El evangelista Juan Carlos Harrigan, de origen dominicano reside en USA. A la edad de 14 años recibió a Cristo como su salvador en, San Pedro de Macorís, Republica Dominicana, pueblo característico por dar grandes jugadores de baseball. Con solo catorce años ya se dedicaba a jugar baseball y 4 años más tarde jugando, recibe el llamado de Dios para dedicarse por completo al ministerio de evangelista.
Esto ocurre por medio de un sueño, donde el Señor le permite ver cómo jugando baseball en un estadio en el cual habían multitudes de fanáticos de pronto vio cómo los jugadores desaparecían del terreno de juego, y quedaba él sólo; cómo su ropa de deportista fue transformada a un traje, el bate de baseball se convirtió en un micrófono y las multitudes era transformada en personas con su Biblia en mano, en el sueño Dios le permito ver cómo él, cuando señalaba a la multitud estas caían en el suelo bajo el poder del Espíritu Santo, provocando esto un ardor en su corazón de llevar el evangelio a todos los que conocía y más tarde al mundo entero.
Desde entonces ha estado ministrando la palabra del Señor primero en los campos, luego en los pueblos y actualmente Dios le ha permitido llegar a Centro, Sur América, Estados Unidos y parte de Europa.
Conforme a una revelación dada por Dios donde le decía como su ministerio iba a crecer y contar con la presencia del Espíritu Santo a donde él fuera, Dios iba a respaldarlo con señales, maravillas y prodigios.
Hasta el día de hoy, Dios ha mantenido su palabra en él, por lo cual el evangelista reconoce cómo es simplemente un instrumento en las manos del Señor, en donde Dios hace conforme a su gloria, poder y majestad.
A medida que el Espíritu de Dios se manifestaba a su vida, una necesidad surgió en su espíritu y esta era de impactar a las naciones con la gloria del Señor, de arrebatar de las manos de satanás las almas, y traerlas al reino del Jesús, de aquí nace el nombre de su ministerio, Impacto de Gloria, en donde él cree firmemente que el ser humano, sólo necesita ser impactado por la gloria de Dios para que su vida sea transformada, permitiéndole esto experimentar una comunión intima con su creador, cominión que lo apacitará para vivir una vida de abundancia y de victoria.
