
Sentados en la Presencia de Dios
La sola mención de la palabra meditación evoca diversas y variadas imágenes, todas, en alguna medida extrañas a la mentalidad occidental. De algún modo u otro, los creyentes contemporáneos han eliminado esta palabra del vocabulario bíblico.
En la actualidad su uso se ha limitado principalmente a la práctica de las religiones orientales y así, para el cristiano, ha sido arrojada a una esfera casi obsoleta y prohibida. Este abandono del vocablo se ha hecho a costa de un gran peligro, porque la meditación y su aplicación escritural son de inmenso valor si hemos de escuchar acertadamente a Dios.
Tal vez nadie se haya ocupado de esta piadosa práctica más fervorosamente y con mayor éxito que el rey David. Muchos de los salmos son producto de su silenciosa reflexión y espera en Dios. Como «varón conforme al corazón de Dios», David tenía que conocer antes que nada la mente y el corazón de Dios. En gran medida lograba esto mediante la persistente práctica de la meditación santa. Una ilustración gráfica podemos encontrarla en 2 Samuel 7.
En ese capítulo vemos que David ha alcanzado un lugar de reposo en su reino. Sus campañas militares ya no figuran en su tablero de planeamiento, y ahora considera la posibilidad de edificar un templo para el Señor. El profeta Natán da a conocer un alentador mensaje acerca de la fidelidad de Dios para con David y el plan del Señor de construir el templo.
La respuesta de David ante el comunicado de Natán se encuentra en 2 Samuel 7.18: «Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?» Notemos la frase «David[...] se puso delante de Jehová». Claro que no estaba sentado en una silla, como quizás lo haríamos nosotros. Estaba arrodillado y echado hacia atrás sobre sus calcañales, escuchando y hablando con el Señor. David estaba meditando.
La meditación no era nada nuevo para David porque hacía mucho que sabía lo que significaba. Leemos en los Salmos que con frecuencia escuchaba al Padre y hablaba con Él en el campo. Incluso cuando escapaba de Saúl y esquivaba sus lanzas, David se tomaba tiempo para meditar en Dios.
Dado que la meditación es la única actividad que debería constituir la prioridad diaria de los creyentes, es justamente la única disciplina que Satanás procura tenazmente impedir que cumplamos. Sin embargo, cuando examinamos las recompensas y los resultados de la meditación, nos damos cuenta, muy pronto, que no puede ocupar un lugar secimdario. Tiene que ser lo primero.
Muchos creyentes piensan que la meditación es sólo para los pastores u otros líderes espirituales. No ven su papel en un mundo secularizado donde reinan las contiendas y la competencia. Parece algo extraño para quienes tienen que levantarse y salir a la autopista a las siete de la mañana, estar en una ruidosa oficina todo el día y luego luchar con el tránsito para volver a casa, donde seguidamente tienen que ocuparse de los problemas domésticos.
No obstante, es en medio de ese constante tumulto donde el creyente se encuentra sumamente necesitado de los efectos tranquilizadores de la meditación, a fin de que pueda destilar la voz de Dios apartándola del fragor del diario vivir. Dios concibió la práctica de la meditación no solamente para predicadores, sino para todos sus hijos a fin de que nos relacionemos mejor con El. La meditación personal y privada comienza cuando nos aislamos con el Señor y estamos en silencio delante de Él.
Puede ser nada más que cinco minutos, treinta o incluso toda una hora. Lo importante es que estemos a solas con el Señor para descubrir su dirección y su propósito para nuestra vida.
La dirección personal y convincente es sólo uno de los beneficios de la meditación. Salmo 119.97-100 enumera algunas de las otras recompensas de la meditación, tales como la sabiduría, el discernimiento, una visión clara y una obediencia agudizada.
Josué 1.8 es un maravilloso versículo de las Escrituras acerca de los benditos beneficios del pensar concentradamente. «Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien». La meditación es la forma en que Dios corona nuestra vida del éxito suyo y da prosperidad de alma, espíritu y cuerpo. Es también un catalizador para un vivir obediente.
Quiero señalar al lector cuatro principios que lo guiarán hacia una meditación significativa. Estos constituirán verdades liberadoras que le harán oír la voz de Dios de un modo nuevo y vigorizante.