Hace muchos años, bajo el agotador calor de un verano africano, un agricultor paró de arar su campo y estuvo en pie secándose la frente, mirando el horizonte. En la distancia, un pequeño grupo de aventureros, como el que había visto hacía unos minutos, se dirigía hacia las montañas.
- Si tan sólo pudiera ir con ellos –pensó.
Desde el descubrimiento de los diamantes, miles de personas estaban dejándolo todo para unirse en la búsqueda de la piedra preciosa. Pero no el agricultor. Él tenía mucho que hacer. Campos que labrar. Ganado que alimentar.
Pero la promesa de obtener gran riqueza lo mantenía despierto por las noches y convertía sus labores cotidianas en una pesada carga. Un día, un desconocido le ofreció comprar su granja, el agricultor accedió estrechando su mano. Por fin estaba libre. Libre para ir en pos de sus sueños.
La búsqueda fue larga y dolorosa. Viajando kilómetro tras kilómetro por desiertos y praderas, por selvas y montañas, el granjero buscó el escurridizo diamante. Pero no halló nada. Las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años. Finalmente, sin dinero, enfermo y completamente deprimido, se quitó la vida lanzándose a un río turbulento.
En casa, el hombre que había comprado la granja, la había trabajado fielmente. Un día mientras plantaba sus semillas, encontró una piedra extraña. Llevándola a la casa la puso sobre la repisa de la chimenea.
Esa misma noche un amigo vio la extraña piedra sobre la chimenea y la tomó, mirándola y mirándola en sus manos. Luego, con los ojos muy abiertos, se dirigió al nuevo dueño de la granja y le dijo:
-¿Sabes lo que tienes aquí? Este debe ser el diamante más grande que se haya encontrado jamás.
Investigaciones posteriores probaron que tenía razón. Y en poco tiempo se descubrió que la granja entera estaba literalmente cubierta con piedras magníficas similares. La granja vendida por el primer granjero resultó ser una de las minas de diamantes más ricas y productivas en todo el mundo.
Los tiempos no han cambiado mucho, ¿no es cierto? Tal como el hombre que se apresuró a vender su granja, muy pocos se toman el tiempo para investigar y pulir lo que ya tienen. En nuestra decepción por la situación presente, en nuestra búsqueda por avanzar, fracasamos en reconocer la riqueza en nuestro propio patio, y terminamos caminando sobre riquezas incontables cada día.
Recientemente conocí a Andrés. Un exitoso agente de seguros y consultor de inversiones que pasó los últimos veinte años de su vida “buscando diamantes”. Hace dieciocho meses regresó a su casa. Pero para entonces su casa estaba vacía. Su esposa por veintitrés años, había tomado sus hijos adolescentes y se había mudado a 1600 kilómetros de él, dejando a Andrés con una hacienda espléndida, dos botes, y un auto antiguo de colección.
- Tengo absolutamente todo –me dijo -. Todo está pago. Pero nunca me he sentido tan vacío. No sabía lo que tenía hasta que lo perdí.
Hace seis meses, desesperado y con pensamientos suicidas, Andrés cayó de rodillas pidiéndole a Cristo que lo cambiara. Que le perdonara el pasado y le ayudara a enfrentar el futuro.
- Esto te parecerá una locura- me dijo – pero desde ese día he experimentado más paz que la que experimenté todos estos años de éxito. En muchas formas este es el tiempo más caótico de mi vida, pero cada mañana llevo mis preocupaciones a la sala y paso una hora de rodillas tratando de entregarlas a Dios. A veces me hallo tomándolas de nuevo durante el día, pero estoy aprendiendo a confiar en Él para cuidar de mi familia como cuida de mí.
Actualmente Andrés está haciendo todo lo posible para reconciliarse con su esposa e hijos, pero sabe que el camino es duro.
- Yo pensaba que les estaba dando todo lo que necesitaban – dice él -. Creo que lo que realmente necesitaban era a mí.
Cuando le conté a Andrés sobre el libro que estaba escribiendo dijo: - Dile a la gente sobre las riquezas de las relaciones. Yo estaba tan ocupado construyendo un imperio que me olvidé de construir un hogar. Estaba tan ocupado trabajando en negocios multimillonarios que casi no tenía tiempo para invitar a mis amigos a tomar café. Yo cambiaría todo esto en un instante por una buena amistad.
Me gustaría retroceder el reloj para Andrés. Y a veces me gustaría retrocederlo para mí mismo. Pero como Andrés, estoy aprendiendo que son las relaciones, no las haciendas, las que hacen ricos a los hombres. Estoy aprendiendo que hacemos un medio de vida de lo que obtenemos. Pero disfrutamos la vida con lo que damos.
Tomado del libro: Cómo Enriquecer su Vida sin Dinero
Editorial: Unilit