Ni en sus sueños más atrevidos, José podría haberse preparado para lo que estaba a punto de escuchar de su esposa.
- ¿Qué es lo que te molesta, Leslie?
- Nada – Una nube descendió sobre el rostro de ella, a medida que se alejaba de él. Era una pregunta sencilla. La misma que José le había hecho docenas de veces durante sus treinta y cinco años de matrimonio. Y la respuesta de ella era siempre la misma. “Todo está bien”.
- Vamos a caminar –le dijo él-. Es un día muy hermoso. Caminar nos hará bien.E
l clima era perfecto en esa tarde fresca de octubre, y el sol les abrigaba. A José le fascinaba poder estar con su esposa. Le tomó la mano mientras caminaban, deseando que el sol pudiera penetrar el frío de su alma.
Nuevamente intentó llegar a ella.
- ¿Quieres hablarme sobre lo que te está preocupando?
- No es nada, José.
- Mira, estoy intentando que seas feliz hoy. Una caminata en el parque, un tiempo a solas como pareja. Pensé que te gustaría, pero no puedo obtener nada de ti. Pareces estar muy fría.
“Fría. Tienes razón José. Estoy fría. Estoy congelada por mi pasado. También estoy aterrada. ¿Cómo podría contarte sobre los recuerdos que me atormentan? He orado para poder olvidar, pero no puedo. Si te lo dijera, me dejarías. Nunca podrías amarme si supieras. Es mi secreto y tengo que mantenerlo así”.
A medida que Leslie batallaba con sus pensamientos internos, comenzó a llorar.
Oh, grandioso, está llorando de nuevo, pensó José. Solo quería que esto fuera un lindo día. ¿Qué hago ahora?.
- Sentémonos por unos minutos - le sugirió él.
Se sentaron en un banco del parque que estaba debajo de árboles de hojas rojas y robles dorados. Leslie continuaba llorando.
- ¿Qué anda mal, Leslie? Lamento si te parecí duro o abrupto, pero cuando estás así herida quiero ayudarte. Sin embargo solo guardas silencio y no puedo acercarme a ti. Leslie.
- Te amo tanto, José, y tu sabes que me amas en la medida que me conoces – susurró Leslie, enjugando sus lágrimas.
- ¿En la medida que te conozco? Te conozco desde que tenías diecisiete años y te mudaste a aquella casa vieja al final de la calle. ¿Qué quieres decir con eso de que “en la medida que te conozco”? Cariño, te conozco desde hace treinta y siete años, por favor, dime qué es lo que anda mal.
- José, te amo tanto, pero tengo mucho temor.
José sostuvo la mano de ella con firmeza.
- Está bien cariño. Toma tu tiempo. Estás a salvo conmigo. Te amo más de lo que cualquier otra persona sobre la faz de la tierra pudiera amarte.
- José, sé que es así y eso es lo que tengo miedo de perder. Temo que no puedas amarme después que sepas quién soy realmente.
- Siempre te amaré – le susurró José, sin querer perturbar su disponibilidad de hablar.
- Cuando nos conocimos, tú me otorgaste el tipo de amor y respeto que nunca antes había conocido. Ahora sé que no puedo vivir sin ese amor y tengo temor de perderlo. He estado corriendo toda mi vida.
Cuando me mudé a nuestro vecindario siendo joven y te conocí, pensé que podría comenzar de nuevo. Estaba huyendo de algo terrible de mi pasado. Me daba mucha vergüenza decírtelo. Verás..., yo tuve un bebé – Leslie comenzó a sollozar.
- Oh cariño, lo siento mucho. Que cosa tan pesada has cargado todos estos años – él puso su brazo alrededor de ella, y oró en silencio, dándole oportunidad de continuar.
- Tenía catorce años cuando sucedió. Mis padres estaban devastados y avergonzados de mí. Su principal preocupación era que nadie supiera de mi embarazo, así que me enviaron a vivir con mi tía Edna por seis meses.
José acarició el hombro de ella, alentándola silenciosamente a seguir hablando.
- El bebé era una niña. La sostuve por unos minutos y luego se la entregué a la enfermera. Nunca más volví a verla.
- Leslie, qué duro debe haber sido para ti hacerlo. ¡Qué pérdida tan terrible! - le dijo José con ternura.
Alentada por su consuelo y palabras de comprensión, Leslie continuó.
- Luego de conocerte, tú te transformaste en mi todo, y me aterraba pensar que nunca me amarías verdaderamente si lo sabías. He vivido una mentira todos estos años porque no te lo dije. Y deseaba mantener esa mentira por el resto de mi vida. Pero esa esperanza murió hace dos noches.
Leslie inclinó la cabeza y dudó, preguntándose si tendría el valor de decirle el resto.
- Está bien. Puedes decirme.
- Hace dos noches recibí una llamada telefónica. Era mi hija, José. Ella ha estado buscándome y me ha encontrado. ¿Qué voy a hacer? – y se echó a llorar.
José comenzó a llorar también. Rodeó a su esposa con sus dos brazos y juntos lloraron por el engaño, las heridas y las cicatrices del pasado.
Él sostuvo la cabeza de ella contra su pecho y la arrulló, susurrando en su oído:
- Se lo que sea que está por delante, me tienes a tu lado. Nunca te dejaré, cielo. Pasaremos juntos por esto y saldremos mejor. Siempre te amaré. Sin importar qué. Nunca te dejaré.
Aliviada por las palabras de su esposo y fortalecida por su inquebrantable amor, Leslie comenzó a relajarse. José la tomó de nuevo en sus brazos y la abrazó firmemente por varios minutos.
- Dios te ha perdonado Leslie. Y yo también – luego él comenzó a orar-. “Señor, realmente necesitamos tu ayuda. Libera a Leslie de esta carga pesada que ha llevado por tanto tiempo. Ayúdala a aceptar tu perdón y tu amor. Ayúdala a creer en mi amor por ella. Me entrego de nuevo para amarla incondicionalmente por el resto de nuestras vidas. Llena mi amor con el tuyo. Ayúdanos ahora a seguir adelante desde aquí. Amén”.
Este artículo ha sido tomado del libro: Las cinco necesidades de amor de hombres y mujeres
por Dr. Gary y Bárbara Rosberg