“El poder del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor.” Hechos 11:21
Una Iglesia que experimenta la obra del Espíritu Santo
En primer lugar, queremos dar Gloria y Gracias a Dios por la iglesia iberoamericana. Una iglesia que nos hace pensar y reflexionar. Una iglesia que refleja lo que vivió la Iglesia de Antioquia en el capítulo once de los Hechos. Ellos experimentaron el poder de Dios y un gran número creyó y se convirtió al Señor.
La iglesia se estableció porque hablaban de Jesucristo como el mensaje de las buenas nuevas de la paz. Algunas personas de Chipre y de Cirene se atrevieron hacer la diferencia hablando a los de habla griega y no solo a los judíos.
La iglesia fue establecida unos 12 años después de la de Jerusalén como producto que un grupo de hombres y mujeres sin dinero, sin planes subieron desde Jerusalén por la costa hasta llegar a Antioquia compartiendo a Jesucristo. Una iglesia que vive bajo la influencia del Espíritu Santo es una iglesia que se edifica, se consolida, tiene vigor, un testimonio eficaz, y se expande.
Damos gracias a Dios que la Iglesia Iberoamericana tiene un énfasis evangelístico y surgen iglesias nuevas. Una iglesia viva, que crece, es alegre, flexible, tiene liderazgo joven, con ímpetu, con iniciativa, una iglesia emprendedora, novedosa y creativa. Una iglesia solidaria que adora al Señor. Una iglesia que evidencia, a través de los hechos, la gracia de Dios. Una Iglesia que brinda a los hombres un tiempo de oportunidad.
En los últimos años, la Iglesia Iberoamericana se ha despertado a la responsabilidad social; esta característica ha sido una de las grandes colaboraciones de la teología latinoamericana: el énfasis en la realidad del Reino de Dios.
La iglesia ha sido establecida como producto de la visitación del Espíritu Santo y del trabajo misionero. Tanto hombres como mujeres comparten la fe en Jesucristo. Todo es muy espontáneo. Nos encontramos con una Iberoamérica que ama al Señor. Dios es el impulsor para que otros conozcan al Señor. El gran héroe de la misión en Iberoamérica es precisamente el Espíritu Santo.
La nacionalización del liderazgo en la primera mitad del siglo XX y el surgimiento de las iglesias nacionales, en la década del treinta, fueron otros factores decisivos para el desarrollo de las estructuras eclesiásticas contextualizadas y eficaces. El Espíritu Santo está trabajando en la vida de la iglesia. Está trabajando en sus estructuras, a efectos de reformarla y de renovar la fidelidad a Su Misión. Repetimos: lo significativo no es la estructura de la iglesia sino Su Misión.
Hay distintas fuentes de información que confirman que el total de la comunidad evangélica en Iberoamérica en el año 1900 fue de 50.000 creyentes, en el Congreso de Edimburgo de 1910 no había ningún latinoamericano, y, durante el siglo pasado, el crecimiento está reflejado en los siguientes datos: 1916: 378.000; 1925: 756.000; 1936: 7.200.000; 1967: 14.746.200; 1973: 20.000.000; 1987: 37.432.000; 2000: 80.000.000. (Nuñez, E. & Taylor, W. Crisis and Hope in Latin America. Pasadena, CA: William Carey Library, 1996, p.161).
Una iglesia que comienza a separar, apartad, reconocer a los que son elegidos por el Espíritu Santo
Damos Gracias a Dios porque muchas de las Iglesias Iberoamericanas han escuchado la voz del Espíritu Santo, apartando a centenares de Bernabés y Saulos para el trabajo al que Dios los había llamado. Damos gracias a Dios por los centenares de hermanos obedientes a la voz del Espíritu Santo que han salido a predicar, como lo menciona Juan en el verso siete de su tercer carta: “Ellos salieron por causa del Nombre, sin nunca recibir nada...”.
Damos gracias a Dios por los centenares de hermanos que los han ayudado a seguir su viaje colaborando con ellos en la verdad. O bien como lo expresa Pablo en su carta a Tito, capitulo 3: 13, “Ayuda en todo lo que puedas al abogado Zenas y a Apolos (misioneros biocupacionales y de carrera), de modo que nos les falte nada para su viaje” (a las naciones).
Que aprendan los nuestros a empeñarse en buenas obras, a fin de que atiendan a lo que es realmente necesario y no lleven una vida inútil”. Damos gracias a Dios por las miles de familias que ayudan a los obreros transculturales.
Esta es nuestra experiencia Iberoamericana y ahora, llegando a las naciones, mantengamos esta fe: “la mano del Señor estaba con ellos y un gran número creyó y se convirtió al Señor”
• Un tiempo de peligros y de riesgos
“Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar...: ¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos! A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes...” Hechos 14:8-18
En Listra tiene lugar un milagro que deja atónita a la muchedumbre. A un paralítico imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado, Pablo le ordena en voz fuerte: ¡Ponte en pie y enderézate!. El resultado de ese milagro fue que trataron a los siervos de Dios como dioses. Pablo y Bernabé expresan que ellos son solo hombres (semejantes a vosotros), que se vuelvan a Dios y dejen esas cosas. Con esos argumentos, y no poca dificultad, logran disuadir a la multitud.
El peligro y riesgo que ellos corrieron es el mismo que tenemos nosotros en iberoamérica y los campos transculturales. Sucede que la gente trata de transferir la admiración y adoración que solamente Dios merece a aquellas personas a quienes Dios toma por mensajeros.
El problema puede ser mayor si nosotros estimulamos estos sentimientos. Esto algunas veces sucede en la vida de la iglesia y se construyen pequeños imperios. Se atraen seguidores de personas e instituciones pero no de Jesucristo. La iglesia Iberoamericana esta enfrentado varios peligros:
Poder y competencia
Muchas veces las iglesias viven la lucha miserable por el poder: El amor al poder en vez del poder del amor. Otras veces la funcionalidad se ha distanciado de los principios bíblicos. Se busca resultados donde cada uno vale por lo que produce haciendo la tarea en el menor tiempo posible.
Este tipo de teología de la productividad está afectando y perjudicando la formación de pastores y también de misioneros. Se intenta capacitarlos en el menor tiempo posible. El éxito ministerial es mostrar los resultados y no una vida de humildad. El hecho de menguar para que Cristo crezca y seamos invisibles no entra en este esquema.
Esta escena se completa con la alta competitividad que exige la producción. La competencia distancia a las diferentes iglesias y crea celos en la iglesia misma. La unidad del cuerpo de Cristo es afectada por esta estructura. Las consecuencias están a la vista: la presión y la tensión en que viven las iglesias, los pastores y los misioneros, quienes deben soportar este modelo extraído, desde luego, del ámbito secular y mundano.
No somos llamados a formar estereotipos empresariales basados en criterios de utilitarismo, de mercantilismo y de números. La gran multiplicación, las cifras y los porcentajes no son sinónimos de "transformación". No debemos sacrificar las demandas del evangelio en el altar de los números.
Vivimos tiempos en los cuales parece que algunas iglesias tienen clientes y, como en los negocios, estos siempre tienen razón; los clientes permanentemente gratificados, psicológicamente bien y centros de todo. Queremos animar a romper con estos esquemas de la productividad y pensar en términos del Reino.
Animarnos a predicar la palabra de Dios y dejar que el mensaje de Dios nos incomode y que examine nuestro seguimiento a Jesucristo. El concepto del Éxito de Jesús fue: “Padre hice todo lo que me dijiste que hiciera”. Los resultados son aleatorios. Jesús sanó a unos, y a otros, no. Alimentó a muchos y a otros no los sustentó. La negación a nosotros mismos, conocer a Jesucristo y ser semejantes en su muerte es poder transformador (Filipenses 3:10).
Continua en parte 2
Carlos Scott
Presidente electo de COMIBAM Internacional