Frente a los endurecidos, es capaz de producirles convicción de pecado; cuando se la suministra a los decaídos o enfermos, es capaz de sanar y levantar; cuando me siento desorientado o incierto, me da claridad, me enfoca. Déjenme señalar algunas características de la palabra de Dios como herramienta:
1) Es PRECISA, o sea, tiene precisión. La palabra de Dios es maravillosa en este sentido; va al grano, encara el problema con precisión, arroja luz justo donde hace falta. Cuando Dios habló a Ananías para decirle que se fuera a encontrar con Saulo de Tarso, le dijo dónde estaba, en la casa de quién y lo que estaba haciendo.
Más preciso, imposible. He tenido algunas experiencias así. Frente a una incógnita muy grande y confusa, clamaba al Señor y me respondió con una sola frase que resolvió para mí la confusión y me orientó hacia la solución.
¿Cuántas veces, en nuestra lectura bíblica regular, descubrimos que Dios nos habla la palabra exacta que precisaremos más tarde en el mismo día? La palabra de Dios es precisa, no vaga, no incierta, no más o menos.
2) Es PODEROSA y eficaz. Escuchemos lo que Dios le dijo a Isaías (55:10–11):
10Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, 11así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.
Esta característica de la palabra es una de las cosas que causó asombro a los que escucharon a Jesús (Lucas 4:36–37):
36Todos se asustaron y se decían unos a otros: «¿Qué clase de palabra es ésta? ¡Con autoridad y poder les da órdenes a los espíritus malignos, y salen!» 37Y se extendió su fama por todo aquel lugar.
El apóstol Pablo tenía profundas convicciones con respecto al poder de la palabra de Dios (Romanos 1:16):
A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen.
Escribió también a los corintios (1 Corintios 1:18):
El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios.
Y en la epístola a los Hebreos (1:3) leemos que Cristo es «el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa».
¿De qué manera tiene poder la palabra de Dios? Pues se introduce en el corazón humano por la predicación del evangelio y allí comienza a producir la conciencia de pecado, de la necesidad de Dios. Produce convicción y luego enseña al pecador a clamar a Dios que luego le muestra misericordia y le salva. La palabra procede a transformarle los gustos y las actitudes. Produce cambios maravillosos en sus relaciones con otras personas, especialmente con los de su propia familia. Le ilumina con la luz de la vida y le enseña a vivir para agradar a Dios. ¡La palabra de Dios es poderosa!
3) Es PRIORITARIA. Nadie se equivoca cuando da gran importancia a la palabra de Dios. Los reformadores del siglo dieciséis entendieron la necesidad de restaurar a la iglesia el valor de la palabra de Dios, en lugar del misticismo, sentimentalismo y sacramentalismo.
Todos los reformadores eran hombres imbuidos en la palabra de Dios, maestros de la palabra, predicadores de la palabra. Era la herramienta preferida por ellos para realizar una limpieza de las ideas corrompidas, de conceptos erróneos y de pecados groseros.
En nuestros tiempos también hacen falta hombres y mujeres imbuidos en la palabra de Dios, maestros y predicadores del evangelio que conocen bien la palabra del Altísimo y la saben presentar para llevar a cabo el propósito divino.
Colombia está esperando un ejército de evangelistas que han llenado su corazón y su mente de la palabra de Dios que luego ha producido en ellos el fuego que arde por las multitudes que se pierden en esta gran nación que necesita imperiosamente a Cristo.
La palabra de Dios es nuestra prioridad, mis hermanos. Elevemos su lugar entre nosotros y no hará falta de tanta sicología, dramatismo humano y otros trucos que solo sirven para ofuscar la obra de Dios. Pongamos la palabra de Dios en su lugar; es la espada del Espíritu Santo.