan su deseo de que experimentemos su gozo completo y seamos enviados al mundo como testigos de su verdad.
Éste es uno de los capítulos de los que dice Baxter, en su obra «El reposo del santo», que «Es de más valor que todos los otros libros del mundo». Pero el velo sobre el corazón tiene que ser quitado, antes que pueda ser vista la gloria oculta.
Ésta no es una oración por el mundo. No ruego por el mundo. Su clamor por el mundo en perdición brotó de su corazón agonizante mientras pendía de la Cruz (Lc. 23:34). Aquí Él ruega por aquellos que le habían sido dados del mundo. Ora que ellos puedan ser:
I. Guardados por el Padre.
Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre (v. 11). Ser guardados en su propio nombre es ser guardados en su propio carácter y semejanza; es ser continuamente reconocidos y reivindicados como sus hijos e hijas. Deben ser guardados en aquel nombre que Cristo les había manifestado a ellos (v. 6). Torreón fuerte es el nombre de Jehová; a Él se acogerá el justo, y estará a salvo (Pr. 18:10).
II. Felices en sí mismos.
Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo completo en sí mismos (v. 13). Aquel que era el Varón de Dolores, experimentado en quebranto, no era extraño a aquel gozo que es en el Espíritu Santo (Ro. 14:17).
Si su gozo hubiera sido sólo en Sí mismo, ¿cómo hubiera podido impartirlo a otros? Pero estando en el Espíritu Santo, podía darlo y lo daba. No se le pide al Pueblo de Dios que ponga una cara sonriente sin poseer un corazón sonriente. Este santo gozo personal es el gozo de la verdadera comunión con el Padre, y con su Hijo Jesucristo, en la comunión del Espíritu Santo (1 Jn. 1:3, 4).
III. Protegidos del diablo.
Te ruego que los guardes del maligno (v. 15, margen). Cristo sabía, por experiencia, los sutiles peligros existentes en ser tentados por el diablo, por lo que ora que seamos guardados de caer en sus añagazas.
Oraréis así: Y no nos metas en tentación, mas líbranos del maligno» (Mt. 6:13, margen). El que es engendrado de Dios, se guarda a sí mismo, y el maligno no le toca (1 Jn. 5:18). Mientras que por fe nos aferramos a Aquel que ha destruido las obras del diablo, Dios nos guardará del Maligno mediante su gran poder.
IV. Santos a Dios.
Santifícalos en tu verdad; Por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos estén santificados en la verdad (vv. 17, 19). Así como Él se consagró, o apartó a Sí mismo por nosotros, Él ora que podamos ser consagrados (separados) para Él. Él dice:
Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo (v. 18). Él dio el mismo mensaje a sus discípulos tras su resurrección (Jn. 20:21). No sois vuestros, sino que, en el propósito de su gracia, habéis sido separados para Sí. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Co. 6:20).
V. Diles a otros.
Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos (v. 20). Cristo esperaba entonces que otros creerían en su nombre por medio de ellos; que las «otras ovejas» que no eran de este pequeño redil oirían su voz por la palabra de ellos, siendo así traídos al un rebaño bajo el un Pastor (Jn. 10:16).
Así alumbre vuestra luz, aquella luz que Él ha hecho resplandecer en vuestros corazones, para que otros, viendo las buenas obras de Dios en vosotros, glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo. Él nos ha bendecido, para que podamos ser hechos bendición. Cuidémonos de que el Santo no quede limitado en su gracia salvadora por nuestra incredulidad (Sal. 78:41).
VI. Unidos unos a otros.
Él también oró: «Que todos sean uno» (v.21). Hay aquí una doble unión. Su petición al Padre es que como hermanos puedan ser uno en sí mismos, y como hijos, puedan ser uno en nosotros como Tú, oh Padre, en mí, y yo en ti. Qué maravillosa sería la comunión cristiana si se pareciera a la comunión existente entre el Padre y el Hijo.
Que ellos sean uno como nosotros, éste es el anhelo del corazón de Cristo (Ga. 3:28). El resultado anticipado de esto es: «Que el mundo crea que Tú me has enviado». El mundo sigue necesitando conocer aquel amor de Dios que envió a su Hijo a salvarlo (Jn. 3:16).
VII. Glorificados con Cristo.
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado» (v. 24). Cuando Él aparezca, seremos como Él.
Aquí estamos más familiarizados con los sufrimientos de Cristo que con la gloria que es ahora suya con el Padre; pero nuestras aflicciones, que son ligeras en comparación con la de Él, están obrando para nosotros de la manera en que las suyas obraron para Él: En una medida que sobrepasa toda medida, un eterno peso de gloria (2 Co. 4:17).
Si sufrimos con Él, seremos también glorificados con Él. Nuestros ojos han quedado a menudo empañados de lágrimas al contemplar sus sufrimientos, pero todas las lágrimas serán enjugadas y todas las cavilaciones de los corazones acalladas cuando contemplemos su gloria.
Las Peticiones de Cristo por los Suyos
No podemos decir de las oraciones de Cristo lo mismo que de las de David, que aquí se acaban», porque siguen siendo cumplidas. Que le seamos de ayuda, mediante nuestras vidas santificadas, para darle a Él estos deseos de su corazón.