Para que podamos hacer debido uso de nuestro dinero y que no llegue a dominarnos, sugerimos los siguientes pasos:
1. Tengamos presente que el dinero es un buen sirviente; pero se puede convertir en un amo terrible. Si el dinero está sobre nosotros, dejamos de ser personas para convertirnos en instrumentos. Si el dinero es nuestro dios, con nuestra personalidad enferma pagamos el precio de su adoración.
2. Rechacemos la filosofía de que podemos acumular grandes riquezas como fideicomisarios de los pobres. Carnegie, que fue la mejor ilustración de dicha filosofía, dijo: “El millonario no será sino el fideicomisario de los pobres, a quien se confía por determinado tiempo una gran parte de los caudales de la comunidad: pero administrar ese depósito en mejor forma que si la comunidad lo administrara ella misma”.
A lo cuál el doctor W. J. Tucker replicó: “Si unos cuantos pueden administrar los caudales de la comunidad en mejor forma que ella misma, entonces la democracia ha llegado al límite de la inteligencia y de la responsabilidad”.
Los pobres no necesitan nuestra caridad, sino nuestra justicia. Cuando damos caridad hacemos el papel de hermanos dadivosos de los pobres; pero cuando impartimos justicia nos igualamos con aquellos a quienes se la impartimos. Es fácil ser caritativo; pero es difícil ser justo.
3. Nada que nosotros hagamos podrá ser tan perjudicial para nuestros hijos como dejarles tanto dinero y posesiones que no tengan necesidad de luchar y trabajar. El modo más seguro de producir un carácter débil e irresponsable es proporcionar al individuo demasiado dinero.
4. Hay dos maneras de ser rico: tener abundancia de posesiones o escasez de necesidades. Adoptando la segunda manera transferimos la riqueza real a nuestro interior y entonces no puede sernos quitada ni por la depresión ni por la muerte.
5. Pongamos un “alto” donde nuestras necesidades terminan. Todo lo que hagamos después de eso corresponde a las necesidades de los demás. Si podemos poner y respetar ese ¡”Alto”! entonces seremos personas de carácter, amos de las cosas y no esclavos de ellas.
6. Cuida que tus necesidades sean de veras necesidades y no lujos disfrazados de necesidad. Si comes más de lo que realmente necesitas comer sobrecargas tu organismo y te haces de gordura innecesaria, te recargas de un peso extra que no tienes necesidad de llevar encima.
Lo mismo sucede con el dinero y con las cosas. Si tienes demasiado, inviértelo en el mejoramiento de los demás. Es el único banco que no quiebra. El banco del carácter humano pagará dividendos en la eternidad. Invierte todos tus excedentes en ese banco.
7. Establece el nivel de tus necesidades a la luz de las necesidades de los demás, a la luz de tu conciencia y de conformidad con el juicio de un grupo disciplinado. Los tres deben coincidir en la decisión final. Hablo de tu “conciencia iluminada”, dando por entendido que eres cristiano, pues la conciencia de quien no tiene a Cristo como guía no es de lo más seguro .
Educa tu conciencia a los pies de Cristo. Por otra parte, convéncete de que estás bien informado de lo que son las necesidades de los demás. La conciencia necesita estar bien informada para juzgar con rectitud. Guía a tu conciencia que ella te guiará después.
Debes tomar también en cuenta la ayuda necesaria de un grupo disciplinado al formar tus juicios, pues el juicio del grupo es objetivo y representa la conciencia colectiva que debe servir de orientación a la conciencia individual.
8. En tanto que levantas tu nivel económico al nivel justo de la necesidad, da el diezmo, de tus ganancias. Cuando hayas alcanzado ese nivel da todo lo que pase de ahí. El diezmo es una demostración de que no eres propietario sino administrador.
De la misma manera que pagas renta donde vives, como una prueba de que no eres el dueño de la casa sino arrendatario, así dedícale a Dios el diezmo como un reconocimiento de que El es el dueño de las nueve partes que usas para ti.
Cuando lo hagas cubre el nivel de tus necesidades, todo lo que de demás obtengas corresponde a las necesidades de los demás, no como una caridad sino como un derecho y como un acto de justicia.
Oh Dios y Padre mío, estoy examinando profundamente toda mi vida. Estoy tratando de evitar que el dinero eche raíces en mi ser en tal forma que se convierta en mi perjuicio y en perjuicio de los demás. Para ello necesito tu ayuda, pues no quiero que absorba la savia de mi vida. Quiero aprender a usarlo. Por Cristo Jesús. Amén