“Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Juan 4:13, 14.
Jesús y sus discípulos iban camino de la ciudad de Galilea y tuvieron que pasar por Sicar, un pueblo de Samaria, región que los judíos consideraban detestable.
Mientras los discípulos compraban alimentos en el pueblo, el Maestro se sentó junto al pozo de Jacob, el cual estaba en las afueras de la ciudad. Este es un lugar lleno de historia. En Génesis 33:18,19 se lee: “Cuando Jacob vino a Padan-aram, llegó sano y salvo a Canaán y acampó frente a la ciudad de Siquem. Por cien monedas compró un terreno a los hijos de Hamor, el padre de Siquem, y allí puso su campamento”.
Esta Siquem es la Sicar de este pasaje. El pozo, que ha permanecido hasta estos días, es muy profundo, como lo señaló la mujer samaritana.
Tenía 2,52 metros de diámetro por 21 metros de profundidad. Jesús estaba sentado junto a él, descansando del viaje y del calor del mediodía cuando, viendo a una mujer, le pidió agua. La sorpresa de ella fue muy grande pues no era costumbre de los judíos intercambiar palabras con los samaritanos, menos si se trataba de una mujer.
El Don de Dios