
El Amor Vence Siempre la Batalla
Te prolongué mi misericordia (Jeremías 31:3)
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Los truenos de la ley y los terrores del juicio se usan para conducirnos a Cristo, pero la victoria final la efectúa la misericordia. El pródigo partió para la casa de su padre con una sensación de necesidad, pero su padre lo vio estando aún lejos, y corrió a su encuentro; de modo que los últimos pasos que el pródigo dio hacia la casa de su padre, los dio llevando aún en sus beso paternal, y en los oídos mejillas la impresión del beso paternal, y en los oídos la música de bienvenida. Mientras la ley y los terrores obren solos, no hacen otra cosa que endurecer, pero la sensación del perdón comprado con sangre, disolverá el corazón de piedra.
El Maestro vino una noche a la puerta y golpeó con la férrea mano de la ley; la puerta retumbó y cimbró sobre sus goznes, pero el hombre amontonó contra la puerta sus muebles y dijo: «No lo admitiré ».
El Maestro se fue, pero tras un rato volvió y con mano suave, usando en especial la parte donde los clavos habían penetrado, golpeó otra vez suavemente. Esta vez la puerta no retumbó, pero, ¡cosa rara!, se abrió, y allí sobre sus rodillas estaba el que en la visita anterior estuviera tan mal dispuesto.
Todo había cambiado; ahora sentía gozo al poder dar la bienvenida a su huésped. «Entra, entra–le dijo–; has golpeado de forma que mis entrañas se conmovieron de amor por ti. Al pensar en tu mano taladrada que dejaba una marca de sangre en mi puerta, no pude dejarte ir. Tu cabeza está bañada de rocío y tus guedejas con las gotas de la noche. Yo me rindo a ti; tu amor me ha vencido. » Así es siempre: el amor vence la batalla.
Lo que Moisés con sus tablas de la ley nunca pudo hacer, Cristo lo hace con su mano herida. Tal es la doctrina del llamamiento eficaz. ¿Lo experimenté yo ? ¿Puedo decir «Él me atrajo y le seguí gozoso, al reconocer su divina voz » ? Que siga el Señor atrayéndome, hasta que al fin me siente en las bodas del Cordero.