Hay que tener cuidado de usar entidades o clasificaciones psicopatológicas apresuradamente.
“Es tal la angustia que me invade, que me siento morir” (Mateo 26:38), palabras de Jesús en el huerto de Getsemaní.
“Estoy harto, Señor, quítame la vida”... (1ra. de Reyes 19:4), palabras de Elías bajo el enebro cuando deseaba morir.
Son dos expresiones que se asemejan, pero que no dicen lo mismo.
Hay una diferencia entre el estado de aflicción de Jesús y el de Elías.
Jesús llegó a expresar “ has pasar de mí este trago amargo... pero no sea como yo quiero sino como quieres tú.”
Elías (el triunfador) pidió a Dios que le quitara la vida con un sentimiento de autodesprecio: “no soy mejor que mis padres”. Hasta Dios le dijo: “Elías, ¿qué haces ahí?”
Actualmente escuchamos hablar de depresión para referirse a estados de pena, tristeza... pero no siempre –ante estos sentimientos- podemos hablar de depresión.
Nos encontramos con nuestros parientes, con nuestros amigos, compañeros de trabajo o estudio y con hermanos de la iglesia, a los cuales queremos llevar consuelo, presentarles a Jesús, pero a quienes la familia o nosotros mismos etiquetamos y ligeramente decimos: “está con depresión”.
Cuando hablamos de depresión, nos referimos a un estado patológico... así que, ¡cuidado! No declaremos ni diagnostiquemos enfermedades donde no las hay. Hay que tener cuidado de usar entidades o clasificaciones psicopatológicas apresuradamente.
Si una persona tiene un tumor no necesariamente tiene cáncer; si tiene un carcinoma, no nos atreveríamos a declarar que tiene una metástasis, sin que esto haya sido confirmado, luego de una seria investigación médica con los métodos adecuados.
Advierto de está manera, porque durante las ministraciones suelo escuchar serias confusiones al nombrar ciertas alteraciones del estado de ánimo.
¿Cuál es el riesgo? No ayudar como corresponde.
En el caso de duelo y depresión son bien diferentes los abordajes, la ayuda que puede ser útil y la actitud más recomendable.
De hecho, el duelo no se trata, no tiene indicaciones de tratamiento; pero la depresión sí.
Dios trató a Elías durante su depresión: lo atendió, le dio descanso y le envió comida.
Un signo solo, por ejemplo, “falta de interés” no alcanza para definir una depresión, como tampoco un estado de tristeza.
Hablar de depresión implica reconocer ciertas distorsiones en cómo se perciben los hechos reales y cierta anormalidad en cómo encarar la vida.
Quiero recordarte la esencia del ministerio de Jesucristo descripto en Isaías 61:1-4.
“El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí ,por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sion. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia, plantío del Señor, para mostrar su gloria. Reconstruirán las ruinas antiguas, y restaurarán los escombros de antaño; repararán las ciudades en ruinas, y los escombros de muchas generaciones.”
“Consolar enlutados” tiene dos sentidos, por pérdida o por pecado; el segundo caso podemos verlo en Isaías 57:18 “He visto sus caminos, pero los sanaré los guiaré y los colmaré de consuelo.”
Aquí le está hablando al pueblo de Israel que había caído en idolatría.
Un pueblo enlutado por la influencia de su pecado.
“Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor”. (Romanos 6:23)
Cuando estamos frente a alguien deprimido debemos pedir discernimiento al Espíritu Santo para saber si el origen de su depresión está en algún pecado no confesado que enluta su vida.
Pero no toda depresión es producto del pecado. Tampoco se trata necesariamente de un fracaso espiritual.
Elías dice “basta”, “quiero la muerte”. Elías venía de un triunfo (venció a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal) y tuvo un descenso emocional.
Esto sucede algunas veces después de logros personales y de grandes victorias espirituales. Pero Elías vivió ese gran triunfo como una señal de fracaso espiritual.
Podemos decir que Elías no tenía bien orientadas sus percepciones acerca de lo que realmente le estaba sucediendo. Percibió el éxito como fracaso ante la sola amenaza sarcástica de Jezabel (1ra. Reyes 19:2) de que al día siguiente su cabeza estaría como la de esos profetas de Baal (decapitados)... y se desmoronó.
Siempre me pregunté ¿qué pasaría por la mente de Elías que lo llevó a confundirse de tal manera?, ¿qué le pasaría a Elías que lo llevó a apreciar más el comentario de un enemigo derrotado que la victoria que Dios le había otorgado?
Tristeza
¿Qué es tristeza? Es un estado de ánimo.
Tristeza es sinónimo de congoja, dolor, vacío, aflicción, pena, compunción, desconsuelo, pesar, por las cosas que –ya lo dijo Jesús- nos pueden suceder en este mundo.
“Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En el mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.” ( Juan 16:33)
Observa como Pablo describe su tristeza en la carta a los Romanos, por los que están sin Cristo, por “las almas”.
“Me invade una gran tristeza y me embarga un continuo dolor.
Desearía yo mismo ser maldecido y separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza, el pueblo de Israel.” (Romanos 9:2-3)
Cuando sentimos un profundo amor por un ser querido (un hijo) solemos expresar nuestra pena, nuestra tristeza, diciendo: “que esto me pase a mí” o “preferiría sufrir yo esto”. Lo decimos apasionadamente, con esa misma pasión el apóstol Pablo expresa su sentimiento por las almas en el pasaje antes mencionado.
Esto es tristeza.
Veamos la tristeza de Jesús en el Huerto de Getsemaní.
“Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: ‘Siéntense aquí mientras voy más allá a orar.’ Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse triste y angustiado. ‘Es tal la angustia que me invade, que me siento morir –les dijo-. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo.’” (Mateo 26:36-38)
Así les compartió Jesús su estado de ánimo a Pedro y a los hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan. Jesús habló de su alma abrumada, les habló de una tristeza mortal.
Un alma abrumada y un espíritu atribulado necesitan tener con quien desahogar su pena y dar lugar a las congojas. Jesús buscó apoyo: “quédense aquí y manténganse despiertos conmigo”.
Pero sus amados discípulos eran pobres para el consuelo.
La tristeza nos impone la necesidad de compartir la pena, porque el alma está abrumada. Buscamos apoyo, “quédense aquí y manténganse despiertos conmigo”, dijo Jesús.
¿Qué abrumaba a Jesús?
Se han hecho muchas interpretaciones sobre el vs. 39 del capítulo 26 de Mateo: “Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: ‘Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieres tú’.”
El trago amargo era el “no” a la muerte física; muerte que equivalía a pagar el rescate por muchos:
“...así como el Hijo del Hombre no vino para que le sirvan sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:28)
El trago amargo es la separación de Dios para pasar a ser sustituto del pecador. Mateo 27:46
“Como a las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?)”
Él muere abandonado para que muchos no seamos abandonados.
Lo cierto es que suceden cosas que no coinciden con nuestro propio anhelo, con nuestro fin en la vida, y tenemos que considerarlas, emocionalmente, imposibles de evitar. Y estas cosas imposibles de evitar son las pérdidas y el dolor.
Conocemos la causa que nos aflige, podemos expresarlo, buscar, esperar y recibir apoyo y ayuda.
Depresión es otra cosa.
Depresión por el pecado
El pecado trae culpa por la desobediencia y la transgresión conocida.
Vemos en Adán y Eva como Dios “mandó” (Gn. 2:16) lo que sí (de todo árbol del huerto podrás comer) y lo que no (más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque ese día morirás).
Ellos se hicieron delantales con hojas de higueras porque se vieron desnudos, tomaron conciencia del pecado.
Luego se escondieron y en Génesis 3:10 Adán dijo:“Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí.”
El pecado y su abatimiento causan un sentimiento de culpa concreto, que tiene relación con una actitud o acción especifica, personal y puntual; en estos casos puede haber una depresión por una trasgresión real.
Conozco el caso de alguien que durante años proclamó la victoria del Señor por no consumir más droga. Luego viene la tentación y regresa al consumo de droga, entonces, previo enojo declara: “hoy no puedo proclamar victoria porque la perdí”.
Las raíces de la depresión (que no tiene que ver con pecado) suelen ser muy profundas y complicadas. La sensación de culpa está en la base de la depresión, pero es de tono más vago, es imprecisa, tiñe todos los aspectos de la vida de un halo de angustia y condenación.
Puede tratarse de una “seudo culpa” (culpa falsa) como en el caso del abuso sexual infantil. Y también puede haber pecado (odio, resentimiento, rencor), pero no está a la luz. No tiene relación directa.
(Ante cualquier síntoma de depresión consulte a un medico)
Para mayor información consulte el sitio Web del autor: www.sanidadinterior.com