El Poder de una Entrega Radical

El Poder de una Entrega Radical “No mi voluntad, sino la tuya”. Cuando la obediencia cambió la historia.

Las palabras “No mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42) encapsulan el momento más trascendental de la humanidad.

En Getsemaní, Jesús no solo enfrentó el miedo a la tortura física; enfrentó el peso cósmico del pecado que lo separaría del Padre. Su sumisión no fue resignación pasiva, sino un acto deliberado de amor que puso en movimiento nuestra redención.

1. La obediencia que venció toda resistencia
Desde Getsemaní hasta el Gólgota, nada detuvo a Jesús: ni los azotes, ni la burla de la corona de espinas, ni el peso de la cruz. Su determinación provenía de una convicción profunda: la cruz no era un accidente, sino el cumplimiento de un plan eterno (Hechos 2:23).

Mientras el sumo sacerdote judío sacrificaba corderos en el Yom Kippur, Jesús se convertía en el “Cordero inmolado desde la fundación del mundo” (Apocalipsis 13:8). La sincronización divina entre ambos eventos revela que la cruz no fue un plan B, sino el clímax de la historia de la salvación.

2. El lenguaje crudo de la redención
La sangre de los sacrificios del Antiguo Testamento —que muchos hoy encuentran chocante— era un recordatorio visual de que “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Hebreos 9:22). Jesús no vino a abolir esa verdad, sino a cumplirla.

En la cruz, el Dios Santo demostró que el pecado no es un error trivial, sino una rebelión que exige justicia. Como escribió Dietrich Bonhoeffer“El perdón barato es gracia sin discipulado”. La gracia de Dios es gratuita para nosotros, pero le costó todo a Cristo.

3. El propiciatorio y la misericordia
El ritual del Yom Kippur alcanzaba su punto culminante cuando el sumo sacerdote rociaba sangre sobre el propiciatorio (la tapa del Arca). Ese término hebreo (kapporet) significa literalmente “lugar de cubrimiento”.

Jesús, con su sangre, se convirtió en nuestro propiciatorio (Romanos 3:25), cubriendo nuestros pecados y restaurando el acceso a Dios. La cruz fue el altar donde la justicia y la misericordia se abrazaron.

4. Un llamado a la respuesta
Frente a una cultura que minimiza el pecado y ridiculiza la expiación, la cruz nos confronta con preguntas urgentes:

  • ¿Reconocemos que nuestro pecado requiere un remedio tan radical?
  • ¿Aceptamos que solo la sangre de Cristo —no nuestras buenas obras— nos limpia?
  • ¿Vivimos agradecidos por una salvación que costó tan alto precio?
Danilo Montero