Una verdad que todo líder al fin descubre es que las personas son muy cambiantes.
Es sorprendente ver cómo aceptan mentiras de un líder que aman y respetan. Lo vemos muchas veces en la vida contemporánea.
A veces parece que entre más íntegro un líder del gobierno intente ser, más críticas recibe de los medios de comunicación.
El líder está seguro de su llamado. Aquellos que no están seguros de su vocación no pueden ser líderes eficaces. Nada es más debilitante para el liderazgo que la duda.
Las personas que tienen dudas acerca de sus propios dones o su llamado nunca llegan a ser buenos líderes, porque no tienen certeza de si lo que hacen está correcto.
Naturalmente se llenarán de indecisión, vacilación, timidez y debilidad para tomar decisiones. Y, como lo hemos visto, estas cosas son la antítesis a las cualidades esenciales de un buen liderazgo.
Las personas que tienen posiciones de liderazgo seculares necesitan aceptar su llamado y consagrarse a las tareas que se les han dado.
El Antiguo Testamento dice: «Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas» (Eclesiastés 9.10). El líder no puede tener éxito si considera que la tarea actual es un tropiezo. Uno no puede distraerse por el futuro y ser eficaz en el presente.
Siempre he creído que si un líder se encarga de la tarea presente con todo su poder, el futuro le abrirá oportunidades más grandes. Vivir en la fantasía de las oportunidades futuras, sin embargo, nos debilita en el presente.
A menos que tenga una confianza absoluta de que fue llamado y dotado para lo que hace, cada prueba, cada dificultad, amenazará con desviarlo de su objetivo.