Si tú quieres pertenecer a la iglesia que Dios está restaurando, tienes que abrir tu corazón y recibir estos principios, dejando que se arraiguen muy hondamente en tu vida.
¿Sabes porqué el cielo es cielo? No porque haya calles de oro, o puertas de perlas; el cielo es el cielo porque en él reina Jesucristo, y todos los que están allí hacen su voluntad. Y cuando Cristo reine a través de estos cuatro principios en tú hogar, éste será un pequeño cielo aquí en la tierra.
Aunque el piso no sea de oro ni tengas alfombra de Persia, aunque solo tengas un piso de tierra y paredes de cartón, tu ranchito te parecerá un palacio si Cristo es el Rey allí.
¿Qué significa que el reino de Dios entre en el hogar? Pues mira, en tu hogar hay un trono, un lugar de preeminencia, y en ese trono debe estar sentado Jesucristo. Cada uno de los miembros del hogar debe responder a las órdenes del que está sentado en el trono. Cuando se establéese esta relación con Cristo, se puede afirmar que el reino de Dios ha llegado a ese hogar.
Un hogar está formado, básicamente, por una doble relación. La primera es la relación marido-mujer, y la segunda, Padres-hijos. Esta es la estructura familiar básica.
El resto de la familia -Abuelos, cuñados, sobrinos- que conviven bajo el mismo techo, debe sumarse a esta estructura principal que Dios a constituido como base. La Biblia nunca da instrucciones a los abuelos o tíos; habla a los esposos, a las esposas, a los padres, a los hijos; porque esta es la estructura que sustenta la familia.
Y los principios de Dios para cada una de estas cuatro partes son esenciales para el desenvolvimiento del núcleo familiar.
Para las casadas
El primer principio está dirigido a las casadas. ¿Qué le dice el Rey a ellas?
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor (Efes. 5:22).
Esta es la orden del Señor para las casadas, el principio del reino de Dios para ellas.
¿Por qué Pablo, cuando habla del hogar, tanto en Efesios como en Colosenses, siempre empieza por las casadas? Es porque la primera en subordinarse debe ser la que sigue inmediatamente después de la autoridad principal.
Tomémoslos el ejemplo de un batallón del ejército. Dentro de él, tenemos soldados rasos, luego cabos, un teniente y un capitán. Los soldados deben obedecer al cabo, al teniente y al capitán., El cabo debe obedecer al teniente y al capitán, Y el teniente debe obedecer al capitán.
Si el batallón va a tener orden, el primero en demostrar sujeción debe ser el teniente. Si él no lo hace, si cuando el capitán le ordena algo él dice: “No tengo ganas de hacerlo”, tampoco sus subordinados le van a obedecer cuando él les dé una orden.
Moralmente, ellos quedan libres para desacatarse. La autoridad, entonces, se resquebraja y en el cuartel comienza a reinar la anarquía.
Así ocurre también en el hogar. Si la mujer no se sujeta a su marido, lo0s hijos se sienten libres para desobedecer a los padres; la autoridad ya no existe y reina la rebelión. La mujer debe obedecer a su marido e imponer con su conducta una imagen de respecto y de sujeción reafirmando el principio de autoridad. Ella debe sujetarse a su marido para que Cristo reine en su hogar.
Si el marido es un hombre impulsivo, iracundo, y la mujer no se sujeta, va a haber problemas todos los días: Discusiones, grito, malentendidos, ofensas y contiendas. Si el marido es demasiado “Bueno” y “no le molesta que se haga lo que ella dice” para que no halla gritos ni peleas, tampoco así va a reinar Cristo en ese hogar, porque no se estará respetando es orden divino para al familia.
Para los maridos
El segundo principio está dirigido a los maridos. Cuando hay que poner disciplina en el hogar, empezamos por los hijos… ¡Un momento! Si la casada no respeta a su marido, no espere que los hijos respeten y obedezcan a su padre. Si el marido no trata a su esposa como corresponde, no esperen que los hijos se traten correctamente. Dios comienza por ordenar el matrimonio. ¿Cuál es el mandamiento del Rey para los maridos?
Maridos, amad a vuestras esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella (Efes. 5:25).
Vosotros, maridos, igualmente vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo (1 Pedro 3:7)
El principio del Rey para el marido es: Amar a su esposa y tratarla como a un vaso frágil, dándole un honor especial. Debe asistirla con ternura, con delicadeza. Si el marido no ama a su esposa y no la trata como un baso frágil, Cristo no puede reinar en ese hogar.
Para los que conocemos las Escrituras estos textos no son ninguna novedad. ¡Los sabemos de memoria! Pero nuestro mayor problema es que lo hemos aprendido al revés. Los maridos saben de memoria el texto que corresponde a las esposas y las mujeres saben de memoria el texto que corresponde a los maridos. Entonces cada vez que ocurre una discusión o una pelea, el marido le dice a la mujer:
--La Biblia dice: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos”.
Y la mujer responde: “Maridos. Amad a vuestras mujeres… y tratadlas como a un vaso frágil.” ¡Y tú me estás tratando como a un trapo de piso!
La Biblia dice a cada uno cuál es su responsabilidad. “Qué la esposa se sujete… que el marido ame a su mujer…” Si la mujer no se sujeta al marido, Cristo no reina allí. Pero, si el marido quiere sujetar a su mujer por la fuerza, tampoco Cristo está en eso.
La Biblia no dice: Maridos, sujetad a vuestras mujeres. Expresiones como estas: “Me vas a obedecer… Acá mando yo…”, etc., evidencia que Cristo no reina en ese hogar. El Señor dice al marido lo que el marido debe hacer. Marido, éste es el mensaje para ti: Ama a tu mujer y trataba como a un vaso frágil, con cariño, con ternura, en todo momento.
“Yo la voy a tratar bien, siempre que ella me obedezca…” Tu comportamiento no debe ser una respuesta a la conducta de tu mujer, sino una respuesta al Rey y Señor de tu vida. ¿Quién manda en tu vida? Si Cristo es tu Señor, debes comportarte como El manda.
La mujer tampoco tiene derecho a decir: “Yo le voy a obedecer y me voy a sujetar, si él me trata como corresponde.” De ninguna manera. Pedro dice lo mismo aun a las esposas de los incrédulos. Aunque tu marido sea incrédulo, igual es tu marido y, por lo tanto, tu cabeza. Aunque él no te trate como corresponde, igual tienes que sujetarte, y mostrar que Dios reina en tu vida y a través de tu vida en tu hogar. La respuesta de cada uno no debe estar condicionada al comportamiento del otro.
La actitud del marido debería ser: “Así ella me obedezca o no, siendo mi esposa la voy a amar y a tratar como Cristo enseña.”
A su vez, la mujer tendría que decir: “Así él me ame o no, me trate bien o mal, siendo mi marido, me voy a sujetar a él y le voy a obedecer.” Las discusiones en un hogar se terminan cuando cada uno asume su responsabilidad frente al Señor.
Por lo tanto, maridos, ¡Devuelve el texto a tu esposa! Nunca más pongas en tu boca el mandamiento de Dios a las casadas. Y a ti, esposa, ¡Devuelve el texto a tu marido! Nunca más repitas el mandamiento de Dios a los maridos.
Cada vez que halla conflicto en la casa, pregúntate: ¿cuál es el mandamiento de Dios para mí? ¿Cuál es la parte que a mí me toca hacer? ¿Cuál es mi orden? (A fuerza de repetir la del otro, ni recordamos la nuestra). Aprende de memoria tu mandamiento. Apréndelo, y repítelo cada vez que surja una dificultad. ¡Se van a acabar los problemas cuando cada uno haga su parte delante del Rey!
Aunque no te guste, es una orden: Casadas, sujetaos… Maridos, amad…
Ten en cuenta que no dice: “Casadas, sería muy bueno que obedecieran.” No, Es una orden. ¡Y Cristo es el que da! ¿Te das cuenta cómo se solucionarían muchos problemas que hoy tenemos en casa si en ella se respetasen los principios del reino de Dios?