
El Gozo de la Mujer que Confía
Entonces Miriam, la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero y salieron en pos de ella todas las mujeres con panderos, formando coros de danza.
Y Miriam les hacía responder a coro: “Cantemos himnos al Señor, porque ha dado gloriosa señal de su grandeza: ha precipitado en el mar al caballo y al caballero. (Ex 15,20-21)
Comenzaré este libro meditando sobre la figura de una mujer bíblica muy discreta, pero cuya importancia fue sin duda enorme en la historia del pueblo judío: Miriam, la hermana de Moisés.
La voz de Miriam resuena en uno de los fragmentos más antiguos de la Biblia. Sabemos que la Biblia es un conjunto de escritos de diferentes autores y épocas, compilados y unidos con un propósito. A modo de tapiz, o de mosaico, los diferentes textos componen un grandioso cuadro con un mensaje: la historia de un pueblo que se siente salvado y escogido por Dios.
Hoy sabemos que el orden en que se presentan los libros bíblicos no corresponde al orden cronológico en que fueron escritos. Por ejemplo, el Génesis, que es el primero, es uno de los más recientes en ser redactados. Pero en él hay fragmentos de leyendas y tradiciones mucho más antiguas.
Igualmente, en el Éxodo se combinan varias tradiciones y autores para elaborar un relato significativo. El cántico de Miriam es un himno de victoria de épocas muy antiguas, quizás de cuando los israelitas todavía eran un puñado de tribus en guerra con sus vecinos, peleando por hacerse un lugar en medio de las poderosas potencias del Creciente Fértil.
Los hombres guerrean, pero las mujeres no se quedan atrás. En la fiesta por la victoria son las primeras. Portavoces del júbilo, tocan, cantan y danzan. ¿Hay manera más hermosa y expansiva de expresar la alegría?
Pero, además, Miriam es una figura fascinante. Aparece en dos o tres breves pasajes del Éxodo y luego reaparece en el libro de los Números, en algunos episodios un tanto controvertidos. Sea como sea, podemos vislumbrar en ella a una mujer fuerte y animosa, llena de fe.
Como en tantas figuras bíblicas, en ella se mezclan rasgos legendarios y otros posiblemente reales. Lo que importa, para el autor que la ha inmortalizado en los textos, es su papel en una historia más grande, que trasciende lo meramente personal: la vida de una comunidad naciente.
Miriam es la jovencita que, en complicidad con su madre y para salvar la vida de su hermano recién nacido, arroja la canastilla con el bebé en las aguas. Corren tiempos duros para los hebreos afincados en Egipto.
El faraón ha ordenado que los primogénitos varones de este pueblo sean arrojados al Nilo y las desesperadas madres buscan mil y una maneras de salvarlos. La leyenda de un niño salvado de las aguas es muy común en los mitos orientales de la antigüedad. Se cuenta de dioses y héroes, como del mismo rey Sargón.
Más allá de la realidad o la fantasía, el niño recogido del río expresa una creencia: es hijo no solo de su madre, sino de la providencia divina, que lo ha rescatado y lo ha conducido a los brazos de otra madre adoptiva. Desde su infancia, ese niño ya no pertenece a su familia de sangre, sino que está destinado a una gran misión. Durante ese largo proceso, es una mujer quien vela a su lado.
Miriam es la niña que, vigilante entre los cañaverales, observa cómo su hermano es recogido por la hija del faraón. Acude prontamente ante la princesa y le ofrece buscarle una nodriza, su propia madre. De esta manera, el pequeño no perderá totalmente el contacto con sus raíces. En las familias, son las mujeres quienes suelen velar por mantener la unión y la cohesión, los vínculos con los orígenes.
Años más tarde, cuando Moisés es llamado por Dios y emprende la misión de sacar a su pueblo de Egipto, el cronista del Éxodo nos presenta a Miriam como «la profetisa, hermana de Aarón» (Ex 15,20). Es una mujer destacada, equiparable a un profeta. El don que Dios ha concedido a sus hermanos también florece en ella. Sus palabras llevan el eco de Dios, transmiten su fuerza.
Los hebreos huyen de Egipto y son perseguidos por el ejército del faraón hasta la ribera del mar Rojo, que logran atravesar a pie enjuto, protegidos por el ángel del Señor. Cuando los egipcios se lanzan tras ellos, el mar se cierra sobre la tropa y son engullidos por las olas.
Y entonces, en una de las escenas más bellas del Antiguo Testamento, podemos leer que Miriam, tomando un pandero, sale a cantar y a danzar la gloria de su Dios, que los ha rescatado de las aguas del mar Rojo y de la furia del faraón. Todas las mujeres del pueblo se unen a ella, alborozadas, bailando y tocando instrumentos.
Miriam personifica el gozo de la mujer que ha confiado en Dios y ha sido escuchada. Su alegría es exultante y se expresa en forma de cánticos y danzas. Arrastra a las demás mujeres. Vemos en ella a la mujer líder que entusiasma a sus compañeras, movida por el júbilo de un Dios que la colma. Su fe ha sido correspondida y sabe celebrarla, encendiendo la llama de la fiesta a su alrededor.
Pero Miriam no solo ha confiado en su Señor. Desde muy joven también ha puesto los medios para que este actúe. No ha permanecido pasiva. Ha acompañado a su hermano Moisés desde su nacimiento, y también a su otro hermano, Aarón, en su liderazgo como portavoz y sacerdote de su pueblo.
Es llamada profetisa. Comparte con ellos el don de transmitir un mensaje de Dios a su gente. Y, aunque en el relato bíblico apenas vuelve a ser mencionada, podemos intuir que su trayectoria va íntimamente ligada a la de los hombres que dirigían el pueblo de Israel en su camino hacia la liberación.
Miriam, la hermana de Moisés, es un modelo espléndido para la mujer cristiana de hoy. Fiel y constante, audaz y valerosa, ha sabido proteger la vida de sus hermanos y acompañarlos en su misión. Por eso, puede cantar con el gozo desbordante de quienes lo han arriesgado todo por el amor de Dios y no han sido defraudados.