La batalla entre el ejército persa de Darío I y las tropas griegas, que ocurrió en Maratón el año 490 A.C., marcó un punto de inflexión en las Guerras Médicas y en la historia de la sociedad occidental.
Hasta ese momento, Darío no había sido derrotado en su intento de conquistar Grecia, y el dominio persa a través de la región mediterránea había crecido sostenidamente por más de ciento cincuenta años. La derrota de las fuerzas persas, que eran superiores, por parte del ejército griego en Maratón dio inicio a los doscientos años de influencia de la cultura griega clásica y a la decadencia del Imperio Medo-Persa.
Esta fue una batalla de enorme importancia; no obstante, la gente que estaba en casa no tenía idea del resultado inmediatamente después de la batalla. Tuvieron que esperar ansiosamente para recibir alguna noticia de lo que había sucedido. Pero hoy, en la mayoría de los casos, no tenemos que esperar mucho las novedades acerca de los acontecimientos significativos.
Vivimos en un mundo donde las noticias viajan muy rápidamente, con sofisticada tecnología para anunciar lo que sucede alrededor del mundo en cuestión de segundos. En el mundo antiguo, sin embargo, no ocurría lo mismo. Una batalla de importancia estratégica para la historia de la nación podía haber estado ocurriendo a tres mil kilómetros, y sin duda los informes debían tardar cierto tiempo en llegar tan lejos.
Los ejércitos de la antigüedad usaban corredores para que llevaran la noticia acerca del resultado de las batallas. La gente en casa ponía puestos de vigilancia para observar cualquier señal de algún mensajero. Se dice que, por la actitud del corredor, el vigilante podía decir si traía buenas o malas noticias.
Uno de los legados perpetuos de la Batalla de Maratón es haber inspirado la carrera de la maratón. Cuenta la leyenda que un corredor llevó la noticia de la victoria ateniense a la ciudad de Atenas y a su llegada cayó muerto de cansancio. Él se exigió hasta el límite absoluto porque llevaba buenas noticias, y quería que la gente pudiera alegrarse por ellas.
El apóstol Pablo aludió a estas prácticas en su epístola a los Romanos, donde dice: “¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!” (10:15, NVI). Imagínate al vigía que podía ver los pies volando mientras el mensajero corría a toda prisa hacia las puertas de la ciudad a dar la buena noticia. Era una bella imagen, y la gente daba gritos de victoria al ver al corredor. Ellos tenían una palabra para ese tipo de mensaje: euangelion, un buen mensaje.
La palabra inglesa para evangelio, gospel, deriva del inglés antiguo godspell, que significa “buena historia” o “buen mensaje”. Godspell es la traducción del latín evangelium, que deriva del griego euangelion. La palabra griega está compuesta del prefijo eu- y la raíz angelion. El prefijo eu- aparece a menudo en palabras de nuestro idioma y se refiere a algo “bueno”.
Consideremos la palabra eufemismo, por ejemplo. El dentista que está a punto de perforar quizá diga “puede que esto le cause alguna incomodidad”, en lugar de decir “esto le va a doler”. Él usa palabras más suaves para amortiguar algo que no es fácil oír. Eso es un eufemismo: afirmar algo con palabras que suenen mejor de lo que realmente es. Asimismo, se habla de eugenesia cuando se seleccionan los mejores genes de una especie.
Cuando se añade el prefijo eu- a la raíz angelion, que significa mensaje (de la misma raíz proviene la palabra “ángel” o “mensajero”), obtenemos euangelion, “buen mensaje”. La palabra euangelion originalmente funcionaba como una expresión literal de cualquier buen informe, especialmente en el contexto de actividades militares o campañas políticas.
Pero cuando llegamos al Nuevo Testamento, el concepto de euangelion adquiere un nuevo significado. Jesús comenzó su ministerio con una proclamación pública acerca de las buenas noticias que le estaba anunciando a la gente: lo que llamamos el evangelio del reino. Él declaró que había un nuevo estado de cosas, que ilustró de diversas formas con parábolas, diciendo “el reino de los cielos es como esto”, o “el reino de los cielos es como aquello”.
Cuando llegamos a las epístolas, vemos que el uso de euangelion o evangelio experimenta un cambio. Después del ministerio personal de Jesús —después de su vida, muerte y resurrección— los escritores del Nuevo Testamento ya no hablan acerca del evangelio del reino. En lugar de ello, hablan del evangelio de Jesucristo. La predicación apostólica se enfocó en la persona y la obra de Jesús. Eso es lo que llegó a significar el término euangelion hacia el cierre del Nuevo Testamento: se trataba de un mensaje y un anuncio acerca de Jesús, incluyendo quién era él y lo que había hecho.
En Lucas 24, leemos acerca de este evangelio:
Pero el primer día de la semana, muy temprano, las mujeres regresaron al sepulcro. Llevaban las especias aromáticas que habían preparado. Como se encontraron con que la piedra del sepulcro había sido quitada, entraron; pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras ellas se preguntaban qué podría haber pasado, dos hombres con vestiduras resplandecientes se pararon junto a ellas.
Llenas de miedo, se inclinaron ocultando su rostro; pero ellos les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. ¡Ha resucitado! Acuérdense de lo que les dijo cuando aún estaba en Galilea: ‘Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado. Pero al tercer día resucitará’”. Ellas se acordaron de sus palabras, y cuando volvieron del sepulcro les contaron todo esto a los once, y a todos los demás” (Lucas 24:1-9).
Piensa en lo que significó para los once cuando estas mujeres volvieron corriendo desde la tumba y les contaron, emocionadas: “Él no está allí, sino que ha resucitado”. Este mensaje no fue como cualquier otra buena noticia. No fue una mera palabra sobre una victoria en la batalla o el anuncio de la elección de un héroe político.
Este era el mensaje más grandioso que se hubiese comunicado al mundo. Fue el anuncio que lo cambió todo. Si este mensaje es cierto, tiene que cambiarlo todo. Uno no puede escucharlo y quedar indiferente. Es por eso que la gente a menudo es tan hostil hacia la proclamación del evangelio: ellos entienden que si es cierto, la vida jamás puede ser igual.
La clave para entender la importancia del evangelio se encuentra en el primer verso del libro de Romanos, cuando Pablo se identifica como “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol y apartado para el evangelio de Dios” (1:1). Cuando Pablo habla del evangelio de Dios, no está diciendo que sea un mensaje acerca de Dios, sino que es un mensaje que le pertenece a Dios.
En otras palabras, está diciendo que este evangelio nos llega de parte de Dios. Es Dios quien declaró que Cristo era el Mesías al resucitarlo de los muertos. Es Dios quien anuncia al mundo la esencia de lo que llamamos el kerigma: la proclamación de la vida, muerte, resurrección, ascensión y regreso de Cristo. Por lo tanto, toda la tarea del evangelismo consiste meramente en repetirle al mundo lo que Dios mismo declaró en primer lugar. Él fue el mensajero original.
¿Cuál es la naturaleza de este mensaje? Durante el siglo XIX, hubo un periodo de escepticismo acerca de la confiabilidad de la Escritura y acerca de muchas de las aseveraciones de la Escritura concernientes a sucesos sobrenaturales tales como los milagros. A consecuencia de ello, algunos redujeron el significado del cristianismo al núcleo ético de la enseñanza de Jesús, afirmando que lo que importa no es el estatus o autoridad sobrenatural de Jesús, sino más bien el poder y la relevancia de su enseñanza.
Según esta interpretación, el verdadero evangelio tiene que ver con el mensaje de Jesús para las relaciones humanas, porque él le enseñó a la gente cómo llevarse bien unos con otros. Esta perspectiva se hizo conocida como el “evangelio social”, pues llamaba a la iglesia a una nueva misión de involucrarse en la justicia social y la atención de los enfermos, los pobres, los que agonizan, y los oprimidos.
Pero si basamos nuestra definición de evangelio en el sentido neotestamentario de la palabra, entonces no hay cabida para un evangelio meramente social. El evangelio del Nuevo Testamento es, primordialmente, un mensaje acerca de una persona y acerca de lo que él alcanzó mediante su vida, muerte, resurrección, y ascensión. Esto no significa que la iglesia no debería preocuparse por la ética y la justicia social, porque si el evangelio de Cristo es verdadero, las implicaciones sociales son sorprendentes.
En efecto, es por causa de ese evangelio que la iglesia debe tomar conciencia de las necesidades de los que padecen quebranto y dolor. Pero jamás podemos sustituir el mensaje de Cristo por una empresa humana de preocupación social. Nuestra preocupación social brota del evangelio, no reemplaza al evangelio.
En su esencia, el evangelio es un anuncio acerca de Jesús, quien encarna en sí mismo la irrupción del reino de Dios en la historia. La buena noticia del Nuevo Testamento comienza con un mensaje acerca del reino y concluye como el mensaje del Rey.