Práctica No. 1: Ore por puertas abiertas
“Orando … para que el Señor nos abra puerta para la palabra” (Colosenses 4:3).
Pablo comienza su instrucción a los colosenses exhortándolos a que oren. La oración es esencial en el evangelismo. A menos que Dios obre en el corazón y en la vida de las personas, nuestro trabajo no dará resultados duraderos.
En el libro de los Hechos hallamos un ejemplo revelador de la obra de Dios con uno de sus mensajeros.
Cuando Pablo y sus compañeros fueron a orar a la orilla de un río fuera de Filipos en el día de reposo, se sentaron y comenzaron a hablar con un grupo de mujeres.
“Una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). Pablo predicó el mensaje. El Señor abrió el corazón de Lidia.
Tenemos el privilegio y la responsabilidad de predicar el evangelio, pero solo Dios puede abrir el corazón de una persona. Estamos dependiendo de Dios para dar oportunidades, para llevar comprensión a la mente de los oyentes, y llevar a su corazón a decidirse.
Los creyentes necesitan repetida y regular enseñanza acerca de la oración y estímulo para hacer de ésta una característica de su vida diaria.
PrÁctica No. 2: Haga claro el mensaje
“Para que lo manifieste como debo hablar” (Colosenses 4:4).
El mensaje que Pablo predicaba era el “misterio de Dios” (Colosenses 2:2). El enfoque de nuestro mensaje también debe ser Jesucristo (véase Colosenses 1:13–23,28; 2:9–15).
Después de la ascensión de Jesús, el apóstol Pedro rápidamente se convirtió en una de las voces más destacadas en la iglesia neotestamentaria. En el poder del Espíritu Santo, ese pescador sin educación alguna se convirtió en un elocuente y enérgico predicador del evangelio.
Pedro predicó su sermón más conocido el día de Pentecostés. Pero Lucas registra varias de las proclamaciones de Pedro del evangelio en los Hechos (3:12–26; 4:8–12; 5:29–32; 10:34–43). Cuando analizamos esas presentaciones, hallamos que en cada sermón Pedro presentó dos verdades fundamentales: quién es Jesucristo y por qué dio su vida. Estar preparado para analizar esas dos verdades preparará a cualquier creyente para hablar eficazmente de Cristo a los inconversos.
¿QuiÉn era JesÚs?
Los relatos de la vida de Cristo por los medios de difusión seculares generalmente presentan a Jesús como un personaje ficticio. Aunque los medios informativos muestran a Jesús como un personaje histórico, los medios de difusión lo describen como un gran maestro o acaso como un profeta, pero solamente un hombre.
Los creyentes deben decir que Jesús fue más que un maestro y profeta; Él era Dios en forma humana. Fue concebido por el Espíritu Santo, nacido de una virgen, vivió sin pecado, murió por nuestros pecados, y venció la muerte al resucitar para darnos el perdón del pecado y el don de la vida eterna.
¿Por quÉ dio su vida?
Juan el Bautista declaró por qué Jesucristo vino a la tierra, cuando dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29, cursiva añadida). Los pecados de toda la humanidad son la razón de la muerte de Jesucristo. La existencia de la Cruz establece dos realidades: todos son pecadores, y no podemos hacer nada en cuanto a eso.
Es significativo que Pablo, como Pedro, transmitió las mismas dos verdades en Tesalónica. Lucas resumió la enseñanza de Pablo en las sinagogas en días de reposo: “Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo.” (Hechos 17:2,3).
Una presentación del evangelio tiene que incluir esas dos verdades acerca de Cristo. Ambas son esenciales a la comprensión de la gracia de Dios manifestada mediante la muerte de Jesucristo en la Cruz, su resurrección, y su consiguiente redención de toda la humanidad.