Mi amigo Andy está enamorado. Es casi imposible hablar con él por más de dos minutos sin que él te agarre por los hombros, y te sacuda violentamente mientras grita: “¡Estoy enamorado! ¿Puedes creerlo?” Su entusiasmo es contagioso.
En este momento, el desaliñado rubio está tratando de decidir cuándo y dónde le va a pedir a su novia Lori, que se case con él. Él ya tiene el anillo; lo único que está esperando es que llegue el momento perfecto. “Ella está tratando de adivinar cuándo voy a proponerle matrimonio”, dice él mientras se ríe. “Me vuelve loco”. Yo le digo: “¿Podrías tranquilizarte y dejarte sorprender?”
Estos dos estudiantes universitarios de cuarto año tienen mucho a su favor. En primer lugar, gozan de una sólida amistad, la cual comenzó antes de haberse creado un interés romántico entre los dos. En segundo lugar, aman a Dios profundamente, y, en todo momento se han esmerado por honrarle a lo largo de su relación. Y en tercer lugar, en su iglesia están rodeados de amigos que los apoyan y asesoran.
¿No es cierto que esto suena bastante bien?
Por supuesto. Pero no es suficiente. Por lo menos, así es como Andy se siente a veces. ¿Por qué? Porque su relación con Lori es diferente a la relación de otras parejas en su iglesia. Al examinar otras parejas que Andy admira, él tiene la impresión de que un verdadero romance cristiano significa que dialogas en secreto con los padres de la chica, aun antes de que ella sepa que le gustas, y que desde ese momento tienen un noviazgo bajo la supervisión de los padres.
El plan funcionó bien en el caso de algunos amigos de Andy, los cuales ahora están felizmente casados; pero lo cierto es que muchas de estas cosas no se ajustan a su situación particular. Él y Lori se conocieron en la universidad, estudiaron juntos como amigos, y luego se enamoraron. Para colmo, los padres de Lori residen en Nueva Jersey y no son creyentes.
Cuando Andy los llamó para dialogar respecto a comenzar un noviazgo con su hija, el padre hasta se molestó un poco. “¿Y para qué nos llamas a nosotros?”, preguntó él.
Andy está sinceramente confundido. “No estoy seguro de cómo debemos referirnos al hablar de nuestra relación”, me dice él. “¿Es un noviazgo? Supongo que no puede ser, o no hemos hecho las cosas correctamente”.
¿Existe una manera “correcta”?
¿Hicieron Andy y Lori algo equivocado? Yo no creo. Sin embargo, su historia nos lleva a hacer una importante pregunta: ¿Existe tal cosa como una manera “correcta” de llevar a cabo una relación? Y de ser así, ¿quién la define? ¿Quién la clasifica? ¿Debemos llamarla una serie de citas amorosas, o un noviazgo? ¿Acaso hay un término que suene más piadoso que otro?
Hoy día, cuando una pareja como Lori y Andy miran a su alrededor en busca de ejemplos de lo que debe ser una relación entre cristianos, con seguridad van a recibir señales mixtas y confusas. Por un lado, encontrarán que hay parejas cristianas cuyo comportamiento dentro de una relación, es igual a los no-creyentes.
Estas relaciones son egoístas y marcadas por los celos, a menudo retando (o completamente pasando por alto) los límites de la pureza. En vez de tener una relación que esté centrada en Dios, dicha relación sólo existe para la gratificación a corto plazo de dos personas.
Por otro lado, Andy y Lori encontrarán parejas que se rigen por una lista específica de cosas que “pueden” y “no pueden” hacer; a esto le llaman “noviazgo”. Aunque algunas de sus ideas podrían ser útiles, y hasta bíblicas, este enfoque que llevan basado en reglas, a menudo les hace depositar su confianza más en las leyes humanas que en Dios mismo.
El amor a Dios, no es el centro de su relación; pero sí lo es el orgullo en sus métodos y comportamiento.
Lo que estoy describiendo son dos extremos: uno es el desorden, y el otro es el legalismo. El desorden, echa a un lado los mandamientos divinos y decide vivir para sí. Por otro lado, el legalismo confía en que es suficientemente santo para obedecer las reglas humanas.
Estos dos extremos son como dos zanjas a ambos lados de un camino. Tristemente, somos muchos los que pasamos toda una vida desviándonos de un lado a otro entre estos dos, ¡saliendo de una zanja, sólo para caer en la otra!
El camino que ha establecido Dios hacia el matrimonio, se mantiene en terreno alto y firme, entre ambos extremos. El mismo, nunca abandona los principios y mandamientos bíblicos, pero tampoco recurre a las fórmulas.
Este artículo ha sido tomado del libro:
Él y ella
por Joshua Harris
Editorial Unilit