Efesios 4:32 nos recomienda: «Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo».
La recomendación bíblica es válida porque todos, a pesar del amor que nos tengamos, vamos a lastimar a las demás personas y, principalmente, a nuestra familia.
Esto independientemente de cuánto amor o cuánta estima exista entre nosotros. ¿Por qué? Porque no somos perfectos y porque, en ocasiones, nos lanzamos a expresar lo que pensamos y sentimos sin considerar las consecuencias.
Y este dolor sufrido a causa de que nos lastimaron es uno de los más profundos que existen porque no esperamos que aquellos que conforman nuestro círculo íntimo, en quienes confiamos y a los que nos entregamos, nos lastimen.
Lo cierto es que, debido a la cercanía y la confianza, podemos lastimar de dos maneras: involuntaria, donde solo el que se sintió ofendido lo percibió de esa manera; como, por ejemplo, cuando la otra persona se siente ignorada, no comprendida o escuchada, subestimada; o cuando no respondemos en la forma que ella espera u obviamos detalles que cree importantes.
O bien, lastimamos en forma consciente; como, por ejemplo, cuando nos comunicamos mal, producto del cansancio o de las preocupaciones; cuando reaccionamos equivocadamente por no tomarnos el tiempo de averiguar qué fue lo que sucedió o cuando estamos a la defensiva porque antes nos hemos sentido lastimados por terceros.
¿Cómo lo hacemos? Levantamos la voz, realizamos un gesto, rechazamos, menospreciamos, humillamos u ofendemos.
Por otro lado, incluso si deseamos pedir perdón y nos mostramos arrepentidos por las heridas que causamos en el otro, puede que ese perdón, esa disculpa, no sea bien recibida. ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros pide perdón de una forma diferente.
Así como expresamos amor de una manera particular, todos nos disculpamos a nuestra manera. Ella dice: «Mi esposo nunca se disculpa, nunca me pide perdón. Lo único que dice cuando me ha lastimado o se ha equivocado es: «Lo siento, perdón».
Eso me enoja, porque para mí eso no es una disculpa. Quiero que él admita que se equivocó, me pida perdón y me asegure que no lo hará más». Pero el esposo insiste: «¿Pero qué más quiere que le diga? Ya le dije que lo siento.
Pero para ella eso no es suficiente». Es aquí donde surge la pregunta: si el esposo realmente está expresando un arrepentimiento genuino, ¿por qué ella no lo acepta? Simple: ella tiene una forma diferente de interpretar la forma en que debe pedirse perdón.
Ambos están hablando sinceramente, pero lo están expresando en lenguajes diferentes. Debemos aprender a escuchar para procurar comprender lo que nos están diciendo y así distinguir cómo le agrada a la otra persona que le expresemos nuestro arrepentimiento.
Porque todos nos equivocamos, debemos saber expresar disculpas en el lenguaje que el otro pueda interpretarlo correctamente. Después de todo, la disculpa tiene como objetivo final la reconciliación y la restauración de las relaciones lastimadas.
En este asunto de lastimar a otros o de que otros se sientan ofendidos por nosotros, y en el de pedir disculpas, juega un papel preponderante el tema de la comunicación. ¿Por qué? Porque en ella va implícita toda la interacción humana.
La comunicación tiene un emisor, que es aquel que transmite un mensaje; un receptor, que es quien lo recibe; el mensaje en sí mismo, que es la propia información transmitida; un código, que es el conjunto o sistema de signos que el emisor utiliza para codificar el mensaje; un canal, que es el elemento físico por donde el emisor transmite la información y que el receptor capta por los sentidos corporales (oído, vista, tacto, olfato y gusto); y un contexto, donde se superponen las circunstancias temporales, espaciales y socioculturales que rodean el hecho o acto comunicativo y que permiten o no comprender el mensaje en su justa medida.
De modo que si surge una falla en ese proceso, las probabilidades de que alguien se ofenda o interprete erróneamente, aun una buena intención, son muy altas. Es muy posible interpretar mal el mensaje, lo que crearía heridas, dolor, frustración y distancia.
Y en un ciclo de acción-reacción, la persona lastimada, lastima, y ninguno sabrá cómo expresar lo que siente.
Tenemos que superar esos obstáculos, pues, cuando la otra persona está herida, es nuestra obligación procurar su salud emocional y restaurar la relación. Para esto debemos recorrer el camino de pedir perdón.
No necesariamente la relación se va a restaurar de forma inmediata (o del todo), pero si nos disculpamos sinceramente, abrimos el camino a la restauración.
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