Cuando una madre y un padre muestran hostilidad y desprecio el uno hacia el otro, sus hijos sufren.
Efesios 4:26-27, 29-32; 5:2,4, 19-20
La Palabra es eficaz y clara en todo tiempo y lugar.
Si leyéramos los textos de nuestro tema lo podemos relacionar con cualquier situación beligerante de las relaciones humanas.
Pero como en nuestra página tratamos exclusivamente temas sobre el matrimonio y la familia (¡Aunque que área, momento, situación y problemática de toda nuestra vida no tiene que ver con ellos..!) nos referiremos a la forma en que resolvemos, o no, nuestras diferencias, especialmente conyugales afectan a nuestros hijos y sus futuros.
En nuestro pasaje existen palabras fuertes y sobre todo tristes en la experiencia de las malas relaciones interpersonales familiares: “Airaos, no pequéis, enojo, dar lugar al diablo, palabra corrompida, amargura, ira, gritería, calumnias (maledicencia), malicia, palabras deshonestas, necedades y groserías (truhanerías). Desgraciadamente este es un tremendo “equipo con suplentes”, de ambas partes, en las contiendas de muchos hogares hoy.
La angustia infantil
Los niños, aquellos cuya niñez no les ha sido arrebatada por alguna catástrofe natural, conflicto bélico en su país, por la orfandad, la explotación u otras tragedias, quizás no vivan una vida de angustia y desesperación, pero tienen sus dramas.
Debemos considerar estos dramas como esperables en la infancia. Aunque no lo recordemos, todos cuando niños alguna vez nos hemos sentido incomprendidos, inútiles, malqueridos, con temor a ser abandonados, terriblemente culpables o malos.
Hasta hace poco tiempo esa angustia existencial se vivía en silencio. Hoy en día, los niños expresan con más naturalidad sus dificultades y sus miedos. Son muchos los niños afectados por esta situación. Esta situación ha dejado de ser excepcional para pasar a ser bastante habitual.
Si pedimos a un adulto -cuyos padres no tuvieron un matrimonio feliz- que describa los recuerdos de su niñez, es probable que escuchemos historias de tristeza, confusión, falsas esperanzas y amargura. Sus padres pueden haber divorciado, o haber sido esas parejas que sólo seguían juntos "por el bien de los niños".
No importa, para el tema que estamos tratando, si una pareja está casada, separada o divorciada; cuando una madre y un padre muestran hostilidad y desprecio el uno hacia el otro, sus hijos sufren. Esto ocurre porque el desarrollo de un matrimonio -o un divorcio- crea una especie de "crisis afectiva-emocional" en los niños.
Así como un árbol (Sal. 128:3b, 144:12ª) se ve afectado por la calidad del aire, el agua y el suelo en su medio, la salud emocional de los niños está determinada por la calidad de las relaciones íntimas que los rodean.
Sus interacciones como padres, influyen en las actitudes y logros de sus hijos, la capacidad para regular sus emociones para llevarse bien con los demás. En general, cuando los padres se preocupan y se apoyan mutuamente, la felicidad emocional aflora en los hijos. Pero los niños que están constantemente expuestos a la hostilidad que existe entre sus padres, pueden toparse con riesgos que ni siquiera son capaces de advertir.
Síntomas preocupantes
No hay ninguna duda de que los niños se sienten afligidos cuando son testigos de las peleas de los padres. Sus reacciones varían entre: el llanto, quedarse inmóviles, tensionados, taparse los oídos, esconderse (o por lo menos taparse los ojos, creyendo que así dejará de existir tan terrible escena).
Incluso los niños más pequeños, reaccionan ante las discusiones de los adultos con cambios fisiológicos tales como el aumento del ritmo cardíaco y la presión sanguínea. El estrés de vivir con el conflicto de los padres puede afectar el desarrollo del sistema nervioso autónomo de un pequeño, el cual determina la capacidad del niño para resolver problemas y por consiguiente aparecen los síntomas en su proceso de aprendizaje, por más inteligente y madura que sea la criatura..
Los hijos de las parejas muy conflictivas obtienen clasificaciones más bajas. La gran tragedia educativa de nuestro tiempo es que muchos niños están fracasando en la escuela, no por problemas intelectuales o físicos, sino por sus "desequilibrios" emocionales, producto del ejemplo emocional que reciben en el seno de sus hogares.
Los niños educados por padres cuyos matrimonios se caracterizan por la crítica, la posición defensiva y el desprecio, tienen muchas más probabilidades de mostrar una conducta antisocial y agresiva hacia sus compañeros de juego. Tienen mayores dificultades para regular sus emociones, concentrar su atención y calmarse a sí mismos cuando se sienten perturbados. También, el "maltrato emocional " recibido por un niño puede manifestarse en problemas de salud, que pueden ir desde tos y resfríos hasta llegar a cuadros de estrés crónico.
• Las formas adecuadas de abordar los conflictos entre padres, pueden ser aprendidas por ellos cuando las maneras son las apropiadas y dentro de un marco espiritual las cuales servirán como un amortiguador adecuado contra los efectos perniciosos de los conflictos matrimoniales y familiares en general.
• Los padres cuyos matrimonios son insatisfactorios, ofrecen un mal ejemplo a sus hijos sobre la forma de relacionarse con los demás. Los niños que son testigos de la agresividad, beligerancia o desprecio de sus padres entre sí, tienen más probabilidades de mostrar esta misma conducta en sus relaciones con sus amigos.
• Al carecer de modelos que les enseñen cómo escuchar con empatía (ponerse en lugar del otro) y resolver los problemas en forma cooperativa, los niños siguen el libreto que sus padres les han enseñado, un libreto que afirma que la hostilidad y la actitud defensiva son respuestas adecuadas para el conflicto y que la gente agresiva consigue lo que quiere.
Posibles reacciones del niño
Las consecuencias que sufre el hijo de padres conflictivos estarán más relacionadas: con las desavenencias familiares previas y asociadas a la separación y con el papel que hacen jugar al niño en la separación más que con la propia separación.
Esto, junto con la edad y la madurez del propio niño condicionarán la forma cómo esta separación influirá en su desarrollo.
Reacción de ansiedad, e incluso angustia, durante el conflicto. Suelen sentir miedo. Lloran a menudo y esto les tranquiliza. No cargar las tintas amenazándolos o castigándolos por ello.
Insisten una y otra vez en el deseo de que los padres vuelvan a estar juntos. Hasta que no aceptan que esto no es posible, se muestran muy tristes e infelices. Acabarán aceptando que esto no es más que una fantasía.
Como influye la edad y madurez del niño
En la primera infancia (hasta 7 años), dispone de menos mecanismos para elaborar lo que está pasando. En consecuencia, suelen aparecer manifestaciones de ello a través del cuerpo: molestias abdominales, vómitos, dolores de cabeza. Probablemente también aparezcan trastornos en el sueño y en la alimentación
Entre la segunda infancia y la preadolescencia (de 8 a 12) puede sentirse la causa de dicha separación y, por tanto, sentir gran culpabilidad. Suelen aparecer depresiones con fases más agresivas, repercusiones en el rendimiento escolar, regresiones a edades anteriores (vuelven a surgir comportamientos de etapas superadas).
En hijos ya más mayores (de 12 en adelante) suele desarrollarse una hipermadurez en parte positiva, pero a la vez peligrosa que pretende negar la autoridad de sus padres.
Los puntos más conflictivos y de constante discusión de los padres suelen ser: los hijos, el dinero y las nuevas relaciones. Intente ser objetivo y no intentar poner al hijo de su parte. Hay que intentar solucionar estas cuestiones, sin involucrar a los hijos.
Sin embargo hay esperanza...
Aunque esto puede resultar perturbador para los padres que están experimentando un conflicto matrimonial, hay esperanzas. En especial para las parejas de padres que se sientan motivadas por cuidar y dar un buen ejemplo a sus hijos.
Las primeras y más importantes lecciones que una pareja de padres debe aprender son que:
• No es el conflicto entre los padres, que ya es perturbador en sí mismo, lo que resulta tan perjudicial para los niños, sino la forma en que los padres manejan sus disputas, o sea la intensa hostilidad y la mala comunicación que puede desarrollarse entre ellos.
• Por último y lo más importante, se tiene que tener la voluntad de obedecer a Dios. El pasaje que nos acompaña tiene también palabras reparadoras y sanadoras de toda herida emocional: “no pecar, no dar lugar al diablo, tener palabras buenas y edificadoras que sean de bendición, ser bondadosos, compasivos, perdonadores, andar en amor, tener acciones de gracia, alabando al Señor en nuestros corazones y dándole gracias por todo”. Este es otro equipo. ¿Cuál integramos? Depende exclusivamente de nosotros decidirlo.