El plan de Dios para la sexualidad
El plan de Dios para la sexualidad humana es que la vivamos de acuerdo a los principios y valores cristianos que nos guían en todos los aspectos de la vida. Como hemos visto, será fundamental aceptar el cuerpo y los placeres del cuerpo como creación y don divino, para disfrute del ser humano, dentro de su ordenamiento y de acuerdo a los preceptos morales y éticos de la comunidad en que vivimos.
El plan de Dios para la sexualidad humana es que vivamos de acuerdo a los principios y valores cristianos que nos guían en todos los aspectos de la vida
La sexualidad de acuerdo al plan de Dios es aquella que se vive con responsabilidad y prudencia, orientada por el principio eterno de que Dios es amor. Bajo este principio se hace necesario definir lo que verdaderamente es el amor según la visión de Dios:
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Corintios 13.4-7, NVI) Por lo tanto, la sexualidad orientada por el amor está marcada por estas características, reconoce al otro, y se refiere a un vínculo más que a una función puramente biológica.
El fin último no es la copulación y el consiguiente placer momentáneo, sino que va más allá de lo puramente genital. El amor expresado en la sexualidad no se impone ni trata de dominar, procura la libertad y la realización de la otra persona, y eleva su dignidad.
De acuerdo a este concepto, el amor expresado en la sexualidad está fundamentado en el dominio propio, y es bondadoso en la medida en que busca la realización del otro al tenerle en alta consideración.
El fin último no es la copulación y el consiguiente placer momentáneo. La sexualidad va más allá de lo puramente genital A través de una sexualidad así entendida se genera espacio para el respeto mutuo. Más que palabras románticas y caricias vacías que tienden a satisfacer las necesidades propias, aquí lo que está implícito es una voluntad de sacrificio en busca del bienestar del otro.
Cuando se vive la sexualidad de esta forma, no hay imposiciones egoístas, se genera libertad para la expresión franca y sincera de los deseos y expectativas de ambos, y se da la oportunidad de tomar decisiones acertadas en función de estas expectativas y deseos.
Este tipo de sexualidad permite que se desarrolle la confianza y el compañerismo en la relación, y contribuye a que ambos crezcan individualmente. El amor no roba la ilusión, sino que la fortalece. El amor no causa perjuicio o daño a la otra persona ni a sí mismo.
El amor hace grande a los dos. El amor procura la libertad y la realización de la otra persona, y eleva su dignidad Bajo estas premisas, podríamos decir que, en una sexualidad de acuerdo al plan de Dios, las personas experimentan: Amor Afecto Confianza, sensación de seguridad y compromiso Respeto por la vida. (Las personas piensan así: «No someto a otros, ni me someto a mí mismo a daños y perjuicios».) Ejercicio de la libertad con responsabilidad.
(Se toman decisiones como la siguiente: «Me conozco y me domino, para actuar de acuerdo con mis convicciones».) Siendo la sexualidad algo tan importante, existe la conciencia de compartirla con alguien especial con quien exista una relación fuerte, a quien se le dé valor y respeto a su tiempo y necesidades.
El ejercicio pleno de la sexualidad se enmarca dentro de un proyecto de vida, por lo que es necesario un tiempo de preparación y deliberación para ello. El amor hace grande a los dos