Un viejo vertedero de basura es difícilmente un lugar para la reflexión espiritual, pero fue allí precisamente donde la vida de Ralph Doudera comenzó a cambiar, viendo a niños escarbar en la basura en busca de comida.
Como exitoso administrador de inversiones, había trabajado durante décadas para hacer montones de dinero cada vez más grandes, tanto para él como para sus clientes. Pero cuanto más ganaba, más infeliz era. Cuando el mercado de valores caía, era imposible vivir con él, y cuando los tiempos eran buenos, recurría a más maneras de capitalizar. Con el tiempo, su compulsión por el dinero creó una brecha entre él y las personas que amaba.
Es por eso que, en 1992, viajó a la India con un grupo de personas como él, que estaban buscando deliberadamente un tratamiento para su adicción al dinero –para recuperar una sana comprensión de la prosperidad y una conexión nueva con el Dios que es su fuente verdadera. Pasó un tiempo cerca de los basureros de la ciudad, y en un hospital fundado por la Madre Teresa para los enfermos y desamparados de Calcuta.
Trabajaron junto a ella para servir a los pacientes de manera humilde: alimentando a las personas, repartiendo medicamentos, y ayudando con la terapia física. Hombres y mujeres que habían estado acostumbrados a ser servidos por todo lo alto, se convirtieron rápidamente en ayudantes que limpiaban heridas y la ropa sucia de las camas.
Pero, sobre todo, pasaban tiempo consolando a los enfermos. Doudera se ocupó de atender a un hombre de su misma edad. La barrera del idioma hacía difícil la comunicación, pero un día el hombre se acercó y lo abrazó fervorozamente.
“Yo sabía que él estaba tratando de decir ‘gracias’, dijo Doudera. “Y el día siguiente murió”. La muerte es un solemne recordatorio de que el dinero, que casi lo destruyó a él, pudo haber sido utilizado para devolverle la vida a otros.
Un día, abordó un tren con destino a las afueras de las ciudad. Por más de una hora estuvieron de pie en el atestado vagón, sudando, sin poder moverse. Doudera pensó en el lugar a donde se dirigía, y reflexionó en cómo reaccionaría ante el sufrimiento que vería. Nunca había experimentado nada igual: se dirigía a una colonia de leprosos.
Al igual que todo lo demás, durante su experiencia de diez días en la India, la colonia no era lo que él esperaba. Doudera pensó que encontraría a los leprosos alojados en un edificio en ruinas, pero en cambio fue conducido a un lugar cómodo con suelos bien barridos y vibrante pintura verde en las paredes. Vio a pacientes que tenían un salario decente tejiendo y haciendo lienzos. También recibían tratamiento médico, y se les enseñaba, a leer y escribir.
Cuando el grupo con el que viajaba entró en el lugar, los residentes dejaron de trabajar para saludar a sus visitantes con una canción. Juntos, cantaron fuertemente una melodía en hindi. “Jesús, sé mis ojos. Jesús, sé mis piernas”. Doudera miró alrededor y se dio cuenta que a muchos les faltaban o lo uno o lo otro. “Pero había un gozo en sus vidas que yo no tenía en la mía”, dijo. “Y entonces caí en cuenta: estaba presenciando todo esto en el Día de Acción de Gracias.”
Era como si el significado de la frase tuviera sentido para mí, por primera vez. “Me di cuenta de que tenía tanto, que era hasta vergonzoso, y jamás fui agradecido. Algo me hizo reaccionar en ese momento”. Doudera llegó a la decisión de que no regresaría a su casa para vivir como antes. “Lo único que podía pensar era: ‘Me gustaría que mis hijos estuvieran aquí; necesitan ver esto’”. Con esa idea clavada en su mente, regresó a su casa una semana antes de Navidad y comenzó un capítulo nuevo en su vida.
Doudera esperaba tener sentimientos de culpa después de su regreso de la India, pero no fue así. “Lo único que sentía es que tenía el compromiso de marcar una diferencia; de poner mi dones a trabajar de una manera positiva”, dijo. Y eso fue exactamente lo que hizo.
Se mantuvo buscando formas de ganar dinero con el fin de darlo. En vez de enfocarse en gastarlo, dándolo a cualquiera que le pidiera, puso en práctica un estilo más selectivo de generosidad. En la actualidad, él da a un puñado de organizaciones benéficas cristianas y a grupos que tienen lo que el llama “el factor de multiplicación”; producir el mayor cambio para Cristo.
Doudera siente que, gracias al tiempo que pasó en la India, es mucho más fácil desprenderse del dinero. Ahora reconoce que toda la riqueza es, en primer lugar, de Dios. Sin embargo, él sabe que todavía el proceso de transformación en él está lejos de concluido. “Necesito tener presente todo el tiempo quién es mi Fuente”, dijo. “Ninguno de nosotros puede vivir en la relación de ayer con el Señor. Tenemos que preguntarnos: ‘Señor, ¿qué quieres que haga hoy?’, y dejar que Él nos lo revele”.
Lo sagrado y lo secular trabajan ahora juntos, por un hombre que se describe a sí mismo como un administrador de las riquezas de Dios, en vez de uno dominado por el dinero. Doudera se esfuerza por donar por lo menos la mitad de lo que gana anualmente. ¿Su meta? Enseñar “a los ricos que no sean altivos, ni pongan su confianza en riquezas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas” (1 Ti 6.17).
“Me gusta contar a la gente mi historia, para mostrarles que mi vida es mucho mejor ahora porque sirvo a Dios, en vez de servir al todopoderoso dólar”, dijo. “Dios nos hizo para dar. Eso nos da vigor”.
Varios años después de su visita a la India, Doudera regresó con sus cinco hijos. Les dio un recorrido por todos los lugares que él había escogido apoyar financieramente. “Quería mostrarles exactamente a dónde estaba yendo su herencia”, dijo, riendo. “Todavía están aprendiendo al igual que yo. Pero saben que su papá no es el mismo hombre que solía ser, y que se debe gracias a la relación que tengo con mi Salvador”.
Ralph Doudera es el autor del libro The Wealth Conundrum (El dilema de la riqueza).