Hay quienes tildan de charlatanes, mercaderes, etc. a los pastores, pero la pregunta es ¿por qué? Quizás sea por la sencilla razón de que piden en forma muy insistente dinero en los cultos.
Si bien es sabido que la gran mayoría de los pastores cobran un salario proveniente de los diezmos y ofrendas de los feligreses, no todos tienen un salario proveniente de esos ingresos. En otros casos el tema de la cantidad asignada como sostén a los pastores es motivo de controversia.
¿Qué es justo? ¿Cuál es el monto razonable? No tenemos en la Biblia respuesta a esa pregunta, pero sí tenemos una serie de indicios que nos darían pautas claras de cómo debe vivir un siervo del Señor.
Un texto merece leerse (Versión NVI), 1 Timoteo 5:17: “Los ancianos que dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor, especialmente los que dedican sus esfuerzos a la predicación y la enseñanza”.
La pregunta que cabría hacernos es la siguiente: ¿Qué entendemos por “doble honor”? En nuestro contexto podemos pensar que si en Argentina el sueldo promedio es de $ 2.000, el doble honor sería considerar un sueldo de $ 4.000. Es un criterio.
En nuestras conferencias damos como consejo (reiteramos, consejo), que se tome el promedio de lo que gana la congregación. Ejemplo: Juan Pérez y Josefina Rodríguez, $ 1500 cada uno; Roberto García $ 2500; Jorge González $ 3000 y José Alvarez $ 3500. El promedio de los 5 salarios da como resultado la suma de $ 2.400. El doble honor, para este siervo sería reconocerle un salario máximo de $ 4.800. Al menos como congregación local aspirar a llegar a abonarle ese monto.
Surge entonces otra cuestión: ¿Es permitido bíblicamente que “se viva” del Evangelio o el predicador debe obtener un empleo secular? Para contestar a este interrogante, debemos acudir a la Palabra de Dios.
Pablo, basándose en la ley dada por Dios a Moisés, en 1era. Corintios, Capítulo 9, explica que los predicadores tienen el derecho de ser mantenidos por la iglesia. Dice Pablo: “Así que, si nosotros hemos sembrado en ustedes una semilla espiritual, no es mucho pedir que cosechemos de ustedes algo de lo material. Si otros tienen este derecho sobre ustedes, con mayor razón nosotros” (I Co. 9,11-12).
No obstante, el apóstol continúa planteando que él no hará uso de ese derecho para no estorbar el anuncio del Evangelio de Cristo. ¿A qué se refiere? A lo que vemos hoy en día: muchos se abstienen de asistir a iglesias evangélicas por pensar que el pastor solo busca lucrar con sus prédicas y que todo se trata de una farsa o patraña. Pablo renunció a ese derecho para evitar críticas.
Algunos pastores no cobran por su labor eclesiástica; sino que viven de sus empleos seculares. Si bien es cierto que el diezmo y las ofrendas son entregas íntimamente vinculadas entre el creyente y Dios, también es cierto que la Biblia permite al predicador vivir de las mismas. Sin embargo, es optativo para el pastor cobrar salario de la iglesia o trabajar secularmente para vivir.
Por otra parte es justo destacar que quien vive de la iglesia dedica más tiempo a asuntos del Señor. Ahora bien, es preciso asimismo indicar que el pastor que cobre el salario de la iglesia sea susceptible de ser tocado por la avaricia y como consecuencia deje de ver a su ministerio como tal y lo mire como una “empresa” o “negocio”.
Para que esto no ocurra, es menester que ore constantemente. Y que la congregación asimismo no lo tome como un “empleado a sueldo”, sino que sea reconocido como un ministro del Señor. Situaciones lamentables se han vivido muchas veces en nuestras congregaciones, donde el pastor, literalmente “es manipulado” por la congregación.
Consideramos que no está mal que los pastores cobren salario de su ministerio, puesto que es un derecho bíblico; lo que nos parece incorrecto es la manera en que muchas veces se piden los diezmos y ofrendas, rayando a veces en la desesperación. Expresiones como “Dios quiere ese billete de $ 100” pueden despertar sospechas en muchos que generen dudas con respecto al pastor, aunado a las exageradas repeticiones de solicitudes de dinero que hacen los predicadores durante el culto.
No es malo que en un momento determinado del culto se inste moderadamente al creyente a diezmar y a ofrendar. Por otra parte, es verdad que las iglesias evangélicas, como todas, deben enfrentar gastos para sufragar la luz, el agua, el teléfono, la radioemisora, obras benéficas, entre otros gastos.
Entendamos algo: si Dios quiere realmente prosperar un ministerio, Él lo hará; no hay necesidad de desesperarse pidiendo plata. Dios no quiebra, y tampoco es deudor de nadie.
El hecho que pastores evangélicos pidan dinero para la iglesia no les resta dignidad ante Dios, ni mucho menos, los hace “farsantes”. Quizás la actitud de algunos siervos pueda crear dudas sobre la motivación del pastor. Ahora, quien dude de su pastor, dice la Biblia, póngale a prueba (investíguelo); eso no es pecado, porque hay también lobos con piel de cordero, o en otras palabras, “falsos profetas”.