
EXPONGAMOS NUESTROS PECADOS.
© Pastor Iván Tapia
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. / Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. / Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1 Juan 1:8-10)
Queridos hermanos y amigos: Todos los pecados perjudican a la persona en su relación con Dios. El único camino que nos resta es pedir perdón a Dios, reconciliarnos con Él y con los que han sido perjudicados por su pecado; luego empeñarnos en no volver a cometerlos, orando por templanza, por dominio propio, para no pecar.
Los pecados que se relacionan mayormente con el dominio de los apetitos, las llamadas concupiscencias de la carne, afectan a la salud física de la propia persona y también en las relaciones interpersonales.
Por ejemplo quien padece de gula va a tener mayor interés en devorarlo todo y será indiferente a su prójimo. En el caso del avaro no le importará perjudicar a otros con tal de obtener las ganancias y objetos que ambiciona. La soberbia, la envidia y la ira, enferman principalmente el alma del pecador.
Dios está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados, siempre que lo hagamos con sinceridad. Una y otra vez lo hará, una y otra vez nos perdonará como un Padre que ama a Sus hijos. Él conoce nuestra debilidad y está dispuesto a perdonar y ayudarnos a mejorar nuestra conducta:
“16 Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; / 17 aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. / 18 Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. / 19 Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; / 20 si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho.” (Isaías 1:16-20)
El Señor jamás dejará de perdonarnos ni se cansará de que pequemos continuamente, salvo que blasfemáramos contra Él, que lo negásemos y alejáramos de Su Presencia, mas el Espíritu Santo que habita en el corazón del creyente no lo permitirá:
“28 De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; / 29 pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. / 30 Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo.” (San Marcos 3:28-30)
Dios clavó en la cruz los pecados de todo hombre que reconozca el sacrificio de Jesucristo como un acto expiatorio. Nos limpia de nuestras maldades por medio del perdón, aceptando el sacrificio que Jesucristo hizo en la cruz en pago por ellas.
Sólo Él puede perdonar nuestros pecados. Todos los cristianos debemos aspirar a ser santos, sin pecados, a pesar de que somos pecadores. Para ello acudiremos al ministerio del Espíritu, que nos habita, regenera, convence, guía, enseña, da poder y santifica.
Él puede ayudarnos a que no sigamos pecando, o que pequemos en menor grado, por medio de Su acción en nuestra voluntad:
“1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. / 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. / 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; / 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. / 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. / 6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. / 7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; / 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. / 9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. / 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. / 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. / 12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; / 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Romanos 8:1-13)
Por último debemos decir, con respecto al pecado, que todos los seres humanos, después de la caída de Adán y Eva, no nos hacemos pecadores sino que nacemos pecadores. Tal vez alguien alegará que un bebé no tiene pecado porque no puede obrar mal: No puede mentir, robar, matar, etc. es decir no comete “pecados” en plural, pero trae la raíz de rebelión, heredada de los primeros padres.
En su ADN está el “pecado” en singular. Basta esperar algunos años para que ya se exprese esa raíz en desobediencia. Por tanto será necesario que se oriente su vida y crecimiento espiritual hacia un encuentro con el Salvador, para que sus pecados sean perdonados y acepte a Jesucristo como su Salvador y Señor.
Leamos una vez más los tres versículos iniciales:
“8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. / 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. / 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1 Juan 1:8-10)
La idea básica que transmite San Juan en estos versículos es que todo seguidor del Dios de Luz debe traer sus culpas a la Luz, o sea exponer sus pecados a Dios, para ser limpiado con la sangre de Jesucristo y perdonado por el Padre.
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