La Oración de Salomón

Ésta es la más larga oración del Antiguo Testamento, y puede ser comparada apropiadamente con la más larga en el Nuevo, registrada en Juan 17




La Oración de Salomón. Bosquejos Biblicos para Predicar 2 Crónicas 6:22-42

Ésta es la más larga oración del Antiguo Testamento, y puede ser comparada apropiadamente con la más larga en el Nuevo, registrada en Juan 17. Ambas son intercesoras y para provisión. Este templo, preparado para Dios y henchido de su gloria (v. 14), constituye un hermoso tipo de la persona y carácter del Señor Jesucristo.

Lo que el Templo era para Israel lo es Cristo para el mundo. Lo que Salomón hizo en el estrado de bronce (v. 13), Cristo lo hizo en el madero maldito: abrir el camino para otros al lugar de bendición. Esta oración de Salomón, como la obra de Cristo, reveló un corazón grande y universal. En ella había provisión para:

I. El perjudicado. «Si alguno peca contra su prójimo, y se le exige juramento (…) escucha Tú (…) y juzga» (vv. 22, 23). Pecar contra nuestro prójimo es pecar contra Dios, de modo que aquellos que han sufrido la ofensa de otro puede apelar confiado a Él y esperar que Él dará la paga al impío, y dará al justo conforme a su justicia (v. 23).


Como en la oración de Salomón se hace provisión para el mantenimiento del carácter de los justos, también se hace así en la intercesión de Cristo. Los perjudicados por sus semejantes debieran encomendar con fe su causa al Señor. Él vengará a los suyos.

II. El derrotado. «Si tu pueblo Israel es derrotado delante del enemigo » (v. 24). Aquí tenemos a una clase numerosa. Muchos hay que han caído bajo el poder del enemigo «por haber prevaricado contra» el Señor. El pecado lleva siempre a la derrota (Jos. 7:10, 11). Que el pueblo de Dios sea derrotado ante el enemigo es atraer deshonra sobre el Santo Nombre.

Él quiere que nosotros seamos «más que vencedores ». Pero en el altar del templo había camino de vuelta para los derrotados, al perdón y a la victoria. Por su regreso y confesión, Dios escucharía y perdonaría, y los restauraría de nuevo a la tierra que les había dado (vv. 24, 25). No importaba cuán lejos hubieran sido llevados por el enemigo;

si volvían su rostro hacia la Casa de Dios, confesando sus pecados, se les concedería entonces la liberación. Que así lo hagan aquellos salvos que han sido vencidos por la tentación a pecar, volviendo su mirada de fe a la provisión hecha por Jesucristo en el altar de la Cruz.

III. El sediento. «Si los cielos se cierran y no hay lluvias, por haber pecado contra Ti» (v. 26). Dios tenía maneras diferentes de manifestar su desagrado contra el pecado. En un sentido espiritual, el cielo sigue cerrado, por lo que no descienden lluvias de refrigerio sobre el alma de los desobedientes y de los recaídos.

Un cielo callado y sin respuesta es una terrible calamidad para un alma sedienta, pero esta sed es enviada para volvernos de corazón al terreno de la confesión y de la bendición. «Escucha Tú desde los cielos, y perdona… y darás lluvia» (v. 27).

El camino para escapar a los horrores de un cielo cerrado es guardar «el buen camino» del Señor. Permaneced en Él. Si ha sobrevenido destitución espiritual, sigue habiendo en Cristo provisión para la restauración y el refrigerio. «Mirad a Mí, y sed salvos».

IV. El oprimido. «Si los sitian sus enemigos en la tierra en donde moren; ... si extiende sus manos hacia esta casa, escucha Tú desde los cielos» (vv. 28-30). El pueblo de Dios no iba a quedar exento de pruebas y sufrimientos, ni en sus propias ciudades, en medio mismo de todos sus gozos y privilegios. Salomón cree que si se le permite al enemigo que los asedie y los oprima, ello sería debido a sus pecados, y en su oración él dice:

«Escucha Tú desde los cielos, y perdona». Ningún enemigo puede asediar ni cautivar ninguna alma que anda en comunión con Dios. Es siempre la añagaza del Diablo interponerse entre nosotros y Aquel que es el hogar de nuestros corazones.

Pero si estás realmente asediado de forma que no tienes libertad de salir y entrar en tu servicio para Dios, si te estás fuera de comunicación con el Alto Mando, entonces hay remedio: Extiende las manos de tu fe hacia la morada de Dios, y tuyos serán el perdón y la liberación.

V. El extranjero. También «el extranjero que no sea de tu pueblo» encuentra sitio en el gran corazón de este Rey de Paz. ¡Qué buenas nuevas sería para el extranjero que había venido «de lejanas tierras», llevado por la influencia del «gran nombre» y de la «mano poderosa» de Dios, saber que la puerta de la bendición divina le estaba abierta, y que Dios estaba dispuesto a hacer «conforme a todas las cosas por las cuales haya clamado a Ti» (v. 33).

¿No se acogió a esto el etíope que acudió a Jerusalén para adorar? (Hch. 8:27). Sigue siendo cierto que los nacidos en el país lejano del pecado, y que son extraños a Dios y a su pueblo, pueden tener sus necesidades suplidas si claman al Señor.

«Al que a Mí viene, de ningún modo le echaré fuera». «A todos los sedientos: Venid a las aguas». «Vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo» (Ef. 2:13).

VI. El guerrero. «Si tu pueblo sale a la guerra contra tus enemigos por el camino que Tú los envíes, y oran a Ti hacia esta ciudad… escucha Tú… y ampara su causa» (vv. 34, 35). Es de la mayor importancia que al salir en guerra santa vayamos por el camino por el que Dios nos haya enviado.

La vida cristiana es una guerra, pero no con armas carnales. Poneos toda la armadura de Dios, para que podáis resistir. Orando siempre con toda oración, para que «Él escuche desde los cielos vuestra oración y ruego, y ampare nuestra causa» (v. 35).

En la oración de Salomón, como en la obra de Cristo, se da provisión para una victoria cierta en las guerras del Señor. Guerreros de Dios: mantened vuestro rostro hacia el santo lugar del sacrificio y de la comunión, y Él mantendrá vuestra causa.

VII. Los cautivos. «Si pecan contra Ti, para que los que los tomen los lleven cautivos a tierra de enemigos, lejos o cerca, y ellos vuelven en sí… y oran a Ti… escucha Tú desde los cielos, y ampara su causa, y perdona» (vv. 36-39). El pueblo del Señor nunca podría ser llevado cautivo mientras fueran obedientes a su voluntad. El pecado lleva a la separación de Dios, y cuando quedan separados de Él, caen como fácil presa del enemigo.

La única esperanza para los llevados cautivos por el Diablo, o por los placeres del mundo, es volverse en sí, y volver al Señor, diciendo: «Pecamos, hemos hecho inicuamente». Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar.

El fuego que «descendió de los cielos» (cap. 7:1) cuando Salomón hubo terminado su oración fue prenda de que su oración había sido oída, y que Dios estaba dispuesto a hacer todo lo que se le había pedido.

La venida del Espíritu Santo procedente del cielo, después que Cristo hubiera acabado su obra, es la prueba para nosotros de que Dios está dispuesto a cumplir por nosotros todos los anhelos de su corazón. «Si me pedís algo en mi nombre, Yo lo haré».





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