Imagínese un músico o compositor que quiere hacer un concierto de una obra que dura unos veinte minutos que es el tiempo normal de una suite. Se dispone a ser el único músico en ejecutar todas las partituras escritas para las diferentes secciones instrumentales: Cuerdas: Violoncelo, Violín, Viola, Guitarra,Vientos: flauta, trompeta, cuerno, clarinete,
Percusión: tambores, redoblante, platillos, címbalos, piano, etc…
Nos parecerá ridículo verlo correr por las diferentes líneas, tomar el instrumento y que nos diga: -así suena la flauta-, y ejecutar la parte de la flauta. Luego correr hasta otra sección, tomar el correspondiente instrumento, ejecutarlo…¡interminable! ¿verdad?
Sin embargo así funcionan muchos líderes en nuestras iglesias. Tratando de ser el hombre orquesta que ejecuta todos los instrumentos.
Si bien conozco músicos que ejecutan varios instrumentos, cuando ofrecen un concierto lo hacen acompañados por otros músicos.
Sea por protagonismo, desconocimiento o desconfianza, hay personas a las que se les hace difícil abrir puertas de servicio a otras en las actividades de la iglesia.
Hay un viejo dicho popular que reza: “no se puede estar en la misa y en la procesión al mismo tiempo.” Sin embargo aunque viejo, no está aprendido.
Muchos líderes creen legítimo, ponerse la iglesia al hombro ellos solos y realizar todas las tareas. Se sienten exigidos a rendir por más de una persona, acumulando las tareas que normalmente realizarían dos o tres sino más.
Para justificar, muchas veces el sueldo que en el mejor de los casos la iglesia, se ha comprometido a darle. O para merecer un aumento.
Tengo amigos pastores a los que visito habitualmente y me sorprendo encontrarlos haciendo tareas que cualquier hermano podría realizar de buena gana si se lo pidieran.
Por ejemplo, he visto a un pastor ya octogenario subido a la escalera cambiando artefactos de iluminación.
No es un acto de amor y de servicio. No demuestra que sea una experiencia satisfactoria en su liderazgo, sino más bien que no sabe organizar las tareas de la iglesia.
En más de una oportunidad podemos encontrar a pastores a poco de comenzar el culto, luchando con la computadora para imprimir el programa que se le va a dar a la gente que ya llegó al culto y hasta a veces he visto demorar el culto por no estar impreso el programa.
Una vez le pregunté a un pastor amigo: ¿no hay entre los jóvenes de la congregación algún hermano a quien pedirle este servicio? Mi amigo me dijo NO. Sin embargo, si hay en cualquier congregación algún joven con cierta experiencia con las computadoras y programas de diseño para delegarle esta tarea.
Pero esta situación se repite en varias otras áreas de la iglesia: la enseñanza, la alabanza, diaconías, etc. No es cuestión de tamaño, sino de actitud y de confianza. Muchas veces se dice que como la iglesia es pequeña hay que estar en todo; pero si se hace todo, no hay lugar para que otros vean la necesidad y trabajen.
Pasara el tiempo y el pastor dirá: -si yo no lo hago nadie lo hará-. Esta es precisamente una de las razones por las cuales mucha gente se va de las iglesias, por no encontrar el espacio para desarrollar su talento.
Volviendo a la metáfora inicial, ¿qué tal si en vez de ser el hombre orquesta se dispone a ser el director de la orquesta?
Con los músicos que tenga, buenos, con experiencia y los malos y novatos juntos, sin discriminar.
Si hay algo que le falta a la iglesia es integración. Ese ambiente en el cual todos sienten que tienen pertenencia, que a su turno van a ejecutar una parte de la partitura. Que son necesarios. Que forman parte de algo. Si a cada hermano lo viéramos como parte de nosotros mismos como dice el apóstol Pablo: “somos miembros los unos de los otros”, las personas responderían diferente.
Si el pastor creyera que puede multiplicarse en las personas que tiene a su alrededor, no estaría absorbido por la cantidad de tareas que realiza. Descansaría más y obtendría mejor colaboración y participación de los hermanos.
Un director de orquesta, no necesariamente ejecuta algún instrumento. El dirige la orquesta, observa la partitura mientras los músicos ejecutan. El señala el ritmo y le indica la entrada a cada instrumento.
El ejemplo de una orquesta, que toca diferentes instrumentos y el de la música en si, es interesante en cuanto a poder comprender como es el trabajo en equipo. Primeramente podemos decir que una buena obra musical debe contener ciertos elementos que la hacen variada, agradable y técnicamente óptima. Melodía, armonía y ritmo.
Hay canciones populares que son éxitos pero muchas veces carecen de alguno de estos elementos, especialmente armonía. Pueden tener una linda melodía, pueden ser muy rítmicas pero les faltará algo.
Puede ser que nos vaya bien por un tiempo, pero eso no quiere decir que hagamos las cosas bien. Así como un éxito musical no significa que tenga calidad, solo por ser una melodía pegajosa.
Podemos decir que la iglesia es una orquesta, donde hay diferentes instrumentistas, coordinados por un director que es el pastor. Cada uno tiene asignada una partitura, una tarea para realizar. Según su instrumento, o cualidad musical ejecutará, la melodía, armonía o ritmo.
Nadie debe pensar que es indispensable, todos vienen a formar parte de un todo y es el director quien pone la partitura.
Para que una orquesta suene bien, compacta, unida, armoniosa, hay un tiempo previo al concierto que se llama ensayo. Allí es donde el director da instrucciones, corrige, da directivas, para que cada músico realice lo que está escrito para él en la partitura musical.
El director no tiene porque ser ejecutante de cada instrumento de la orquesta. El especialista de todo. Es responsabilidad de cada músico entender la técnica de su instrumento. El director solo supervisa el ensamble.
Así debe ser la tarea de un pastor: coordinar los talentos que tiene, para que funcionen en beneficio de todos por una sola voluntad: la de Dios. “Ser todos de un mismo sentir”, no quiere decir musicalmente que todos han de ejecutar lo mismo, al mismo tiempo, encimados, tapándose unos a otros.
Justamente en música, en la variedad, está la perfección. La iglesia es un conjunto de talentos y capacidades que sabiéndolos coordinar, alcanzará su objetivo.
No he visto director de orquesta que no disfrute de su trabajo. Es un gozo enorme, ver o escuchar que lo que se ensayó por muchas horas, suena bien, armonioso y a tiempo.
Amado pastor, no te esfuerces en hacer lo que está reservado para otros. ¡Toma tu batuta y disfruta como buen director de orquesta!