Pregunta: ¿Cómo definiría usted la palabra "prosperidad"?
La palabra prosperidad ha sido objeto de mucha consideración últimamente. Se ha predicado mucho sobre la llamada "doctrina de la prosperidad", y muchos han quedado confusos y desilusionados. Las palabras "riquezas", "haberes", "prosperidad" y "abundancia" tienen una gran diversidad de significados.
Sin embargo, muchos piensan que todos esos vocablos se refieren a posesiones y riquezas; o sea, a una persona materialmente rica. Pero una persona próspera no necesariamente tiene que ser un individuo con grandes sumas de dinero en el banco y poseedor de muchos haberes.
La palabra "próspero" tiene una connotación de éxito y triunfo en las Escrituras. Ser próspero y tener abundancia es tener lo suficiente para vivir bien y contar con algo más para compartirlo con otros. A Gayo, el creyente fiel, le escribió Juan lo siguiente:
"Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma" (3 Juan 2). Esta prosperidad abarca las necesidades físicas, materiales y espirituales del hombre.
Cuando hablamos de un rico o acaudalado normalmente uno piensa en una persona con mucho dinero, propiedades e influencia. Pero en Proverbios 23:4,5 se nos amonesta en contra de hacer de las riquezas materiales el objetivo principal de la vida. El dios de muchos es el dinero, y por él se desesperan y sienten un hambre devoradora.
No hay nada malo en que una persona sea rica. El problema surge cuando la ambición por el dinero se convierte en una pesadilla para el individuo. La codicia sí 9ue es un pecado peligroso. Esta es la idolatría de hoy.
El amor al dinero distorsiona por completo la visión de la vida y conduce a prácticas pecaminosas y a un distanciamiento de Dios. En la Biblia se amonesta fuertemente contra el hacer de la acumulación de riquezas el objetivo primordial del corazón (Deuteronomio 8:13, 14; Salmo 62:10; Marcos 4:19; 1 Timoteo 6:9).
Enseñanza práctica
La parábola citada arriba es la historia de un hombre que dejó a Dios fuera de su vida. Si le hubieran preguntado si creía en Dios, probablemente habría dicho que sí. El no era un ateo teórico sino uno práctico. Era rico en las cosas del mundo, pero pobre en las cosas de Dios. Sus graneros estaban llenos, pero tenía vacía el alma.
Si se hiciera una encuesta hallaríamos que un alto porcentaje de la gente diría que cree en Dios, lee la Biblia y pertenece a alguna rama del cristianismo. Superficialmente puede decirse que estos son países cristianos. Sin embargo, una mirada más cuidadosa revela que muchos llamados cristianos son como el rico insensato. Creen en Dios teóricamente, pero con sus hechos lo niegan.
En la iglesia también puede suceder lo mismo. Muchos creyentes lo son solamente de palabra. No hay en ellos una sumisión completa a la voluntad de Dios. En la práctica viven también como el rico de la parábola.
Una fe válida requiere un rendimiento total a Cristo, reflejado en nuestra manera de pensar y de actuar. Debe haber un cambio radical en nuestras actitudes, motivaciones y prioridades en la vida. Debemos consagrarnos totalmente a El.