Si usted mira la televisión por cierto tiempo, es muy probable que vea a un predicador proclamando las Buenas Nuevas. Y si enciende la radio, y pasa de una emisora a otra, encontrará lo mismo.
El evangelio está en las habitaciones de los hoteles, en los foros de Internet, en las vallas publicitarias, en calcomanías de vehículos, en seminarios y en estudios bíblicos. A pesar de la moderna proclamación de que “Dios está muerto”, el mensaje de Cristo se agiganta con el tiempo. ¿Por qué razón?
La orden de “id, y haced discípulos a todas las naciones…” fue el último mandamiento de Jesús a Sus seguidores. Antes de ascender al cielo, comisionó a Sus discípulos para que difundieran las Buenas Nuevas, bautizando a los creyentes y “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:20).
Hasta las primeras cartas de Pablo y los relatos de los evangelios, estos detalles del cristianismo eran transmitidos verbalmente. Y aunque el pueblo de Dios falló algunas veces, el Señor lo ungió con el Espíritu Santo para esta sagrada tarea.
Los testimonios dados el día de Pentecostés hicieron que miles de personas de toda aquella región tuvieran el conocimiento salvador de Jesucristo (Hechos 2:41). En el libro de los Hechos encontramos relatos que detallan los viajes misioneros de varios discípulos. La tradición de llevar el Evangelio a otros países comenzó en aquel tiempo, y no ha cesado hasta hoy.
En tres viajes diferentes, Pablo, uno de los primeros misioneros, se hizo acompañar de personas tales como Juan Marcos y Bernabé, quienes más tarde realizaron sus propios viajes misioneros. Al igual que su Mesías, los que proclamaban el Evangelio eran perseguidos; Pablo sufrió prisiones y la muerte por su fe.
En ese tiempo se enviaban misioneros a otras partes desde la Turquía actual e Israel. Estas tierras son hoy campos a los cuales se mandan misioneros.
El trabajo de evangelización ha modificado al mapa cristiano una y otra vez, muchas veces como respuesta a las guerras, a la política y a las luchas internas de la iglesia. Pero el cometido cristiano de compartir la fe nunca cesa. En realidad, el tesoro de la salvación es tan grande que muchos han sufrido de manera voluntaria para llevarlo más allá de sus fronteras.
La conversión del emperador Constantino en el año 313 d.C. puso fin a tres siglos de abierta persecución a los cristianos. Gracias al reconocimiento del gobierno de Roma, el cristianismo progresó a grandes pasos hasta convertirse en una religión en todo el imperio y, algunos siglos después, partes de la Escritura fueron traducidas al inglés.
Aunque John Wycliffe terminó la traducción del Nuevo Testamento en 1380, la elaboración de los ejemplares era una labor agotadora debido a que cada libro tenía que copiarse a mano. Lo que hacía muy costoso el adquirirlos.
Sin embargo, con la creación de la primera imprenta, Johannes Gutenberg cambió dicho inconveniente. Para demostrar la importancia de su invento, imprimió toda la Biblia, haciéndola así más accesible. Desde entonces, el Evangelio se ha proliferado en todo la tierra.
En el presente, casi todo el mundo tiene acceso a las Escrituras. Pero junto con ese privilegio está también una gran responsabilidad, dada por Jesús: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19, 20).
Para cumplir con este mandato, debemos primero apropiarnos del reto. Después, debemos rendirnos por completo para ser utilizados por Dios. Por último, debemos ponernos a Su servicio, como mensajeros en la tarea de hacer discípulos en todo el mundo.
HEMOS RECIBIDO UN MANDATO
¿Cuál cree usted que es el propósito para su vida? Mucha gente diría que es disfrutar la vida o quizás ser buenas personas. Otras pudieran estar soportando circunstancias tan difíciles, que su principal objetivo es la supervivencia. Algunas pudieran sentir que tienen una misión que cumplir.
Lamentablemente, son muchas las personas que no tienen un verdadero propósito en la vida, y lo que logran carece de valor duradero. Pero cualquier creyente que entiende lo que es la vida cristiana, deseará cumplir el plan de Dios para su vida. Y a todos los seguidores de Cristo se les ha dado la tarea de compartir el Evangelio.
Piense en lo mucho que Dios ha invertido en usted. Piense en cómo ha dado a cada uno de Sus hijos dones y capacidades específicas para poder actuar en y a través de nosotros, para tocar a otros y para profundizar nuestra relación con Él. Dios tiene un plan para cada creyente, y cuando lo descubrimos ya no tenemos que perder tiempo buscándolo en vano; comenzamos a vivir la vida con un propósito claro y específico.
El Señor quiere impactar poderosamente a quienes nos rodean. En el capítulo 5 del Evangelio según Mateo, Él nos da el mandato: debemos ser la sal de la tierra y la luz del mundo (vv. 13, 14).