“Id y haced discípulos a todas las naciones.”
Todo verdadero cristiano es miembro de la iglesia universal. Cada iglesia local es una unidad del cuerpo de Cristo y representante de la iglesia universal.
Las diferencias geográficas no afectan para nada esta verdad vital. Es igualmente cierta para Sudamérica como para Europa, para África o para Norteamérica. Como cristianos que han recibido el conocimiento del evangelio, estamos en deuda con los que no han tenido esta oportunidad. Y estamos en deuda con ellos ya sea que vivan pared por medio de nuestra propia casa o al otro lado del mundo.
Cuando se funda una nueva iglesia local, hay que hacer hincapié ante el nuevo grupo sobre los privilegios y responsabilidades de esta comunidad universal.
Cada una de las iglesias debe tener la enorme satisfacción de ser un participante del evangelismo mundial. Y cada uno de los cristianos tiene que tener conciencia de que es un deudor y tiene que saber cómo pagar esa deuda.
Hubo un tiempo en que las jóvenes iglesias en regiones recientemente evangelizadas se conformaban con recibir misioneros. Para ellos la idea del misionero era el de una persona que llegaba de Europa o de Norteamérica. Pero esto ha dejado de ser así. Las iglesias chilenas están enviando misioneros a Argentina y las de Brasil a Bolivia y Paraguay.
Corea está enviando misioneros a Indochina y las tribus africanas son evangelizadas por cristianos de otras tribus. La tarea de evangelismo mundial es demasiado grande para limitarla a una sola misión o a un grupo cualquiera de gente selecta que lleva el nombre genérico de “misioneros”.
Si pretendemos levantar la cosecha en todo el mundo durante esta generación, tendremos que hacerlo con una visión de cooperación y esfuerzo de todas las pequeñas iglesias locales esparcidas por doquier, con la participación de cada uno de los cristianos en el desafío de evangelizar al mundo.
Toda iglesia que se establezca debe comenzar como una iglesia misionera. Y cada una de las iglesias debe darse cuenta que su existencia no puede limitarse solamente a disfrutar de la gracia y de las bendiciones de Dios, para sí misma, sino de compartirlas con otros.
Es responsabilidad de los pastores instilar en la congregación una visión misionera. Y se puede impartir esa vision misionera, estimulando a los cristianos a orar por los sembradios del mundo. Ese es el mandamiento que hemos recibido de Jesus: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envie obreros a la mies.” Y no podemos orar intensamente por una necesidad sin sentirnos comprornetidos en ello personalmente.
Adernás, podemos alentarlos para que adquieran una visión misionera de la iglesia, informándoles sobre los carnpos misioneros en el mundo. “Alzad vuestros ojos y rnirad los campos, porque ya están blancos para la siega.” Por supuesto que los pastores no pueden detenerse en los suburbios de una localidad y mirar, literalmente, a los campos, pero pueden brindar a la gente una vision de las necesidades misioneras de muchas maneras.
Pueden mostrar a los creyentes informes obtenidos sobre la obra de Dios en otras regiones de Ia tierra, y repasar esos inforrnes con la congregación. Tarnbién pueden estimular el interés por la obra misionera las cartas recibidas de lejanas tierras. Las oficinas centrales pueden enviar informes sobre la obra misionera en nuevas regiones del país. Gente informada es gente solícita.
Cada iglesia debería levantar una ofrenda misionera a intervalos regulares. La congregación está en libertad de escoger el plan que prefiera en este aspecto. Pero tiene que ser un esfuerzo permanente y generoso. Pareciera que lo ideal es una vez por mes, para la rnayoría de las iglesias. Tiene que hacerse carne en el espíritu de todos los cristianos y de todas las iglesias, de que está contribuyendo a la obra de Dios rnás allá de su propio ámbito local. De esta manera la comunión espiritual de la misión de la iglesia es compartida por todos sus miembros.
Otra de las grandes contribuciones de la iglesia es la de alentar a los jóvenes a que no cierren sus oídos al llamado de Dios para su obra de llevar el evangelio a los más alejados confines de la tierra. Si la iglesia logra que sus jóvenes participen como pioneros del evangelismo estableciendo iglesias, siente con más intensidad que son parte de la misión universal.
El prograrna misionero de la organización nacional debería comenzar en la iglesia local y proyectarse a los extremos de la tierra. Hechos 1:8 nos guía en este aspecto: “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Comenzamos con nuestra “Jerusalén” fundando la iglesia local. No debemos despreocuparnos sobre la suerte de las aldeas vecinas y ciudades de nuestra Judea (provincia). Las misiones no son únicamente para los extremos de la tierra, sino para nuestra provincia vecina.
Finalmente, debemos incluir en nuestro programa todos los países, aunque no tengan ninguna relación con el nuestro. En algunos países, los fondos misioneros obtenidos por la contribución de todas las iglesias se dividen destinando un 75% a los proyectos relativos al propio país, y un 25% para la obra misionera en el extranjero. Un proyecto misionero incluiría a un obrero a desplazarse hacia otro campo o para establecer una iglesia. Hay que proveer para los gastos del viaje y la rnantención de su hogar. La asignación será por un tiempo limitado hasta que la obra esté encarrilada.
Algunas iglesias se comprometen, como parte de su prograrna misionero, a sufragar los gastos que demanda la preparación de obreros en su escuela bíblica. Se han dado cuenta de que no pueden llevar el evangelio a nuevas regiones sin contar con obreros preparados. Nos parece una buena política, pero no debe constituirse en el programa misionero total de la iglesia.
Las iglesias de ciertos paises están enviando rnisioneros a otras naciones sobre bases permanentes. Se entiende que los misioneros no van con la intención de ocupar pastorados sino de evangelizar y establecer iglesias. De ahi que deban contar con un sostén permanente. Y esta es otra ocasión en la cual la organización nacional debe asumir la responsabilidad de respaldar a los obreros y decidir qué ayuda se les puede brindar.
Con la explosion demográfica que sacude al mundo, las mies se han multiplicado a cifras astronómicas. Las puertas están abiertas. Contamos con la promesa de que cuando el evangelio sea predicado como testimonio a todas las naciones, vendrá el fin.
Una gloriosa responsabilidad, que es al mismo tiempo una pesada responsabilidad, desafía a la iglesia de nuestros días. Llevemos el mensaje a toda la tierra hasta que vuelva Cristo.