El despertador toca, usted se soba los ojos para quitar la somnolencia de su cerebro. Preparado o no, está presto a iniciar otro día de trabajo.
En esos rápidos momentos que preceden a su salida de la cama, ¿qué lo motiva? ¿Qué factor o factores le dan energía para enfrentar las oportunidades y los desafíos del día?
¿Será ganar dinero, cerrar una gran venta con un cliente importante y recibir una buena comisión o dar un enorme paso rumbo a la conquista del tan soñado ascenso? ¿Será el cumplimiento de una meta grandiosa que ha exigido lo máximo de su atención y energía en las últimas semanas? o ¿Tener el reconocimiento de su empresa por su arduo trabajo y su diligencia, ser valorado por sus superiores y compañeros de trabajo?
En su libro “Leadership is an Art” (El Liderazgo es un Arte), el ejecutivo Max DePree, a partir de su propia experiencia, examina el impacto de un buen liderazgo – y de aquel que no es tan bueno – en el mundo de los negocios.
Con relación a la motivación personal en el trabajo él escribe: “Metas y recompensas son solo partes diferentes de la actividad humana. Cuando las recompensas se tornan nuestra meta, estamos empeñados solo en alcanzar parte de nuestro trabajo”.
Al leer esta afirmación es posible que usted esté rascándose la cabeza y preguntándose: “¿Qué quiere decir con eso: si las recompensas se transforman en metas, estamos buscando solo parte nuestro trabajo? ¿No es éste el propósito del trabajo – recibir el pago y alcanzar realizaciones dignas de reconocimiento? Si entendemos correctamente a DePree, su respuesta a eso es un enfático “no”.
Él no está sugiriendo que metas y recompensas no sean partes válidas del trabajo, sino que inclusive cuando las metas permanecen distantes y no hay recompensa o reconocimiento significativos a la vista, el trabajo todavía tiene valor intrínseco para nosotros mismos y para otras personas.
En busca de una perspectiva desafiadora sobre el trabajo, y por qué lo desempeñamos, vamos a consultar una fuente no común: ¡La Biblia!
. El trabajo es una institución divina. En el relato de la creación, Dios ordenó a los primeros seres humanos: “…Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra, y sojuzgadla…He aquí que os he dado toda hierba que da simiente, que está sobre la faz de toda la tierra; y todo árbol en que hay fruto de árbol que da simiente, seros ha para comer” (Génesis 1:28-29).
. El trabajo refleja el carácter y la naturaleza de Dios. El primer capítulo de Génesis relata todo lo que Dios hizo y el segundo comienza afirmando: “Y acabó Dios en el día séptimo su obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho. Y bendijo Dios al día séptimo, y santificó, porque en él reposó de toda su obra que había Dios creado y hecho.” (Génesis 2:2-3)
. El trabajo debe tener un enfoque divino. Si creemos que Dios nos dio talentos y habilidades únicas, dándonos también un lugar específico donde utilizarlos, debemos esforzarnos para usarlos de una manera que lo honremos y agrademos. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de ánimo, como al Señor, y no a los hombres” (Colosenses 3:23).
. El trabajo disminuye nuestra dependencia de otros. En la vida nos necesitamos unos a otros. Y la mayoría de nosotros admite que necesita de Dios. Pero a través del trabajo encontramos realización, dignidad y medios para suplir nuestras necesidades cotidianas. “Y que procuréis tener quietud, y hacer vuestros negocios, y obréis de vuestras manos de la manera que os hemos mandado…y no necesitéis de nada. (I Tesalonicenses 4:11-12).
. El trabajo es responsabilidad de todos. Alguien dijo: “Amo el trabajo; ¡podría quedarme mirando a las personas trabajar el día entero!” Pero nadie está libre de la responsabilidad – y del privilegio – de trabajar, sirviéndose a sí mismo y a otros. “Porque aun estando con vosotros, os denunciábamos esto: Que si alguno no quisiere trabajar, tampoco coma.” (II Tesalonicenses 3:10).