
Enfermedad y Aflicción en La Vida Cristiana
Ezequías era un rey piadoso. El Señor lo había bendecido en muchas oportunidades y lo había salvado derrotando a ciento ochenta y cinco mil asirios que intentaban invadir su territorio (2 Crónicas 32).
Así salvó Jehová a Ezequías y a los moradores de Jerusalén de las manos de Senaquerib rey de Asiría, y de las manos de todos; y les dio reposo por todos lados. Y muchos trajeron a Jerusalén ofrenda a Jehová, y ricos presentes a Ezequías rey de Judá; y fue muy engrandecido delante de todas las naciones después de esto.
Luego, súbitamente, en los versículos 24 y 25, la escena se oscurece. En aquel tiempo Ezequías enfermó de muerte; y oró a Jehová, quien le respondió, y le dio una señal. Mas Ezequías no correspondió al bien que le había sido hecho, sino que se enalteció su corazón, y vino la ira contra él, y contra Judá y Jerusalén.
Ezequías enfermó gravemente. ¿Por qué habrá sido azotado con esa enfermedad? No creo que Dios haya insertado sin algún propósito entre los versículos la cuestión del envanecimiento de Ezequías. Es obvio que logró que Ezequías lo escuchara en relación con su orgullo a través de su enfermedad.
Una de las formas que Dios usa para hacer que le prestemos atención es la enfermedad o la aflicción. Por ejemplo, Dios captó la atención de Saulo de Tarso en el camino a Damasco arrojándolo al suelo y cegándolo.
Por tres días no pudo ver nada. ¿Sería necesario algo así para que le prestásemos atención? Creo en la sanidad. Creo lo que dicen las Escrituras en Santiago 5.14: ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.
Cuando estuve en el hospital por espacio de varias semanas, Dios se ocupó de mí maravillosamente. Se valió de mi enfermedad para lograr que penosamente le prestara atención a fin de que escuchara su voz.
Si alguien hubiese orado a Dios para que me sanara no hubiera conocido una de las épocas espirituales más grandes de toda mi vida. Tenía necesidad de escuchar lo que Dios quería decirme. Debemos tener mucho cuidado en torno al tema de la sanidad, porque con frecuencia Dios utiliza una enfermedad para obligarnos a examinar nuestras vidas.
Al recorrer las páginas de mi diario compruebo que en cada una de las oportunidades cuando Dios ha permitido que me encontrara físicamente inmovilizado, por lo general había hecho algo estúpido que me había llevado a esa posición, como levantar una carretilla y dañarme la espalda. En cada una de estas ocasiones Dios me llevó a tomar una decisión que no debía eludir, y me obligó a enfrentar alguna cuestión que de otro modo hubiera evitado resolver.
Dios no emplea los mismos métodos con todos. Él sabe exactamente lo que hace falta en la vida de usted para conseguir que le preste atención: un espíritu inquieto, una palabra dicha por otros, bendiciones, oraciones no contestadas o circunstancias inusuales. Es posible que utilice un método hoy, y que luego se valga de otro distinto dentro de tres semanas, alguna cosa dentro de varios meses o una estrategia totalmente diferente a dos años de esta fecha.
Lo que importa es que a Dios le interesamos lo suficiente como para emplear varios y diversos métodos para obligarnos a detener nuestro paso y escuchar lo que nos quiere decir. No se propone dejarnos caer en la boca de un tunel abierto sin proporcionarnos señales de peligro claramente discernibles. Se propone ofrecernos orientación específica y ayudarnos a entrar en sus maravillosos planes y propósitos para nuestra vida.
No nos va a dejar vagar desorientados por los intrincados vericuetos de la vida diaria sin mostrarnos las señales adecuadas que Él mismo ha colocado. Esto lo hace habiándonos suavemente.
Nuestro problema no está en que dudemos de la capacidad y el deseo de Dios de comunicarse, sino que con demasiada facilidad nos vemos impedidos de identificar su voz. Puesto que somos sus ovejas y que sus ovejas conocen su voz (Juan 10.4), tiene que haber indicios perceptibles tocante a la naturaleza de su conversación.