Puede venir un tiempo cuando esta pregunta tiene que ser respondida, y éste fue el caso de Moisés. Hay un tiempo cuando el clamor deberá dar lugar a la acción.
Cuando ésta es escuchada y el mar Rojo se divide, seria vergonzosa desobediencia permanecer temblando y orando.
«… ¿Por qué clamas a Mí? …» (Ex. 14:15).
I. A VECES LA RESPUESTA SERA POCO SATISFACTORIA.
1. Porque yo estoy orando por costumbre. Algunos han practicado la hipocresía repitiendo formas de oración que aprendieron en su infancia.
2. Porque es parte de mi religión. Muchos oran como un danzarín del África o un faquir de la India que se deja secar la mano; pero no saben nada de la realidad espiritual de la oración (Mat. 6:7).
3. Porque me siento más satisfecho después de haber practicado tal costumbre. Si solamente oráis para satisfacer vuestra mente acostumbrada a ello, ¿no será una burla al Dios vivo que quiere escuchar la voz del alma y de la conciencia, y no aumentaréis con ello vuestro pecado? (Is. 1:12, 15; Ez. 20:31).
II. A VECES LA ORACIÓN DEMOSTRARÁ IGNORANCIA.
1. Cuando impide el verdadero arrepentimiento. En vez de quitar el pecado y sentir pena por él, algunas personas se quedan satisfechas con una oración de palabras. «Obedecer es mejor que los sacrificios.» Y mejor que las oraciones.
2. Cuando es un estorbo para poner la fe en Jesús. El Evangelio no dice: «Ora y serás salvo»; sino: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo» (Mat. 7:21; Juan 6:47).
3. Cuando suponemos que nos hace aceptos a Dios. Debemos venir a El como pecadores y no elevar nuestras oraciones como una muestra de nuestra justicia y piedad (Luc. 18:11-12).
III. A VECES LA RESPUESTA SERÁ TOTALMENTE CORRECTA.
1. Porque debo orar. Estoy atribulado y debo orar o perecer. Los suspiros y clamores no son para ordenar a Dios, sino una irresistible expresión del corazón (Sal. 42:1; Rom. 8:26).
2. Porque yo sé que seré escuchado y, por tanto, siento un fuerte deseo de acudir a Dios en súplica. «Porque El ha inclinado su oído a mí, por tanto le invocaré en todos mis días» (Sal. 116:2).
3. Porque yo me deleito en ello; trae reposo a mi mente y esperanza a mi corazón. Es un dulce medio de comunión con mi Dios. «Para mí el acercarme a Dios es el bien» (Sal. 73:28).
4. ¿Por qué debe haber quienes dependen de sus propias oraciones?
• ¿En qué estado se hallan los que viven sin oración?
• ¿Qué son aquellos que no pueden dar razón del por qué oran, sino que supersticiosamente repiten palabras que no salen del corazón?
Una inquiridora ansiosa a quien yo había explicado claramente el gran mandato del Evangelio: «Cree en el Señor Jesús», resistía constantemente mis esfuerzos para llevarla a Cristo. Por último exclamó: «¡Ore por mí, ore por mí!» Quedó muy sorprendida cuando le repliqué: «No lo haré de ninguna manera.
Yo he orado por usted antes; pero si usted rehúsa creer la Palabra del Señor, no veo por qué debo orar por usted. El Señor le manda creer en Cristo, y si usted no lo hace, sino que persiste haciendo a Dios mentiroso, usted se perderá, y lo tendrá bien merecido.» Esto la trajo a razón.
Me pidió que le explicara de nuevo el camino de la salvación, lo escuchó atentamente y, como un niño, su rostro se iluminó al exclamar: «¡Señor, yo puedo cree!, ¡yo creo, y soy salvada! Gracias por haber rehusado confortarme en la incredulidad.» Luego, añadió suavemente: «Y ahora, ¿no orará por mí?» Naturalmente que lo hice y nos regocijamos juntos de que podía ofrecer la oración de fe.
Durante un rápido deshielo de uno de los ríos de América un hombre quedó en una de las piezas de hielo que todavía no se había separado de la masa grande. Sin embargo, en su terror, no lo veía, sino que se arrodilló y empezó a orar a Dios en voz alta que lo librase.
Los espectadores que se hallaban a la orilla le gritaron a grandes voces: «Hombre, cese de orar y traspase la grieta, que se está abriendo. Venga a la orilla.» Así podríamos decir a algunos: «Cese de orar y crea en Jesús.» – El Cristiano, 1874.
En una ocasión cuando Bunyan estaba tratando de orar, el tentador le sugirió: «Que ni la misericordia de Dios ni la sangre de Cristo tenían que ver con él, ni podían ayudarle a causa de sus pecados, por lo tanto era en vano orar.
Sin embargo, él se dijo dentro de sí: «Yo continuaré orando.» El tentador le dijo: «Tu pecado es imperdonable.» «Bien -replicó él-, yo oraré.» Así que empezó a orar de esta forma: «Señor, Satanás me dice que ni tu misericordia ni la sangre de Cristo son suficientes para salvar mi alma; Señor, ¿cómo te honraré más, si creo que tú no me echarás fuera, o creyendo lo que el tentador me dice? Señor, yo creo que tú no quieres ni puedes hacerlo, por tanto continuaré honrándote creyendo que puedes, si quieres.» Y mientras hablaba así, como si alguien me hubiese dado un golpe en la espalda, vino a tú mente la palabra de la Escritura: «¡Oh hombre, grande es tu fe!»