Hoy, la expresión “Transformación de Comunidades” es bastante común. Desde que el hermano George Otis, Jr., presentara el video “Transformaciones I” en el Congreso Mundial de Intercesión, Guerra Espiritual y Evangelismo, en octubre de 1998, ha vendido millares de copias y su impacto ha llegado a todos los continentes de la Tierra.
Los maravillosos testimonios dados a conocer en el video acerca de lo que Dios ha hecho en lugares como la ciudad milagro de Almolonga en Guatemala o la ciudad de Cali, Colombia, han brindado inspiración y fe a cientos de ministerios alrededor del mundo que han decidido creer y trabajar para ver a Dios manifestarse en sus ciudades y naciones.
Apesar de que el vocablo “transformación” es cada día más popular hoy se celebran conferencias en muchos lugares con ese nombre, me parece que todavía no existe un consenso acerca delsignificado exacto de lo que se intenta transmitir cuando se lo emplea.
Existen tantas versiones del “producto terminado” como casosparticulares o ejemplos hay. Nuestro trabajo será el de tratar de esbozar una estrategia que podamos poner en práctica aquellos de nosotros que anhelamos ver la transformación de nuestras ciudades y naciones.
El deseo de contribuir a la formación de ese concepto y aportar el fruto de lo que, a Dios gracias, hemos observado y aprendido en cuatro años de trabajo en el “ministerio de transformación”, constituyen la razón del libro que el lector tiene en
sus manos.
Pretendo exponer la dinámica existente en la relación que une el avivamiento con la transformación, y examinar con detalle algunas lecciones positivas resultantes de avivamientos que produjeron una verdadera transformación en la sociedad en la que ocurrieron.
Una cuestión de paradigmas A pesar de que el cristianismo es literalmente una manera de vivir que descansa sobre la esperanza (Zacarías 9:12 es uno
de mis versículos favoritos), no somos totalmente ajenos a la idea del pesimismo cristiano acerca de la felicidad en esta Tierra. Este pesimismo ha sido parte de nuestra historia y de nuestra mentalidad y, aunque no nos percatemos de ello con facilidad, dejar atrás esa manera de pensar es, precisamente,
uno de los grandes desafíos para los que hemos pasado del catolicismo a esta nueva vida en Cristo Jesús.
De alguna manera ese tipo de pensamiento se coló en la cultura cristiana y generó maneras de pensar como el fatalismo, en el cual poco importa lo que hagamos o dejemos de hacer.
Habrá que recordar acá el deísmo, que consideraba al universo como una gigantesca máquina que Dios había creado y, luego, había dejado funcionando separada de Dios mismo, para nunca más intervenir en su funcionamiento.
A la idea de que no podría conseguirse nunca la felicidad en esta Tierra, se unía la explicación de que todo lo bueno habría de llegar con la “otra vida”. Claro, la una validaba a la otra.
Ernest Lee Tuveson, afirma que, hace unos trescientos años, se generó en el protestantismo un concepto que comenzaría a revertir aquella idea. Dio inicio lo que se ha dado en llamar el “optimismo cristiano” acerca del futuro de la humanidad y el futuro de la sociedad.1
Fue el siglo XVII el que marcó el inicio de esta nueva manera de pensar (que sin duda ya podía predecirse a razón de la Reforma). Poco a poco ganó importancia la idea de que Dios no solamente redimía individuos, sino que la suma de estos, o sea la sociedad, también sería susceptible de ser redimida y a esto se aunó el concepto escatológico de que Dios había profetizado la derrota de Satanás.
Se necesitaba este cambio de mentalidad para que pudiera desarrollarse la teología y la filosofía que sustentarían a la esperanza de cambio. Y la historia nos hace pensar que el viaje de los peregrinos hacia Norte América en la búsqueda de una tierra lejana para labrarse un nuevo y diferente futuro, es una de las consecuencias de ese nuevo optimismo.
Hoy es un concepto generalmente aceptado el que afirma que Dios contesta las oraciones de sus hijos y que Él está tan interesado o más en nuestro bienestar que nosotros mismos. No solamente en el mundo venidero, sino también en el presente (Juan 10:10).2
El poder transformador de Dios
El cristianismo no es una religión. Se trata más bien de un estilo de vida que es el resultado directo de una relación personal con Jesucristo. Cuando se le pregunta a un creyente cuándo se convirtió en un cristiano, con toda naturalidad responde:“El día que conocí personalmente a Jesucristo”.
Esa respuesta tan simple conlleva una de las verdades más interesantes de la historia de la humanidad: el hecho de que Jesucristo está vivo
y no muerto y que seguirá viviendo por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1:12).
¡Concepto difícil de asimilar para alguien que no lo ha visto, o no lo ha conocido! No obstante, es sumamente sencillo de asimilar para una anciana o un niño que bien pueden ser analfabetos y carecer de elocuentes respuestas científicas o teológicas, pero que con toda seguridad y convicción saben que Aquel a quien han visto y conocido es, ni más ni menos, el Hijo de Dios en persona.
Las grandes religiones han tenido líderes carismáticos que no solo las han fundado, sino que a través de los años han logrado reclutar el interés y culto de millones de seguidores, generación tras generación. Sin embargo, cada uno de estos líderes ha muerto y es relativamente fácil encontrar sus tumbas.
Ninguno volvió a verlos después de su muerte. Vivieron como cualquier otro ser humano, pero su vida natural llegó a un fin. ¡Qué diferencia del cristianismo, la única creencia (no me gusta llamarla religión) en donde se adora a un Dios vivo que, además, habita dentro de cada uno de sus fieles! Es impresionante.
No existe en toda la Tierra ni en toda la historia una creencia, religión o filosofía que crea algo similar. Probablemente por eso sea el foco de burla y crítica acérrima, donde los que no la han experimentado tildan de ridículos, supersticiosos o ignorantes a quienes creemos en Él.
Sin embargo, lo que le da validez al cristianismo es precisamente el hecho de la “resurrección de Cristo”. Cuando el apóstol san Pablo escribió su primera carta a los corintios, aún estaba vigente el innegable testimonio de aquellos que habían visto al Cristo resucitado con sus propios ojos.
“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las escrituras.Y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las escrituras, y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales, muchos viven aún, y otros ya duermen.” (1 Corintios 15:3-6).
En otras palabras, Pablo dice: En caso de duda, tenemos pruebas indubitables. La realidad de la resurrección vino a confirmarle a la Iglesia Primitiva la veracidad de las palabras de Cristo respecto de la vida venidera.
De pronto, esta vida temporal perdió toda su importancia, y los ojos y el corazón de sus discípulos fueron puestos en la vida eterna. De no ser así, ¿cómo podríamos explicar que ese inmenso número de mártires cristianos jamás ofreció resistencia ante el implacable Imperio Romano?
Ante la verdad de que Jesús y un grupo de discípulos carentes de una gran educación, que eran más bien “… hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13) llegaron a trastornar el mundo de su época y a transformar el Imperio Romano,3 debemos
reconocer que la razón fundamental del poder que demostraron se debió a la resurrección de Cristo.
Es el mensaje del Evangelio de Cristo, aunado a su resurrección lo que hoy nos llena de esperanza para creer que podemos afectar (y hasta trastornar)
a nuestras ciudades y naciones con el poder transformador que proviene de Dios.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Harold Caballeros Es Pastor de la Iglesia El Shaddai, en la ciudad de Guatemala.
Abogado de profesión, obedeció el llamado de Dios para predicar su Palabra a todas las naciones, y desarrolló un ministerio que lo ha llevado a más
de cuarenta y cinco países.
Es miembro del Consejo de Directores de Church Growth International, en Seúl, Corea, y participa activamente en la transformación de su país a través de la Corporación de Radios Visión, el ministerio de radiodifusión de Iglesia El Shaddai, que cuenta ya con veintidos estaciones de radio en Guatemala.
El Pastor Harold Caballeros vive en la ciudad de
Guatemala junto a su esposa Cecilia y sus hijos Harold, Andrea, Christina y David.